Música Principia

“Nacido con un alma normal, le pedí otra a la música: fue el comienzo de desastres maravillosos...”. E. M. Cioran, Silogismos de la amargura.

"Por la música, misteriosa forma del tiempo". Borges, El otro poema de los dones.

viernes, 20 de mayo de 2011

A la intemperie de la música



Bendita seas, materia mortal,  tu que, disociándote un día en nosotros, 
nos introducirás , por fuerza,  en el corazón mismo de lo que es.
Teilhard de Chardin.   Himno a la Materia

Música desnuda, a la intemperie. Sin más ornamento que ella misma. Música que se mueve sola, sin ropajes, sin pesos innecesarios. Suena la música y el cuerpo se libera de la carga culposa que la mente le impone. Porque la mente miente mientras el cuerpo es sincero y franco. El cuerpo se muestra sin nada, como en el nacimiento como en la muerte real. Venimos sin nada y nos vamos sin nada. Y el cuerpo lo sabe siempre, por eso es el receptáculo del sentir. Por eso sufre cuando la mente se dispara. ¿Por qué somos sólo cuerpo?

La mente es la ilusión de la eternidad, mientras el cuerpo es del tiempo. Por eso nace y envejece con la gloria de su temporalidad. Y por eso la música se prende de la materia corporal y lo primero que hace es hacernos sentir. La gloria de la música se expande en la mediación del cuerpo. El cuerpo se mueve y se conmueve. Gira en su potencia espiritual porque al ser materia, vibra con la energía de la música. Y reconoce la desnudez del acto musical en su esencia primigenia. 

La muerte del cuerpo no es la muerte del cuerpo. Es su transmigración a otra forma de cuerpo. En el fondo, lo que subyace siempre es el cuerpo. Eso lo aprendió el cuerpo por la música. Pues sabemos de nuestro cuerpo cuando la música se expande por la piel, se introduce en nuestra carne; vibran nuestras entrañas y se eleva hacia el alma que surge del cerebro, bella materia carnal. La música, así, a la intemperie del cuerpo desnudo, se desnuda como un cuerpo bello que nunca deja de ser, de existir, de fluir.

Gloria del cuerpo y del fluir en la recapitulación de la existencia. Prelude de la suite n.º 6 para Violonchelo BWV 1012. Música para el cuerpo en feliz intemperie.

viernes, 13 de mayo de 2011

Afrodita, Pan y Eros: escultura y música. Sensorialidad y Debussy


I
La escultura es evidente. Pan, el sátiro, intenta someter lujuriosamente a la diosa del amor. Ante la presencia de un Eros alegre y socarrón. La sandalia que lleva en su manos Afrodita puede ser una muestra de aceptación ante la petición carnal de Pan, semidios mitad humano  mitad animal. Una poderosa alegoría de la sexualidad masculina, por momentos muy humana, por momentos bestial. Afrodita no se resiste. No hay lucha ni conflicto. Sólo la sandalia que indica desnudez sin más. Ah, los griegos, cómo entendían la naturaleza humana sin culpa. Bendición de Zaratustra. 

II
Pienso en Pan. Pienso en el Fauno de Debussy. Tan encantador como voluptuoso. Pienso en Mallarmé y pienso en la intensidad de la experiencia moderna. La subjetividad ya ha alcanzado el espacio público. Ahora el erotismo se libera de la presión monacal y se expande libre por el espacio abierto. El Preludio a la siesta de un Fauno, también es el preludio a la sonoridad sensual. La exploración tímbrica  y cromática. Oler la música. Sentir la atmósfera de la indefinición sensorial. No masculinidad, no feminidad. Sólo poética del cuerpo que se abre y se diluye. No hay psique, sino soma. ¿Qué sentía Debussy? 




lunes, 9 de mayo de 2011

La sonata triste de Cilea y la compasión





Francesco Cilea (1866-1950), tantos años vivió. Cerca de 100. Ahí están La Arlesiana y Adriana Lecouvreur, como sus trabajos más insignes. El lamento de Federico, de La Arlesiana,  es casi su "poema 20". Al extremo que ha ocultado una parte considerable de su obra al gran público. Por fortuna, el sello Agora editó -hace unos años- Francesco Cilea. Chamber Music. Una grabación que contiene las composiciones de música de cámara del maestro italiano. De estas obras destaca nítidamente, la Sonata para piano y violonchelo en re menor Op 38,  obra juvenil que evidencia su cercanía con la fase final del romanticismo. Los movimientos de esta hermosa obra son: Allegro Moderato, Largo doloroso y Allegro animato

De los tres movimientos, el Largo doloroso es particularmente atractivo. La atmósfera sonora nos logra transportar a un ambiente lánguido y en extremo triste. Es como si todas las certezas se hubieran esfumado de golpe. Como si de pronto, el silencio de Dios llegase a convertirse en una metáfora visible. No de una tristeza psicológica. Es una tristeza de humana, de proyecciones claramente existenciales. Desde que oí este movimiento hace unos años, siempre regresa a mi como una constatación terrible de aquello que Albert Camus, describiera en su Mito de Sisifo:  No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía. Pues bien, escucho el largo doloroso de Cilea y me viene a la mente la poderosa y célebre reflexión de Camus. ¿Merece la vida ser vivida? Cuando el silencio de Dios adquiere alturas sobrecogedoras es muy probable que nos inclinemos a la desesperanza. Pero esta la música que, incluso en su dolor, logra hacernos intuir la existencia de la compasión. Pues de eso se trata el misterio del sufrimiento: en que otro se apiade de nuestro dolor y, en compañía, nos abrace y cobije cuando el sol se ha ido. 

Largo doloroso de la sonata para piano y violonchelo en re menor Op 38 de Francesco Cilea.

viernes, 6 de mayo de 2011

Mozart y la vida

¿Quién eres Mozart?
¡Ay, ese ángel fieramente humano,
corre a  salvarnos y no sabe cómo!
Blas de Otero

Insondable, esa es la palabra. Me la enseño Karl Popper, quien tanto sabía de música. El gran filósofo austriaco, al referirse a la música de Mozart afirmaba acertadamente: "hay algo insondable tras su encanto". En efecto, el encantador y cosmopolita Mozart siempre guarda un as bajo la manga. Estamos a punto de volar en el esplendor del brillo clásico y, de pronto, sus tiempos lentos. Algunos sombríos, otros melancólicos y perturbadores, también calmos y diáfanos. Pero todos siempre bajo el signo del genio sin par. Pues de eso se trata ser genio, de tener siempre un as bajo la manga. De pronto el desconcierto, la sacada de vuelta a lo esperado. Hacer pensado lo impensable, como decía Delueze lucidamente. 

Insondable. La palabra me da vueltas. ¿Quién es ese Mozart que tanto me conmueve en este momento? No hay nada parecido, me digo. Pues Bach es perfección y alturas temerarias. Beethoven, desmesurado y absoluto. Brahms, complejo y contradictorio. Mahler, trascendente al límite. ¿Y Mozart? Mozart, insondable. No puedo con él. Trato de comprender la cosa en si mozartiana. ¿Hay palabra precisa? No existe. ¿Cómo traspasar el umbral que va del Allegro Maestoso de la Sinfonía Concertante KV 364, al Andante de la misma obra? ¿Es el mismo compositor? Si, es el mismo. Pero lo mismo. Porque navegamos de la luz al dolor en una misma composición. Mozart tiene 25 años. ¿25 años? Ni  en un proyecto de vida de 1000 años podría siquiera pulsar algunos compases dignos de la música mozartiana. 

El insondable me lleva a reconocerme básico, primario, bestia. La belleza desconcertante me hace pensar que acaso Mozart sí entendió lo que es la vida. Pues la vida es esa unión de desconciertos, de desencuentros. De verdades a medio camino. Donde de pronto la algarabía se torna en tristeza. Donde el mediodía en ocaso. Donde la vida deviene en muerte. Mozart es eso y más. 

¿Por qué vuelvo a escribir de Mozart otra vez? Pues hoy me vino la gana ubérrima de besar al cariño en sus dos rostros. Es decir, besar las contradicciones de la vida. Tan pronto se da la alegría, tan pronto la tristeza. Las cosas no son nunca de la misma forma. Sobre todo en la complejidad de la existencia individual. Más compleja que una elección política, más compleja que la conformación química de las estrellas. La vida es rara, no tiene lógica, no es de consecuencias fácilmente deducibles. La vida es como la música de Mozart, insondable.

Allegro Maestoso Sinfonía Concertante para violín y viola en mi bemol mayor KV 364. En dos partes. La luz.






Andante de la Sinfonía Concertante en mi bemol mayor KV 364. Insondable.