Música Principia

“Nacido con un alma normal, le pedí otra a la música: fue el comienzo de desastres maravillosos...”. E. M. Cioran, Silogismos de la amargura.

"Por la música, misteriosa forma del tiempo". Borges, El otro poema de los dones.

martes, 26 de julio de 2011

Agujero negro contra supernova

Mark Rothko. Capilla. 

A veces la música no suena. Sólo es duración, tiempo que transcurre. Bomba aburrida del cuartel achica/ tiempo tiempo tiempo tiempo/ Era Era. (César Vallejo). Es decir, pasa y pasa. No llega a ser el "aire sonoro" (Busoni)  que nos eleva o nos arrastra. Sólo transcurre en si misma. No es, no llega a ser. No llega a constituirse en materia de los ensueños, ni en materia de los recuerdos, ni materia de las necesidades. Transcurre, encerrando toda esperanza, todo alivio; incluso el alivio de duelo, incluso el alivio del alivio. No suena para nada, es la experiencia de la nada. 

Cuando la música no suena, tampoco llega a constituirse en silencio. Pues el silencio es la apertura y la conclusión de la experiencia sonora. La música, cuando surge del silencio y vuelve a él, adquiere sentido, pues comprendemos el devenir en su acción dramática. Un sonido modulado que nos lleva siempre a un símbolo. Una acción sonora que repercute en el recipiente abierto de la conciencia. Pero cuando la música no suena, no hay silencio que valga. Nos quedamos en la mudez del sinsentido. Es el todo ante del big bang. Cuando todo era nada. Y no habitaba el silencio y no habitaba el sonido. 

A veces pienso que los agujeros negros son las puertas hacia la nada. Y percibo que si me acerco a ellos, mi existencia sería arrastrada hasta su última disolución. Es decir, cuando no hay posibilidad de transformación, de cambio, de esperanza. Pues la esperanza está unida al cambio. Y cuando simplemente nos diluimos, ya no hay posibilidad de cambio. Eso ocurre cuando la música no suena.

Pero por un momento, atisbo el sonido.Contra la nada, algo empieza a constituirse de forma violenta y abrasiva. Es la furia contra la inexistencia. Es el tiempo que recupera el tiempo. La energía que se agolpa, uniendo todas las partes en riesgo de disolución absoluta. La lucha empieza.  El ser contra la nada. La música que busca erguirse sin límites, aun cuando tenga que convertirse en un agujero negro. Estalla finalmente y llena de su furia fugaz todo el universo, por un tiempo. Por eso se recupera nuevamente el sonido. Y la música finalmente suena. 

Sonata 4, 33 " de John Cage

viernes, 15 de julio de 2011

La otra belleza

La Prèire. Man Ray 

Ante el espejo, se mira la belleza. El reflejo no es el de la belleza real que resplandece junto al bien y a la verdad, al modo de los transcendentales. Sólo es belleza, desnuda y solitaria ante si misma. Esa belleza, reflejo de la real, se convierte en una puerta hacia lo desconocido. Sin bien ni verdad, es belleza ilimitada; incontinente en sensaciones, en pulsaciones, en pasiones. Es la belleza más allá del bien y del mal, más allá de la verdad y de la mentira. Y por eso, profundamente trágica, dolorosa, incomprensible. 

Ante la otra belleza, la que se mira ante el espejo, la reacción suele ser también descontrolada. Pues al no existir lo límites del bien y de la verdad. El contemplador se sumerge en el frenesí de la experiencia estética sin más. Belleza que nos lleva a la luz y al dolor. Pero que un rapto de última lucidez, el espectador logra unir, creando un nuevo tipo de relación con la última belleza.

Ya dentro del espejo, la belleza se torna en sombra y tiniebla, en lucha y en esfuerzo. Lucha por seguir siendo a  pesar de si misma. Por eso en la música, la otra belleza, ya no encanta, sino nos devora. Ya no logra equilibrar nuestros afectos, sino los expande al límite. Pero rompiendo incluso el límite, haciéndolo siniestro, compulsivo, ansioso. Sin embargo, tras la ruptura final, la música vuelve agotada; se convierte en restos mínimos, fragmentos de lo que fue en algún momento. La belleza en el espejo se desdibuja a si misma. Ya no hay un cuerpo unificado, sino brazos, piernas, cabeza, ojos, manos, etc. Partes de lo que fue. Fragmentos de un sueño que se disuelve sin esfuerzo; languidece esperando su muerte. 

Presento ahora, ejemplos de lo que considero la otra belleza. No tengo el modo de justificar su inclusión en este texto. Quizás sólo el modo impresionista de mis percepciones musicales o los términos afectivos de mis sensaciones. No hay forma de justificar estas palabras. Sólo tu estimado (a) lector(a) llegarán a entenderlo si escuchas con atención. 

Para Alina de Arvo Pärt. 



Canto secondo. Suite para violonchelo n.º 1 Op 72 de Benjamin Britten



Monólogo para Fagot. Isang Yun

lunes, 11 de julio de 2011

Hammerklavier: el resto es ruido



Partitura original de la Hammerklavier

Ahí esta el monumento a la perfección. ¿Qué me queda escribir? Nada. Porque nada soy capaz de decir ante tamaña muestra de sabiduría musical. Lo logró Bach con la Ofrenda Musical y el Arte de la Fuga. Lo logró Mozart con Don Giovanni y el Quinteto para Clarinete. Y Beethoven con la Hammerklavier. Todo lo demás es una apostilla. Lo siento por ser así de categórico. Es cierto, de estos tres titanes de la música hay mucho más. Y de otros gigantes como Schubert, Brahms, Mahler, Shostakovich, Britten, también hay mucho de primera línea. Pero ante la Hammerklavier, todo lo demás, ahora, me resulta ruido. 

No puedo escribir nada digno de la cumbre de la música para piano. Sólo me queda apagar las luces de esta noche, irme a dormir y pensar que nada soy, nada soy. Beethoven, qué grande eres, desde siempre. 

Sonata para piano n.º 29 en si bemol mayor Op 106 de Ludwig Van Beethoven. Presento sólo dos movimientos: el primero, Allegro y el tercero, Adagio sostenuto. Apasionato e con molto sentimento. 

Allegro




Adagio. La infinitud en la plenitud.



sábado, 9 de julio de 2011

En forma de tiempo, en forma de palabra


Esa música es antigua. Tiene tres siglos y algo más. Se reconoce con facilidad en el diálogo a dos voces melódicas, dentro del sabio modo del contrapunto. Dos violines, un Stradivarius y una Guarnieri. De alguna manera, cada melodía es el espejo de la otra. Aunque la primera lleva un tiempo más sobre la faz de la tierra, la segunda siempre lo alcanza, en una contemplación segura y serena de lo que se es y se hace. Dos formas que se enlazan haciendo que todo lo real resplandezca en su magnitud y profundidad, tanto las abstracciones como los objetos singulares. 

Esa música es antigua. Tiene tres siglos y algo más. Y es la música que devela el misterio del amor en su dimensión exacta. Pues el amor, hijo de la belleza, es equilibrio preciso de formas que se entrecruzan sin ahogarse. Ambas melodías saben a dónde dirigirse con sólo tomar en cuenta las señales del crecer juntos y del creer juntos. Un contrapunto amoroso que no requiere palabras, que transcurre en el tiempo y esta libre de los caprichos, de los prejuicios, de las sentencias morales altisonantes. Un contrapunto amoroso que sabe a dónde se dirige la escala dramática y trágica. Y que también sabe que el equilibrio reflejado es condición de libertad, libertad que sabe controlar su propio tiempo. 

Esa música es antigua. Ahora tiene tres siglos y algo más. Pero tendrá siglos ilimitados. Será, a pesar del tiempo, un eterno presente. No muere, pues lo que la belleza creó nunca más morirá. Y todo ello se entiende por ti, Johan Sebastian Bach. Tu, que en algún lugar de lo invisible, sigues creando el diálogo amoroso entre dos melodías, dos vidas, dos tiempos que se entrelazan. Al modo del contrapunto. 

Largo ma non tanto. Concierto para dos violines en re menor BWV 1043 de J. S. Bach