Si no fuese la música, sería la pintura mi arte. Incluso pienso que mis últimos años de vida estarán dedicados al ejercicio de pintar. Pintar para contemplar y contemplar para pintar, como ahora que la rama de un arbusto ha logrado recrear el movimiento mínimo, al límite de la quietud. Y esta luz limeña de ser y no ser, que está pero que en realidad nos anuncia que no está. Pintar como un ejercicio de conocimiento más que de representación o autoexpresión. Sin presunciones de fama, septuagenario o octogenario, dedicado a conocer, asombrado, lo que nunca me deja de asombrar: los objetos singulares y sus vínculos con las abstracciones del lenguaje y del pensamiento. Nada de ciencias sociales o estudios culturales que envilezcan el espíritu. Sólo arte, filosofía y ciencias naturales. Y en el corazón, la certeza del paraíso anunciado en el amor y refrendado en las Cartas de Pablo.
La pintura ha pintado a la música. La ha pintado desde la artesanía decorativa, la iconografía alegórica y aleccionadora y la recreación y ambición estética. Por ejemplo, el cuadro de Carlo Saraceni "Santa Cecilia y ángel" de 1610, nos presenta el diálogo místico y musical entre la santa patrona de la música y el ángel custodio de su virginidad, laúd y violón de seis cuerdas (instrumento hoy desaparecido) se unen en coloquio angélico.
El cuadro de Fracoise Perrier, Orfeo ante Hades y Perséfone, de 1650, evoca el momento en que el enamorado y suplicante Orfeo trata de convencer a los dioses infernales que les permita rescatar de la muerte a la bella Euridice. Orfeo ejecuta una lira da braccio mientras conmovidos lo escuchan los dioses del inframundo.
El bello cuadro de Carlo Francesco Nuvolone "El artista y su familia" de 1630, nos muestra al pintor pintando y a su familia, todos ellos músicos, ejecutando una pieza imaginable. Laúd, arpa y clavijero se unen en esta intimidad artística, casi paradisíaca.
Y termino con un grabado de Nicolás de Larmessin, "Traje de músico", de 1690. Alegorías sobran, también perplejidades. Alguna vez soñé que me había convertido en este extraño ser. En el límite de la pesadilla.
Me doy cuenta que he escogido obras del siglo XVII e inicios del XVIII. ¿Qué música podría acompañar estas obras? Pienso en Sainte Colombe, en Enmanuel Siprutini, en Isabella Leonarda o en Marco Uccellinni.
Sonata 12 en re menor para violín y clave de Isabella Lomdarda (1620-1704)
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