Música Principia

“Nacido con un alma normal, le pedí otra a la música: fue el comienzo de desastres maravillosos...”. E. M. Cioran, Silogismos de la amargura.

"Por la música, misteriosa forma del tiempo". Borges, El otro poema de los dones.

jueves, 31 de enero de 2008

Palabra de Shakespeare

Pienso en los comentarios vertidos sobre los textos anteriores. Mientras desarrollo las respuestas aquí comparto algunos fragmentos del "Mercader de Venecia", pertenecientes al Acto V. Son tan interesantes, además de hermosos.


Acto V (Fragmentos)


LORENZO.- Entremos, querida mía, y esperemos su llegada. Y, sin embargo, es inútil. ¿Por qué hemos de entrar? Amigo Stephano, por favor, id a anunciar en la casa que vuestra ama está para llegar, y decid a vuestros músicos que vengan aquí, al aire libre. (Sale STEPHANO.) ¡Cuán dulcemente duerme el claro de luna sobre ese bancal de césped! Vamos a sentarnos allí y dejemos los acordes de la música que se deslicen en nuestros oídos. La dulce tranquilidad y la noche convienen a los acentos de la suave armonía. Siéntate, Jessica. ¡Mira cómo la bóveda del firmamento está tachonada de innumerables patenas de oro resplandeciente! No hay ni el más pequeño de esos globos que contemplas que con sus movimientos no produzca una angelical melodía que concierte con las voces de los querubines de ojos eternamente jóvenes. Las almas inmortales tienen en ella una música así; pero hasta que cae esta envoltura de barro que las aprisiona groseramente entre sus muros, no podemos escucharla.


(Entran los músicos.)


¡Eh, venid y despertad a Diana con un himno! ¡Que vuestros más dulces sones vayan a impresionar los oídos de vuestra señora y traedla hasta su morada con música!



(Suena la música.)


JESSICA.- Jamás estoy alegre cuando oigo una dulce música.

LORENZO.- La razón es que todos vuestros sentidos están atentos. Fijaos un instante como se conduce un rebaño montaraz y retozón, una yeguada de potros jóvenes sin domar haciendo locas cabriolas, soplando y relinchando con gran estrépito, acciones a que les impulsa naturalmente el calor de su sangre; si ocurre que por casualidad esos potros oyen un sonido de trompetas, o si alguna tonada musical llega a herir sus oídos, los veréis, bajo el mágico poder de la música, quedarse inmóviles como por acuerdo unánime, y sus ojos tomar una tímida expresión. Por esta razón el poeta imaginaba que Orfeo atraía a los árboles, las piedras y las olas, pues no hay cosa tan estúpida, tan dura, tan llena de cólera que la música, en un instante, no le haga cambiar su naturaleza. El hombre que no tiene música en sí mismo, aquel a quien no conmueve la armonía suave de los sonidos, es apto para las traiciones, el robo, las estratagemas y las malignidades; los movimientos de su alma son trises como la noche y sus sentimientos tenebrosos como el Erebo. No os fiéis jamás de un hombre así. Escuchad la música.

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