Mozart compuso antes de los veinte años, cinco conciertos para violín. Todos ellos dentro de los límites del clasicismo de Mannhein, formalmente impecables y de una inventiva superior. Sin embargo, todavía no nos entrega la obra suprema para instrumentos de cuerda. Era una deuda pendiente. Pues en el terreno sinfónico la sinfonía n. º 25 se erigía como la mayor pieza instrumental de su época cuando el genio sólo contaba con 17 años. Y el concierto para piano n. º 9 en mi bemol mayor "Jeunehomme", con el andantino profundamente trágico y melancólico, se había estrenado en 1777, cuando el maestro sólo contaba con 21 años. En una carta de 1777, Leopoldo le dice a Wolfgang: "No te has dado cuenta de lo bien que tocas el violín". La sentencia del ciclopedeo padre parecía sonar a orden imperativa: ya has hecho todo lo posible, sólo te falta la gran obra para cuerdas.
Hacia 1779, Mozart se encuentra enfrascado en una frenética gira por varias ciudades centroeuropeas. La misma incluye la odiada París y la siempre estimulante Mannheim, donde se encontraba la orquesta más culta y competente de Europa. En Mannheim tiene contacto con un género musical que se encontraba en el límite entre la sinfonía y el concierto: la sinfonía concertante. La sinfonía concertante había sido cultivada con esmero por los maestros de Mannheim, orquesta que se había convertido en un referente obligado junto al Concert Spirituel de Francia. Mozart conocía a amabas orquestas, pues había producido composiciones para ambas. Así 1779, Mozart nos ofrece su obra cumbre para instrumentos de cuerdas: La sinfonía concertante en mi bemol mayor KV 364/320b para violín y viola. Esta composición presenta tres movimientos: Allegro, Andante y Presto. Y es precisamente el andante la razón de ser de este texto.
Hace unos años leía los Silogismos de la amargura del abrasivo ensayista y melómano comprometido Emil Cioran. Cioran nunca ocultó su pasión por Bach y por Mozart. Sobre los andantes mozartianos, Cioran escribió: "De algunos andantes de Mozart se desprende una desolación etérea, como un sueño de funerales de otra vida" (Silogismos de la amargura, 1952). Cioran sabía lo que decía. Conocedor profundo de la música, podía reconocer en el aire sonoro (Busoni) la condición suprema de la misma sobre todas las actividades humanas. Así, Cioran escribió en el mismo libro esta bella y sobrecogedora sentencia: "Sin el imperialismo del concepto, la música hubiera sustituido a la filosofía: habría sido entonces el paraíso de la evidencia inexpresable, una epidemia de éxtasis".
Mozart contaba con 21 años cuando compuso la gran sinfonía concertante para violín y viola. Ya en ese momento, varias óperas, conciertos, sinfonías y harta música de cámara habían surgido de esa extraña confluencia que es el yo y su cerebro que, en el caso de Mozart, nos hacen demostrar la existencia de los milagros. Mozart era un milagro humano. Alguien que aun resulta increíble que fuese uno de nosotros. Por ello, en el andante de la sinfonía concertante en mi bemol mayor, podemos encontrar todas las huellas, todos los rastros de las dimensiones de la humanidad. Bien dice Cioran: "sueño de funerales de otra vida". Realidad, demostración y anhelo que, aunque resulte, a veces, imposible de demostrar, es condición para el corazón amante de la tierra bella y buena: el paraíso. Aunque en el imperialismo del concepto es muy difícil demostrar lo que el corazón sabe abundantemente, la música lo demuestra de modo claro y distinto. Seremos superiores como especie cuando sepamos hablar en música. Mozart fue el primero en salir de la multitud.
Andante. Sinfonía Concertante para violín y viola en mi bemol mayor KV 364/320d de W. A. Mozart. Licencia para sentir lo real, como quieras melómano y melómana.
Mozart contaba con 21 años cuando compuso la gran sinfonía concertante para violín y viola. Ya en ese momento, varias óperas, conciertos, sinfonías y harta música de cámara habían surgido de esa extraña confluencia que es el yo y su cerebro que, en el caso de Mozart, nos hacen demostrar la existencia de los milagros. Mozart era un milagro humano. Alguien que aun resulta increíble que fuese uno de nosotros. Por ello, en el andante de la sinfonía concertante en mi bemol mayor, podemos encontrar todas las huellas, todos los rastros de las dimensiones de la humanidad. Bien dice Cioran: "sueño de funerales de otra vida". Realidad, demostración y anhelo que, aunque resulte, a veces, imposible de demostrar, es condición para el corazón amante de la tierra bella y buena: el paraíso. Aunque en el imperialismo del concepto es muy difícil demostrar lo que el corazón sabe abundantemente, la música lo demuestra de modo claro y distinto. Seremos superiores como especie cuando sepamos hablar en música. Mozart fue el primero en salir de la multitud.
Andante. Sinfonía Concertante para violín y viola en mi bemol mayor KV 364/320d de W. A. Mozart. Licencia para sentir lo real, como quieras melómano y melómana.
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