Música Principia

“Nacido con un alma normal, le pedí otra a la música: fue el comienzo de desastres maravillosos...”. E. M. Cioran, Silogismos de la amargura.

"Por la música, misteriosa forma del tiempo". Borges, El otro poema de los dones.

martes, 28 de agosto de 2012

A los amigos muertos: Le Tombeau de Couperin

Maurice Ravel en 1912. 
Cuando Maurice Ravel estuvo en el frente de batalla, fue testigo de la muerte de varios de sus compañeros de combate. Ravel, como otros músicos franceses, trataba escapar del dominio musical austro-alemán; imperio casi absoluto desde fines del siglo XVIII. Era necesario recuperar las raíces propias, acercarse a los compositores que de algún modo habían sido esenciales en la formación de la música francesa. En este caso "Le Tombeau de Couperin" fue el homenaje que Ravel hizo al gran compositor barroco. La obra, a pesar de los años oscuros de su composición (1914-1918, primera gran guerra mundial), se muestra apacible y lúdica. Y evidencia el extraordinario dominio que poseía Ravel en la composiciones para teclado. Pocos compositores como Ravel llegaron a saber tanto de piano.

Cada parte de "Le Tombeau de Couperin" esta dedicada a algún compañero de batalla de Ravel que, dicho sea de paso, se salvo de morir pues fue licenciado de la guerra por razones de salud. Por fortuna Ravel vivió y  siguió componiendo hasta 1937. ¡Mucha música tenía que darnos!

La estructura de "Le Tombeau de Couperin" es la siguiente: 


  1. Prélude (en mi menor) a la memoria del teniente Jacques Charlot (quien transcibió Ma Mère l'Oye para piano solo)
  2. Fugue (en mi menor) a la memoria de Jean Cruppi (hijo de la mujer a quien dedicó L'Heure espagnole)
  3. Forlane (en mi menor) a la memoria del teniente Gabriel Deluc (pintor vasco de San Juan de Luz)
  4. Rigaudon (en do mayor) a la memoria de Pierre y Pascal Gaudin
  5. Menuet (en sol mayor) a la memoria de Jean Dreyfus
  6. Toccata (en mi mayor) a la memoria del capitán Joseph de Marliave (musicólogo y esposo de Marguerite Long)
Aquí Le Tombeau de Couperin en totalidad. A disfrutar y a volar alto como Ravel nos enseñó. 

jueves, 23 de agosto de 2012

El violín de Einstein y otros recuerdos con la música


Leo la amplia biografía comentada de Einstein escrita con pasión y erudición por Walter Isaacson. Y en ella trato de ubicar los instantes en los que el gran científico y sabio daba rienda suelta a su apasionada melomanía. Así transcribo los siguientes párrafos de modo aleatorio: 

"Einstein estaba pasando el verano de 1939 en una casita alquilada situada en la punta norte del extremo oriental de Long Island. Allí salía a navegar con su pequeño barco Tinef, compraba sandalias en unos grandes almacenes locales e interpretaba a Bach con el dueño de la tienda" ( página 512) 

"(Hacia 1895) La música seguía siendo una pasión para él. En su clase había nueve violinistas, y su profesor señalaba que en general sufrían de "algunas dificultades dispares en el dominio de la técnica del arco". Pero a la vez se elogiaban concretamente a Einstein: "Un estudiante, apellidado Einstein, incluso destacó por su interpretación de una adagio de una sonata de Beethoven con una profunda comprensión". En un concierto celebrado en la iglesia local, se eligió a Einstein como primer violín para interpretar una obra de Bach. Su "tono encantador e incomparable ritmo impresionaron al segundo violinista, que le pregunto: "¿ Que cuentas los compases?" "¡De ninguna manera!- repuso Einstein- Lo llevo en la sangre" (página 56)

"Su compañero de clase Byland recordaría a Einstein tocando una sonata de Mozart con tal - "!Qué ardor había en su interpretación¡"- que le parecía estar escuchando al propio compositor interpretándola por primera vez. Al escucharle, Byland se dio cuenta de que la apariencia bromista y sarcástica de Einstein era una coraza para proteger un alma interior más blanda: "Era una de esas personalidades divididas que saben cómo proteger, con un exterior erizado de espinas, el delicado ámbito de su intensa vida personal" (página 56) 

"Lo que apreciaba Einstein en Mozart y en Bach era la estructura arquitectónica que hacía que su música pareciera "determinista" y, como sus propias teorías científicas favoritas, arrancadas al universo antes de ser compuestas. "Beethoven creaba su música", diría Einstein en cierta ocasión, pero "la música de Mozart es tan pura que pereciera haber estado siempre en el universo". También comparaba a Beethoven con Bach: " Yo me siento incómodo escuchando a Beethoven. Creo que es demasiado personal, casi desnudo. Prefiero que me den Bach y, luego, más Bach" (Página 65)

"Admiraba asimismo a Schubert por su "superlativa habilidad para expresar la emoción". Sin embargo, en un cuestionario que rellenó en cierta ocasión se mostró crítico con otros compositores de una forma que reflejaba algunos de sus sentimientos científicos: "Händel tenía cierta superficialidad"; Mendelssohn exhibía "un talento considerable, pero una indefinible falta de profundidad que a menudo lleva a la banalidad"; Wagner adolecía de una "falta de estructura arquitectónica que yo veo como decadencia", y Strauss tenía "talento, pero sin verdad interior" (página 65)

"(Hacia 1955) Cuando sus colegas, como regalo por sus setenta y cinco aniversario, le actualizaron el equipo de música que le habían regalado cinco años antes, Einstein empezó a poner repetidamente un disco de la RCA Victor de la Missa Solemnis de Beethoven. Era aquella una elección muy poco habitual en él  por dos razones. Einstein tendía a considerar a Beethoven, que no era su compositor preferido, "demasiado desnudo, casi personal". Asimismo, sus instintos religiosos no llevaban aparejados a esa clase de símbolos. "Soy un no creyente profundamente religioso-le diría a un amigo que le había enviado una felicitación de cumpleaños-. Esta es una especie de nueva religión". (página 578)

Pues bien, quizás sería terminar este texto con el Kyrie de la Missa Solemnis, toda vez que el gran Einstein estuvo escuchándola en sus últimos días.

domingo, 19 de agosto de 2012

Cherubini e Ingres, amistad en la música y la pintura


En el cuadro de Jean Dominique Ingres ( 1780-1867) "Cherubini y la musa de la poesía lírica", se observa a Terpsícore, musa de la poseía lírica, imponiendo su mano sobre la cabeza de Cherubini como símbolo de protección. A la derecha de la musa, se encuentra una imaginada y poco real kithára de siete cuerdas, instrumento griego ensoñado por la mentalidad romántica. Ingres representa a su amigo de modo pensativo y reflexivo, sabiendo del caracter melancólico de compositor florentino. Esta pintura fue concebida en 1842, año de la muerte de Cherubini. Asimismo, el gran compositor le dedicó a Ingres un canon a tres voces con la entusiasta dedicatoria: "Al egregio talento de Ingres". 

Ofrezco de Luigi Cherubini el cuarteto para cuerdas N. 1en mi bemol mayor. Los movimientos son: allegro-adagio agitato,  largheto sans lenteur, scherzo: allegretto moderato y finale: allegro assai. Esta obra fue estrenada en 1805. No es una de las composiciones más conocidas de Cherubini como Medea o las dos misas Requiem. Sin embargo, su música de cámara es todo un descubrimiento reciente para mi. Recomiendo el largheto de este cuarteto. La melancolía que serenamente retrata Ingres en su cuadro se ve claramente reflejada.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Esas idiotas romanzas o la balada como tortura


Si alguien quisiera hacerme mucho daño, podría hacer lo siguiente: encerrarme en una habitación sin ventilación y obligarme  a escuchar baladas en castellano durante interminables horas. No importa de qué década sean las baladas, casi todas ellas (si no son todas) me han generado siempre un sentimiento de angustia, de desesperación. No porque me conmuevan su belleza. Por el contrario, me angustian por su insufrible fealdad. Y en caso extremo, la bruttezza de la balada es torturante, más aun si estamos condenados a oírla a diario por doquier. 

No se que ocurre últimamente, pero no hay taxista que se libere de este acto torturador. Algunos optan por las viejas baladas hispanas de los años sesenta, setentas e inicios de los ochentas. Que son consideradas, no se a mérito de qué, las mejores o las "más profundas". Otros prefieren las baladas que se nutren del pop rock y que se han generalizado en los últimas dos décadas. Sin embargo, más allá de cuestiones generacionales, las preferencias por las baladas se expanden a pasos agigantados nuevamente. Hay razones evidentes. El descomunal tráfico y la agresividad de muchos conductores, hace que la mayoría de taxistas busquen o programen en sus autos las cursis  melodías que contrarresten el barullo citadino. Música que calma por su tiempo. 

Pero claro está que el problema no es el tiempo. La tortura proviene de los arreglos y, sin duda, de las letras de las canciones. Y no se trata de un tema de levedad o profundidad. Sino de una cuestión estética. Las letras son realmente terribles. 

Quiero compartir algunas de las baladas más idiotas y feas que he oído en mi vida. No es un lista, sólo se trata de una muestra personal de antigustos. 

1. Insoprtablemente bella (1980)  Enmanuel. Aquí hay el coro memorable: "Bella, bella, /insoportablemente bella bella.../ Bella, bella,/ inaguantablemente bella bella/ Bella, bella,/insoportablemente bella bella,/ bella, bella" . Imaginemos aquello de "inaguantablemente bella". Realmente terrible. 



2. Corazón de poeta (1981) Jeanette. Esta canción posee una de los inicios más insólitos de la balada castellana, donde los sinsentidos abundan en grado mayor: "Tiene la expresión de una flor, la voz de un pájaro,/ Y el alma como luna llena, de un mes de Abril,/ Tienen sus palabras calor, y frío de invierno,/ Su piel es dura como el árbol, que azota el viento". A ver si Vallejo, Eliot o Paz tenían la "voz de un pájaro"



3. Prometimos no llorar (1972) Palito Ortega. Una de las canciones más divertidas de la balada y, por ello, más feas y edulcoradas canciones de la historia. Una joya del mal gusto: "No, lo nuestro es una costumbre; y el amor es otra cosa./ Ahora me voy, es lo mejor para los dos, te deseo mucha suerte que seas muy felìz, adiós.../ Te quiero, te quiero/ Adiós...". Con llantos, lágrimas y toda la estética de la bruttezza a su límite. 




4. Dueño de nada (1980) José Luis Rodriguez. Un momento memorable del famoso "Puma": No soy yo/ ese a quien tu le/ dices mi dueño;/ yo soy solo un perro/ que tus haces saltar. Qué impresionante:  "perro que haces saltar". 



5. El cariño es como una flor (1990) Rudy La Scala. No recuerdo experiencia más jocosa que esta canción. Y al mismo tiempo, mayor expresión de mal gusto. "El cariño es como una flor  / Que no se puede descuidar  /Porque siempre hay alguien que espera poderla llevar  / El cariño es como una flor  /Que no se puede descuidar  / Porque siempre hay alguien que espera poderla arrancar". Y con el tono de voz de este cantante, arcadas garantizadas. 

lunes, 6 de agosto de 2012

De Schubert con pasión: Quinteto para cuerdas en do mayor D. 956


Cuando por fin pude escuchar el Quinteto para piano y cuerdas en fa mayor Op 34 de Brahms, fue un día inolvidable para mi educación sensorial. Todavía recuerdo el embrujo que causó en mi el Scherzo: allegro. Una de los momentos más logrados de la historia de la música de cámara. Igual me ocurrió con el Quinteto para piano y cuerdas en fa menor de César Franck y su terrible Lento con molto sentimento, acaso una de las "cosas" más tristes que me han tocado escuchar en mi vida. Y todavía centellean en altura el Trio "Fantasma" de Beethoven, "El cuarteto para el fin del tiempo" de Massiaen. En fin, obras que estremecen con sólo pensar que existen. Y más todavía en el universo de lo sonoro.

Hoy el recuerdo es para el Quinteto para cuerdas en do mayor D 956 de Schubert. Una de las cimas, qué duda cabe, de la música de cámara. Gracias a que Schubert incluyó en segundo violonchelo, la obra adquiere un poder que pocas veces ha poseído el quinteto para cuerdas. Quizás no haya otro quinteto de cuerdas que se le asemeje en calidad. Schubert con esta obra crea un lenguaje para la música de cámara plenamente romántico, abriendo una ruta nueva ante los monumentales cuartetos para cuerda, del Op 127 al 135, de Beethoven.

La pasión que desborda el Quinteto en do mayor es impresionante a falta de un adjetivo más exacto. Los recursos que llegó a poseer Schubert para acometer dicha obra son tan evidentes, por diafanidad y certidumbre, que está composición habla en todos los lenguajes del corazón posibles. ¿Qué corazón es el que habla? El de Schubert. El de Schubert a punto de elevar sus raíces al instancia alada. Antes Beethoven y sólo después Brahms, llegaron a esa plenitud. Y es así que el nexo de la perfección de la santísima trinidad de la música de cámara (Beethoven, Schubert y Brahms) queda establecida. 

Aquí el orden del prodigioso Quinteto en totalidad: 

I. Allegro ma non troppo
II. Adagio
III. Scherzo. Presto - Trio. Andante sostenuto
IV. Allegretto