No se trata de la música para la danza; la música que se compone para ser bailada. Más bien, aquella que se utiliza para bailar aun cuando su fin no era ese. Se toma una composición musical y, a partir de ella, se elabora una coreografía- muchas veces libre -que recrea en el movimiento del cuerpo en un concepto, en una sensación, en una intuición. Admito no conocer mucho de danza. Mis alcances son básicos. Por ello me limitaré a mostrar aquello que simplemente me gusta o me parece atractivo.
Hace unos años Sting, el ecléctico músico inglés y la retirada bailarina italiana Alessandra Ferri nos regalaron una de la coreografías más célebres de los últimos años a partir del prelude de la suite para violonchelo en sol mayor N.º1 BWV 1007 de Bach. La transcripción para guitarra más conocida de este prelude fue dada a conocer por el gran Andrés Segovia. Aquí Ferri y Sting nos muestran una versión enmarcada en la estética visual de los años 80´s.
Mark Morris me encanta. Me encanta su temeridad. Su deseo de intervenir composiciones impensadas transformándolas en piezas de baile. Mucho se ha criticado al gran coreografo norteamericano. Pero pienso que ha hecho mucho para ampliar la experiencia estética del hombre y la mujer común. Una forma de llevar al público no entendido propuestas artísticas que inciden en la formación de los sentidos.
Dido y Eneas de Purcell es una de mis veinte operas favoritas de todos los tiempos. Posee una de la arias más logradas de la historia de la música: El Lamento de Dido. Mark Morris elaboró una coreografía sobre esta opera, intensa y bellamente trágica. Quienes hemos vivido al límite el enorme drama de Purcell, sabemos lo difícil que es construir una coreografía sobre la segunda escena del segundo acto de Dido y Eneas. Thy hand, Belinda y maravilloso When I am laid in earth oficiados por un soberbio Morris. Sólo para recordar el texto que se va a danzar, le muestro:
Coro
Las grandes mentes
conspiran contra sí mismas
y evitan la cura
que más desean.
Dido
Tu mano, Belinda;
me envuelven las sombras.
Déjame descansar en tu pecho.
Cuánto más no quisiera,
pero me invade la muerte;
la muerte es ahora una visita
bien recibida.
Cuando yazga en tierra, mis
equivocaciones no deberán crearle
problemas a tu pecho; recuérdame,
pero, ¡ay!, olvida mi destino.
Coro
Tú, Cupido,
vienes alicaído
y esparces rosas sobre su tumba,
dulces y tiernas como su corazón.
Mantén aquí tu vigilancia y no
partas nunca.
Merce Cunninghan y John Cage hicieron y vivieron tantas cosas juntos. Points in the space (1987) fue una performance que surgió de la afirmación de Albert Einstein: "No hay puntos fijos en el espacio". La pareja de artistas, junto Eliot Caplan elaboraron esta coreografía intercambiando oficios y percepciones. El resultado es interesante, pero sin llegar a la perturbación total de las primeras performances de dueto Cage-Cunninghan de los años 50 y 60. Lo mínimo tocado se une el movimiento corporal que busca puntos fijos en el espacio.
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