El ejercicio de oír a Sainte Colombe mientras la mayoría está en otra cosa, es perturbador. Me siento parte de una exintiguible minoría, amenazada por cosas tan poderosas que no valen la pena ser mencionadas. Quizás por eso entiendo la metáfora del encierro de Sainte Colombe que Corneau retrata en su soberbia "Todas las mañanas del mundo", con libreto inspirador de Pascal Quignard. En la trama ficcional del film, Sainte Colombe le intenta de enseñar al fogoso, sensible y mundano Marais, el sentido profundo de la música, que no yace sólo en la ejecución transcendental, sino también en el reconocer el para qué de la existencia desde la confluencia diaria y desoladora entre la vida y la muerte. La música como una puerta al mundo de los que ya no están. O el puente entre los reinos de los vivos y de los muertos. "Todas las mañanas del mundo son caminos sin retorno", reflexiona Marais desde la experiencia del recuerdo del maestro Sainte Colombe y su melancólica y barroca hija. Así como el devenir de cada año que inexorablemente nos indica que todo lo que amamos morirá.
La recreación de Corneau y de Quignard, sobre los imaginados diálogos entre Sainte Colombe y Marais, nunca dejan de volver a mi cuando pienso en mi propia vida a la luz de las brevísimas muestras de existencia que voy dejando. Pues si hay algo que mi época me ha enseñado es la conciencia de la fugacidad y de la extrema pequeñez de mi propia humanidad respecto al todo. Un ser humano absolutamente contingente que se relaciona con otros iguales.
La vigilia del primer amanecer del 2011, lejos de parecer triste, fue muy feliz. Feliz porque escuchaba algo que me hace inmensamente dichoso como las obras de Sainte Colombe. Porque recordaba partes de la película de Corneau, momentos gloriosos a pesar de su evidente y reflexiva tristeza. Y porque todos los días, desde hace un tiempo, me siento más honrado (si cabe el término) de tener una vocación intelectual. Pues soy intelectual y estoy muy feliz de serlo. A la larga, como decía Vargas Llosa, es la vocación la que nos acompaña hasta la muerte.
Momentos finales de Todas las mañanas de mundo. Sainte Colombe le enseña a Marais todo lo que es el en sí de la música. Glorioso momento de recuerdo y diálogo entre los vivos y los muertos desde la música.
1 comentario:
Un hermoso final... aunque una parte fundamental para entenderlo es el diálogo anterior a esta escena... (¿Ya descubrió que la música no esta hecha para el Rey?...) Una película para ver en soledad o con una persona excpecional... tal como la música de Sainte Colombe. Excelente blog, enhorabuena.
Publicar un comentario