Música Principia

“Nacido con un alma normal, le pedí otra a la música: fue el comienzo de desastres maravillosos...”. E. M. Cioran, Silogismos de la amargura.

"Por la música, misteriosa forma del tiempo". Borges, El otro poema de los dones.

lunes, 12 de agosto de 2013

Conversando con Brahms. A propósito de los 180 años de su nacimiento

Brahms con Joachim en 1855

Desde hace varios años hemos dejando constancia de nuestra infinita admiración por Johannes Brahms (1833-1897). Es, sin duda, uno de los más grandes compositores de la historia de la música. Y, posiblemente, el mayor compositor de música de cámara.

En 1890, Arthur Bell, crítico musical norteamericano, publicó extractos de un diálogo entre el célebre violinista húngaro  Joseph Joachin, el gran Brahms y mismo Arthur Bell. La conversación fue publicada en el libro de Bell "Los Grandes Compositores". Quizás muchos de ustedes ya han leído esta entrevista. Muchos no lo han hecho y se presenta como una oportunidad de conocer el universo creativo del gran Brahms. Para este efecto tomamos la información que fue publicada en la Revista Pauta/ Vol. XVI #62/ Abril-Junio de 1997, con traducción, adaptación y notas de Guillermo Sheridan. 

Entrevista a Johannes Brahms 

El crítico norteamericano Arthur M. Abell urdió en 1890 la redacción de un libro en el que trataría de entender y explicar los misteriosos mecanismos de la inspiración musical. Con ese objeto viajó a Europa, donde entrevistó a Brahms, Puccini, Strauss, Humperdinck, Bruch y Grieg. Al final de la entrevista que le concedió a fines del otoño de 1896, Brahms puso como condición que sus palabras no fuesen reproducidas sino transcurridos cincuenta años desde su muerte. La entrevista, lograda gracias a los oficios de Joseph Joachim, el gran violinista para quien Brahms escribió su concierto, abre el volumen, Talks with Great Composers que Abell publicó en 1955 poco antes de morir- a pesar de que los cincuenta años se habían cumplido en 1947-, cuando calculó que se iniciaba una época de paz que se merecía el testimonio de esos compositores.

La entrevista con Brahms, que en realidad es una charla con Joseph Joachim, se extiende a lo largo de ochenta páginas. Como suele suceder en los iluminados, tiende a ser repetitiva. He seleccionado, pues, algunos momentos que me parece representan el pensamiento final de Brahms, y los he ordenado de modo que se pueda leer sin mayores interrupciones. Quien desee leerla completa, puede encontrarla en la edición moderna del libro, publicada por Citadel Press de Nueva York en 1994. Los párrafos en cursivas son de Abell

Johannes Brahms: Joseph, no he olvidado que usted y Clara Schumann me hicieron varias veces la misma pregunta con la que el señor Abell llega cuatro años importunándome. Usted sabe que siempre me he negado a revelar mi experiencia interior al componer. Es un tema que me provoca fuertes reticencias, pero desde la muerte de Clara en mayo pasado, he comenzado a ver las cosas desde otra perspectiva. Es más, siento que el fin de mi existencia terrena se aproxima. Después de todo, puede resultarle de interés a la posteridad saber cómo habla el Espíritu cuando su creatividad me toca. Por tanto, le revelaré mis procesos intelectuales, psíquicos y espirituales al componer. Pues bien: Beethoven declaró que sus ideas le venían de Dios, y yo puedo decir lo mismo. Eso es todo. Ahora,

¿usted cree que valga la pena hacer un libro sobre eso?

Joseph Joachim: Esa es una pregunta extraña, Johannes: hace cuarenta y tres años, cuando usted tenía apenas veinte de edad, Schumann lo saludó como al nuevo Mesías musical. En 1888 Hans von Bülow lo comparó con Bach y Beethoven. A través de su espíritu vibran armonías celestes; deja usted a la humanidad una herencia sumamente valiosa, y el mundo se enriquecerá si usted se explaya sobre la forma en la que el Espíritu lo toca cuando usted compone.

J.B.: Es sei denn! Beethoven siempre fue mi guía. Las pocas palabras suyas que conservamos, en el sentido de que el Creador lo inspiraba, han sido un apoyo incalculable para mí. Bach y Mozart son también grandes fuentes de inspiración, pero el atractivo de Beethoven es más universal. Joseph, cuéntale al señor Abell la historia de Schuppanzigh.

J.J.: Contaba Gruenberg, un viejo violinista que tocó muchos años con Beethoven, que durante el ensayo de una nueva obra, Schuppanzigh se quejó con Beethoven de que cierto pasaje estaba tan mal escrito para la mano izquierda que resultaba imposible de ejecutar. Entonces le gritó Beethoven: “!Cuando escribí ese pasaje estaba consciente de hallarme bajo la inspiración del Señor Todopoderoso!

¿Cree usted que voy a tener tiempo de pensar en su estúpido violincito cuando Él me está hablando?”

J.B.: Cada vez que cuenta usted esa historia me siento profundamente emocionado. Cuando mi concierto para violín, la comunidad musical se levantó en armas y le pronosticaron el olvido: ¡El concierto de Brahms no es para violín, sino contra el violín! Beethoven le dijo a Bettina von Armin en 1810: “Sé que Dios está más cerca de mí que de otros músicos. Yo hablo con Él sin miedo.”

Arthur Abell: Doctor Brahms, ¿cómo se relaciona usted con el Creador? La mayor parte de los hombres lo encuentra más bien indiferente…

J.B.: Esa es la gran pregunta. No es sólo cosa de la voluntad operando a través de la mente consciente, que es sólo un producto evolucionario del ámbito físico y que muere con el cuerpo. Es algo que se alcanza con los recursos interiores del alma, el verdadero ego que sobrevive a la muerte. Esos poderes duermen en la mente a menos que sean iluminados por el Espíritu. Jesús nos enseñó que Dios es Espíritu y dijo: Yo y mi Padre somos uno (San Juan 10,30). Advertir que somos uno con el Creador, como lo hizo Beethoven, es una experiencia maravillosa y deslumbrante. Muy pocos humanos llegan a darse cuenta de que esa es la razón por la cual existen tan pocos compositores, o genios creativos en la disciplina que sea. Pienso invariablemente en esto antes de componer. Ese es el primer paso. Cuando siento la urgencia comienzo por apelar a mi Creador y le hago las tres preguntas relevantes sobre nuestra vida en este mundo: ¿woher, warum, wohin (de dónde, por qué, hacia dónde)? De inmediato percibo vibraciones que emocionan todo mi ser. Es el Espíritu que ilumina el poder de mi alma, y en ese estado de exaltación veo claramente lo que hay de oscuro en mis ánimos cotidianos; luego me siento capaz de recibir inspiración de lo alto, como Beethoven. Sobre todo, me doy cuenta en ese momento de la enorme significación de la suprema revelación de Jesús: Yo y mi Padre somos uno. Esas vibraciones adoptan la forma de diversas imágenes mentales una vez que he formulado mi deseo y he resuelto lo que necesito: ser inspirado para componer algo que eleve y beneficie a la humanidad, algo de valor permanente. De inmediato, las ideas fluyen a través de mí, directamente de Dios, y no sólo miro diferentes temas en el ojo de mi mente, sino que vienen ya vestidas con el ropaje adecuado, con armonías y hasta orquestación. Medida por medida, el producto terminado se me ha revelado cuando me encuentro en esos extraños, inspirados momentos, tal como a Tartini cuando compuso la Sonata del Diablo, su gran obra. Tengo que hallarme en un estado casi de trance para lograr esos resultados, una condición que sucede cuando la mente consciente se encuentra postergada y el subconsciente está a cargo, pues es por medio del subconsciente, a su vez parte del Todopoderoso, por donde llega la inspiración. Tengo que andarme con cuidado, no obstante, para no perder la conciencia, pues de suceder eso las ideas desaparecen. Así escribía Mozart. Una vez le preguntaron cómo componía y Mozart contestó: Es como un sueño vivo. Luego describió cómo las ideas le llovían encima, ya vestidas de su ropaje musical, como me sucede a mí. Por supuesto que el compositor requiere de una maestría técnica –forma, teoría, armonía, contrapunto, instrumentación-, pero eso no es difícil para cualquier persona con un poco de disciplina. Si bien debo aclarar que para adquirir la maestría sobre una gran orquesta, como la que tiene mi joven amigo Richard Strauss, se necesita de una habilidad excepcional. Fíjense en lo que les digo: Strauss llegará lejos. El Espíritu es la luz del alma. El Espíritu es universal. El Espíritu es la energía creativa del cosmos. El alma del hombre no está al tanto de sus poderes hasta que lo ilumina es Espíritu. De ahí que, para evolucionar y crecer, el hombre deba aprender cómo utilizar las fuerzas de su alma. Todos los genios creativos aprenden a hacerlo, si bien no todos se encuentran conscientes del proceso.

J.J.: Siempre me ha parecido que el término “subconciencia” (Unterbewustein) es pobre para referirse al Poder Omnipotente…

J.B.: Claro. Es un nombre inapropiado para referirse a una parte de la divinidad; sobreconciencia sería mejor, si bien la mejor respuesta a lo que usted dice está en el Evangelio de San Juan, capítulo 14, versículo 11, donde Jesús mismo dice: Creedme: yo soy el Padre y el Padre está en mí.

A.A.: ¿Cree usted que cualquier compositor que ingrese a ese trance podría crear como usted?J.B.: Jesús responde en el mismo capítulo, versículo 10: El Padre que está en mí es quien hace las obras; y en el doce agrega: el que crea en mí hará las obras que yo hago, y aún mayores obras hará. Estas son algunas de las propuestas más relevantes de Jesús, y son las que ignora la iglesia ortodoxa.

A.A.: Pero Doctor Brahms, ¿qué tiene que ver la divinidad de Jesús con la forma en la que usted siente inspiración?

J.B.: Los poderes de los que los grandes compositores como Mozart, Schubert, Bach y Beethoven extraen su inspiración, es el mismo poder que permitió a Jesús realizar sus milagros. Los llamamos Dios, Omnipotencia, Divinidad, Creador. Schubert lo llamaba die Almacht. Pero, como pregunta Shakespeare, ¿qué hay en un nombre? Es el poder que creó al mundo y el universo. Y ese enorme nazareno ebrio de Dios nos enseñó que podemos apropiarnos de él para nuestra propia edificación, aquí y ahora, y a la vez para alcanzar la vida eterna. Jesús mismo lo dice: Pedid y se os concederá; buscad y encontraréis; tocad la puerta y se os abrirá. Jesús es el gran ejemplo: Él dice eso porque lo sabe; Él es la prueba de que nosotros también podemos, como Él, acercarnos a Dios…

A.A.: Entonces: ¿no cree usted que Jesús fuese el hijo de Dios?

J.B.: Claro que lo creo; todos somos los hijos de Dios, pues no podríamos tener otro origen. La gran diferencia entre Él y nosotros, mortales ordinarios, es que Él se apropió más de la divinidad que el resto de los hombres.

J.J.: Me encanta que emplee usted, Johannes, el verbo “apropiar” (aneignen). Me recuerda a Lao-Tsé, que se refirió a un poder omnipotente como el “Espíritu” quinientos años antes que Jesús. Lao-Tsé decía: “No podíamos definir al Espíritu, pero nos podemos apropiar de él”

J.B.: ¡Desde luego! Cuando compongo siento que me apropio del mismo espíritu al que Jesús se refirió tantas veces.

J.J.: Bulwer-Lytton me dio en 1853 un poema de Lao-Tsé sobre esa apropiación. Me dice que algunos investigadores creen que es un poema de origen hindú, otros que es egipcio y que otros sospechan que es de Zoroastro. Se titula “La afirmación del Yo”:

Todo lo necesario está cerca de ti.Dios es la provisión total.Confía, ten fe, luego escucha.Atrévete a afirmar el Yo.

El poder está dentro de ti y a tu alrededor,Sostén tu mirada en la luz.Nada puede derrotarA aquel que ha afirmado el Yo.

J.B.: ¡Fascinante! ¡Qué fórmula concisa y contundente! ¡Y qué acorde con el propio precepto de Jesús, revelado en el Padre Nuestro, en el que encontramos las siete afirmaciones! Siempre he encontrado que, a la hora de componer, una afirmación es mucho más efectiva que una mera solicitud de inspiración. En este punto, Brahms se dirigió al piano y golpeó tres acordes enérgicos en do mayor, después de lo cual exclamó:

J.B.: He aquí mi opinión sobre ese poema.

A.A.: Doctor Brahms, ¿qué porcentaje de los compositores actuales cree usted que estén en contacto con la Divinidad?

J.B.: Mi experiencia me dice que no más del dos por ciento. Me baso en esta estimación en la enorme cantidad de manuscritos que se me envían. Nunca leo más que algunos dignos de consideración que eligen para mí dos compositores de talento, graduados del Conservatorio de Viena, a los que he enseñado a separar la paja del grano. Algunos tienen ideas, pero carecen de estructura; otros la tienen, pero carecen de inspiración. Por ejemplo, Antón Rubinstein es un pianista gigantesco cuyo arte siempre me llenó de asombro. Pero como compositor es definitivamente de tercero o cuarto orden. Carece de oficio. Tiene el don de la melodía y sus ideas a veces son inspiradas, pero sus obras mayores están mal construidas. Escribió óperas y oratorios y conciertos y sinfonías, pero puedo predecir que nada de eso se tocará cincuenta años después de su muerte, a causa del bajo nivel de su oficio. Y Bungert, que se cree un nuevo Wagner, ve su Odisea montada por Nikish, Weintgartner y Richter, pero yo aseguro que su obra caerá en el olvido más pronto que la de Rubinstein que a fin de cuentas escribió hermosas melodías.

¡Qué acertada profecía la de Brahms! En la última década del siglo diecinueve el nombre de Bungert aparecía en todo programa sinfónico, y cuando yo dejé Europa en 1918 ya se le había olvidado totalmente. Por lo que toca a Rubinstein, ninguna de las ciento diecinueve obras que cataloga Groves en su Diccionario, sobrevive en el repertorio sinfónico u operístico. En abril de 1914 asistí a una representación de El Demonio en la ópera de Moscú, acompañando a Rachamaninoff y a Scriabin. Ambos estuvieron de acuerdo en que había hermosos temas, pero deploraron la débil estructura. Les comenté lo dicho por Brahms dieciocho años antes y se mostraron complacidos

J.J.: La mejor definición del genio que conozco es la de Carlyle: “La capacidad trascendente para asumir problemas”.

J.B.: Es al mismo tiempo la peor de las definiciones, puesto que, si fuera verdad, cualquier mediocre armado de paciencia podría convertirse en Bach o en Beethoven.

J.J.: O en Liszt o en Paganini. El genio, como yo lo concibo, es lo contrario: la capacidad para lograr con facilidad lo que no puede lograr el mero talento. ¿Cuál es entonces su definición, Johannes?

J.B.: Está en las Santas Escrituras que ya recordamos antes, en Juan 14:10: El Padre que está en mi hace las obras. El verdadero genio se alimenta de la infinita Fuente de Sabiduría, de Inspiración y Poder, como lo hicieron Milton y Beethoven. Esa es, a mi parecer, la mejor definición del genio. Jesús es el más grande genio espiritual del mundo y estaba consciente de estarse apropiando del verdadero origen del poder como nadie lo había hecho. Beethoven y Milton sabían que abrevaban de la misma fuente, aunque en una gradación menor. Todo es cosa de grados.

J.J.: Haydn también lo sabía. Para él, componer era un ritual, una forma de veneración. Se vestía con sus mejores ropas antes de comenzar, diciendo: “Tengo una cita con Dios. Debo vestirme apropiadamente.”

A.A.: Bach, Beethoven y Mozart tuvieron que pasar por una exaltación semejante al componer.

J.B.: Ellos fueron siempre mucho más inspirados de lo que yo fui. Tenían, sobre todo, un flujo melódico mucho más fácil y espontáneo. Schubert también.

J.J.: Pero Bülow declaró que la habilidad arquitectónica suya, Johannes, supera a la de ellos, y estoy de acuerdo. La estructura de sus sinfonías carece de paralelo en la literatura sinfónica y el final de la Cuarta siempre me llena de asombro y admiración; ¡y la ternura y el color del segundo concierto para piano! Adoro el de Beethoven en mi bemol en la que da al piano un tratamiento más heroico y virtuoso, ¡pero, para mí, el suyo en si bemol se lleva la palma! Lo considero el más grande concierto para piano. Cierto, es mas una sinfonía con piano obligato que un concierto, pero es una de las obras maestras en materia de sinfonías de nuestro siglo…

J.B.: Mi Concierto para violín es también más una sinfonía que un concierto si bien, claro, como el piano es mi instrumento, le otorgué una adecuación superior a la que le di al violín.

J.J.: A pesar de los problemas violinísticos del Concierto, se hará más popular con los años; es música altamente inspiracional. Le concedo que Mozart y Beethoven hayan tenido un mejor flujo melódico que usted, Johannes, y aún así, la invención temática de usted no precisa de apologías. No hay prueba mayor que la de hacer llorar al público, ¡y con que frecuencia he visto lágrimas en el público, con el cello obligato del andante en el Concierto en si bemol para piano!

J.B.: Pasarán cincuenta años antes de que mi música encuentre el lugar que le corresponde en la historia. Bach murió en 1750 y estuvo completamente olvidado hasta que Mendelssohn lo revivió, setenta y cinco años más tarde. Y pasaron más de cien antes de que Joachim popularizara sus monumentales obras para violín, lo mismo que el concierto de Beethoven, olvidado cincuenta años. No hay composición que haya sido más envilecida en nuestros días que mi Concierto para violín. Los empresarios contratan a Joachim con la condición de que no lo toque. He puesto vino nuevo en odres viejos y los filisteos no me lo perdonan. Sé que el concierto encontrará su sitio, pero no será sino hasta dentro de cincuenta años, lo mismo que muchas otras de mis obras, Por lo cual, debo pedirle, querido señor Abell, que me dé su palabra de honor de que no publicará esta charla hasta que hayan transcurrido cincuenta años de mi muerte.

A.A.: ¡Cincuenta años! ¿Por qué esperar tanto? ¡No estaré vivo entonces y el material se habrá perdido!

J.B.: De ninguna manera. Prepare usted el manuscrito y disponga que se publique en caso de su muerte. No tengo objeciones a su publicación, pero ya le he explicado mis razones para que así sea.

Con la mayor tristeza acepté finalmente la condición. Joachim no se hallaba particularmente sorprendido por ella, acostumbrado a sus ocurrencias. Joachim y yo nos despedimos y dejamos con tristeza al gran compositor en su casa. Murió meses después.