Música Principia

“Nacido con un alma normal, le pedí otra a la música: fue el comienzo de desastres maravillosos...”. E. M. Cioran, Silogismos de la amargura.

"Por la música, misteriosa forma del tiempo". Borges, El otro poema de los dones.

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miércoles, 2 de mayo de 2012

Reimann y Mistral: de la noche oscura a la esperanza



Cuando escuché por primera vez  Lear de Reimann, no pudo conciliar el sueño por noches. Cosas de la experiencia estética y su enorme poder evocador. Pues tuvieron que pasar cuatro siglos para que el gran drama de Shakespeare tenga, al fin,  una representación musical digna de su hondura. Vuelvo a Reimann con la confianza que dan los años, vuelvo a dejarme conducir por su nervio (!qué otra palabra podría usar¡) y vuelvo emprender la lucha frente al sonido del desgarro cuando se están encontrando ciertas luces. 

No conocía que Aribert Reimann (1936) había musicalizado poemas de Gabriela Mistral. Poeta mayor de mi continente y de un país que ha dado tantas voces de primer nivel literario. "Vergüenza" de Gabriela Mistral es sin duda uno de sus poemas más hermosos. Y es en la música de Reimann, en el lieder germánico, donde  la presencia de la palabra de Mistral logra hacerse evidente en todas sus dimensiones. El transcurrir de la noche oscura a la esperanza del amor. ¿No es acaso creer en el amor el mayor signo  de esperanza?

Vergüenza

Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa
como la hierba a que bajó el rocío,
y desconocerán mi faz gloriosa
las altas cañas cuando baje el río.

Tengo vergüenza de mi boca triste,
de mi voz rota y mis rodillas rudas;
ahora que me miraste y que viniste,
me encontré pobre y me palpé desnuda.

Ninguna piedra en el camino hallaste
más desnuda de luz en la alborada
que esta mujer a la que levantaste,
porque oíste su canto, la mirada.

Yo callaré para que no conozcan
mi dicha los que pasan por el llano,
en el fulgor que da a mi frente tosca
y en la tremolación que hay en mi mano...

Es noche y baja a la hierba el rocío;
mírame largo y habla con ternura,
¡que ya mañana, al descender al río,
la que besaste llevará hermosura!

Scham (Vergüenza) sobre un poema de Gabriela Mistral de Aribert Reimann, 2006. 

Scham

Wenn du mich anblickst, werd' ich schön,
schön wie das Riedgras unterm Tau.
Wenn ich zum Fluß hinuntersteige,
erkennt das hohe Schilf mein sel'ges Angesicht nicht mehr.

Ich schäme mich des tristen Mundes,
der Stimme, der zerriss'nen, meiner rauhen Knie.
Jetzt, da du mich, herbeigeeilt, betrachtest,
fand ich mich arm, fühlt' ich mich bloß.

Am Wege trafst du keinen Stein,
der nackter wäre in der Morgenröte
als ich, die Frau, auf die du deinen Blick geworfen,
da du sie singen hörtest.

Ich werde schweigen. Keiner soll mein Glück
erschaun, der durch das Flachland schreitet,
den Glanz auf meiner plumpen Stirn nicht einer sehen,
das Zittern nicht von meiner Hand...

Die Nacht ist da. Aufs Riedgras fällt der Tau.
Senk lange deinen Blick auf mich.
Umhüll mich zärtlich durch dein Wort.
Schon morgen wird, wenn sie zum Fluß hinuntersteigt,
die du geküßt, von Schönheit strahlen.


viernes, 4 de septiembre de 2009

Lear de Reimann

Fue en el DVD The Art of Dietrich Fisher- Dieskau que descubrí Lear, una impresionante opera de Aribert Reimann (1936) basada en el drama de Shakespeare y estrenada en 1978. Con claridad recuerdo el aria Blast, winde, impresionante tanto por la música como por la interpretación del gran barítono alemán. Texto y música se unen de un modo convincente e estremecedor. Fisher- Dieskau logra transmitir la perturbación y dosolación del rey Lear. Un rosario de maldiciones elevadas al límite. La calidad de la actuación se entiende por el nivel de compromiso que Fisher- Dieskau tuvo con el personaje, además por la amistad que le unió con Reimann. Se sabe que fue el barítono quien le sugirió a Reimann la composición de la opera basada en la obra de Shakespeare. La versión fonográfica y fílmica es de 1982. Una verdadero monumento del drama contemporáneo.

Blast Winde- Lear- Aribert Reimann. Canta: Dietrich Fisher- Dieskau




¡Soplad, vientos, y rajaos las mejillas!
¡Rugid, bramad! ¡Romped, turbiones y diluvios,
hasta anegar las torres y hundir las veletas!
¡Fuegos sulfúreos, raudos como el pensamiento,
heraldos del rayo que parte los robles,
quemadme las canas! Y tú, trueno estremecedor,
¡aplasta la espesa redondez de la tierra,
rompe los moldes de la naturaleza y mata
la semilla que produce al hombre ingrato!...


¡Retumbe tu vientre! ¡Escupe, fuego; revienta, nube!
Ni lluvia, viento, trueno, ni rayo son mis hijas.
De ingratitud no os acuso, elementos:
yo nunca os di un reino, jamás os llamé hijos.
No me debéis obediencia, así que arrojad
vuestro horrendo placer. Aquí está vuestro esclavo,
un pobre anciano, mísero, débil, despreciado.
Y, sin embargo, os llamo aliados serviles
que, unidos a mis dos hijas perversas,
desde el cielo lanzáis vuestras legiones
sobre cabeza tan blanca, tan vieja. ¡Ah, infamia!