Dodecaedro de Paccioli |
Ahora, mientras escucho a Bach, pienso en la libertad. No en la libertad romántica que poco tiene de libertad. Libre albedrío del corazón para decir lo que le venga en gana, hiriendo, prejuzgando; convirtiéndose en aquello que denuncia. Más bien pienso en la libertad en el sentido bachiano. Donde cada nota respeta a la otra, donde la melodía esta al servicio de una idea que se muestra transparente, sin interferir en la otra que discurre sola pero en diálogo con la primera.
La ética del contrapunto bachiano nos enseña que toda melodía no ahoga el desarrollo de otra melodía. Las voces polifónicas colaboran sin convertir el diálogo musical en un tropel gregario sin identidad definida. Podemos percibir la independencia de cada línea melódica, nítidamente. Por eso no hay sometimiento, tampoco renuncia. Sólo conversación madura de melodías que discurren entre si. No es la libertad romántica, donde la melodía somete a la armonía, donde una idea dominante esclaviza a las demás ideas. Eso a la larga destruye a la música y toda posibilidad del bien.
Ya he perdido la cuenta de las veces que escrito sobre la Ofrenda Musical y sobre el Arte de Fuga. Esta noche de verano quise oír la gran Ofrenda Musical. Tenía la necesidad de encontrar algo que una la transparencia con la rigurosidad. La libertad de la autonomía pero en consonancia con todas las demás autonomías. Eso que se llama armonía de los mundos. Armonía de las voces libres que se respetan, que no se sobreponen, que no se engullen. Melodías que no caen en el fácil juego de la tolerancia por la tolerancia. Se toleran porque se ven maduras y dignas de discurrir por el espacio.
Largo de la sonata para trio de la Ofrenda Musical. Libertad que se limita a si misma. Lección de ética de Bach.
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