Música Principia

“Nacido con un alma normal, le pedí otra a la música: fue el comienzo de desastres maravillosos...”. E. M. Cioran, Silogismos de la amargura.

"Por la música, misteriosa forma del tiempo". Borges, El otro poema de los dones.

jueves, 23 de julio de 2009

Conmover

Tras exito de su Orfeo, Monteverdi estrenó Arianna en 1608. Lamentablemente se ha perdido gran parte de esta ópera que, sin duda alguna, fue tan grande y hermosa como el Orfeo. Por fortuna nos quedó un pasaje de Arianna, conocido como el Lamento de Arianna. Esta aria semi recitativa gozó de una enorme popularidad en el siglo XVII, como canon del estilo monódico expresivo que buscaba, entre otras cosas, conmover al público hasta las lágrimas. Y he ahí uno de los sentidos más profundos de la estética del barroco temprano. Componer para conmover, como Bernini -desde la escultura- nos conmovía con su Éxtasis de Santa Teresa.

La música debía conducir, "manipular" al extremo la sensibilidad del oyente. Agitar las pasiones del alma hasta su cima climática. Por ello se entiende gran parte de las arias y canciones dolorosas del gran siglo XVII y parte del siglo XVIII. Pienso en Flow my tears de Dowland, en el L´eraclito amoroso de Strozzi, el Lamento de Dido del Dido y Aeneas de Purcell o en Delirio Amoroso de Händel, por citar los casos más reconocidos. Conmover a una subjetividad que aun no había conquistado otros espacios de expansión.

Por no hay que confundir esta búsqueda de la conmoción sonora con la estética musical romántica. En el romanticismo, el lamento tiene su origen y fin en la sujeto que lo compone. No existe la intensión decidida de conmover al otro. Es el público el que opta por perturbarse con el dolor/amor. Sin embargo, en el lamento barroco , se evidencia un camino que tendrá distintos y nobles resultados en el romanticismo, a pesar de la ensoñación clasicista.

El Lamento de Arianna es uno de los casos que la historia de la música reconoce como el inicio evidente de una forma de hacer música. Lamento, pero unido a la convicción que incluso en lo terrible lo bellamente elaborado nos conduce a otra dimensión de la tristeza.

Lamento de Arianna

Dejadme morir;
¿y quién queréis que me consuele
en tan cruel suerte,
en tan duro sufrir?
Oh Teseo, oh Teseo mío,
sí, te quiero llamar mío, porque ya eres mío,
aunque huyas, ay cruel, lejos de los mis ojos.
Vuélvete, Teseo mío,
vuélvete, Teseo, oh Dios mío.
Vuélvete, vuelve sobre tus pasos, para mirar una vez más
a aquella que dejó por ti su patria y su reino,
y todavía sigue en esas orillas,
presa de fieras despiadadas y crueles,
y dejará sus huesos desnudados.
Oh Teseo, oh Teseo mío,
si supieses, oh Dios mío,
si supieses, aymé, cuánto sufre
la pobre Arianna,
quizá, preso del remordimiento,
volvieras la proa hacia esas orillas.
Mas con los vientos serenos,
te vas feliz y yo me quedo llorando;
para recibirte, prepara Atenas
soberbias y alegres pompas, y yo me quedo
pasto de las fieras en la orilla solitaria;
te abrazarán tus viejos padres
rebosando alegría, y yo
no volveré a veros, ¡oh madre, oh padre mío!
¿Dónde, dónde está la fidelidad
que tantas veces me has jurado?
¿Es así como me vuelves a sentar
en el trono de mis antepasados?
¿Son éstas las coronas
con que adornas mis cabellos?
¿Éstos son los cetros,
éstas las joyas y los oros:
dejarme en el abandono
a una fiera para que me desgarre y me devore?
Ay Teseo, ay Teseo mío,
¿dejarás que se muera,
llorando en vano, en vano pidiendo ayuda,
la mísera Arianna
que confió en ti y te dio gloria y vida?
Ay, ni siquiera contesta.
Ay, ¡más sordo que un áspid a mis quejas!
Oh nubes, o torbellinos, o vientos,
sumergidlo en estas olas.
¡Corred, orcas y ballenas,
y con aquellos miembros inmundos
llenad los abismos profundos!
¿Qué estoy diciendo, ay, estoy delirando?
Mísera, aymé, qué acabo de pedir?
Oh Teseo, oh Teseo mío,
no soy yo, no soy yo quien,
no soy yo quien profirió estas crueles palabras:
habló mi angustia, habló mi dolor;
habló la lengua sí, mas no el corazón.
Mísera, sigo dando lugar
a la esperanza traicionada, y no se apaga
a pesar de tanto escarnio el fuego de Amor.
¡Apaga, tú, muerte, las llamas indignas!
Oh Madre, oh Padre, oh del antiguo Reino
las soberbias moradas, donde tuve cuna de oro,
oh sirvientes, oh fieles amigos (ay, destino indigno),
mirad dónde me llevó la cruel fortuna,
mirad qué dolor heredé del amor mío,
de mi fidelidad y de aquel que me ha engañado.
Así vive quien en demasía ama y se fía.


Veronique Gens canta el Lamento de Arianna de Claudio Monteverdi

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