Música Principia

“Nacido con un alma normal, le pedí otra a la música: fue el comienzo de desastres maravillosos...”. E. M. Cioran, Silogismos de la amargura.

"Por la música, misteriosa forma del tiempo". Borges, El otro poema de los dones.

lunes, 8 de febrero de 2010

La isla de los muertos

Hay algo de decadente en el simbolismo. Decadencia que nos es precisamente un juicio despectivo. Los anuncios de crisis son siempre bienvenidos para aquellos que observan el devenir de las artes desde una distancia y altura necesarias. En el caso de Arnold Böklind, el pintor suizo, las coordenadas de la decadencia se deducen del hálito de nostalgia -sin más- que se observan en sus obras. Es como forzar la presencia y vigencia de C. D. Friedrich  muy lejos de su origen romántico. Pues lo que se justifica en Friedrich se desvanece en Böklind. 

Siempre he pensado que la obra de Sergei Rachmaninoff posee cierta inclinación a la decadencia, en el sentido que expongo líneas arriba. Una voluntad de querer, de seguir a pesar de los tiempos idos. Persistir en la forma, aun cuando esa forma ya no tenga espacio por donde explayarse. Sin el ecosistema adecuando, sólo queda el artificio radical del símbolo y, curiosamente, éste, el símbolo, se erige sin iconología posible. 

La obra de Rachmaninoff es un descomunal esfuerzo formal. Posee un poder se seducción que convence a los oídos más convencidos, pero que puede, al mismo tiempo, dejar indiferente al oído huraño. Por ello, valorar a Rachmaninoff implica reconocer los límites de la seducción. Reconocer que lo que se escucha es una recapitulación desesperada de algo que se diluye. 

La Isla de los Muertos Op 29 es un poema sinfónico, inspirado en la serie de cuadros del mismo nombre de Arnold Böklind. El estreno de esta obra tuvo lugar en 1909. Al inicio se oye una especie de marcha fúnebre que recuerda el vaivén de las aguas de Estigia al cruzar Caronte en su barcaza. Similar al que se escucha en el primer movimiento de su segundo concierto para piano y parecido al Marte de los Planetas de Holst. Luego, el canto del Dies Irae, el viento y, finalmente, la sensación de todo se desvanece como en el principio. La vida y la muerte del cuerpo en su última navegación.


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