¡Viva belleza! Vuelve al miserable corazón de este pueblo,
recupera tu lugar en torno a la mesa hospitalaria y en nuestros templos...
Diotima. F. Hölderlin.
El cardenal Pamphili, uno de los fundadores de la Academia de la Arcadia, poeta y teórico de las artes, escribía emocionado sobre el talento del joven Friedrich Haendel:
Oh, Haendel, no puede mi Musa
Cantar en un instante
Versos que sean dignos de tu lira
Enfatizo la relación entre Pamphili y Haendel como un caso de relación estrecha entre el artista y el mecenas culto y sensibilizado. Pamphili, como la mayoría de los miembros de la aristocracia, la alta burguesía y el clero, había sido formado en la integridad del saber. Unió en su instrucción el ámbito teórico y práctico con la educación sensorial y estética. Aquello que la revolución humanística había propuesto como clave de distinción. En los siglos XVI, XVII y XVIII, excluir a las artes de la formación general, era impensable. No se podía concebir un ser humano culto sin el cultivo de las artes. Afortunadamente, las revoluciones liberales (norteamericana, francesa, etc) en vez de abolir la formación humanística, entendida como una amplia base de saberes teóricos, prácticos y estéticos, buscaron expandirla a otros sectores de la población. No sólo el rico y poderoso se podía enriquecer con la universalidad del saber, también el pobre tenía el derecho de acercarse a la gran tradición, incluida la tradición artística.
La bella y profunda sentencia de Terencio, el poeta latino, Homo sum, humani nihil a me alienum puto (soy hombre, nada humano me es ajeno ) se presenta como la divisa de la actitud humanística. De ahí que el proyecto de educación y formación integral nunca excluyó a las artes. Resulta emblemático que durante los siglos XVI al XIX, se hallan producido obras que resultan modélicas. La grandeza de esa producción literaria, plástica y musical se debe, en gran medida, a la existencia de un público comparativamente más culto e ilustrado que otros destinatarios de otras épocas. Así, las sensibilidades cultivadas se convierten en el ecosistema propicio para la elaboración de obras de mayor calidad. Las exigencias de un público culto siempre serán mayores.
El humanismo no cesa a pesar de la caricatura que muchos tratan hacer de él. Caricatura que presenta al interés universal por el hacer humano. como producto de una sociedad encorsetada, vieja y aristocratizante. "Rancias humanidades", en que la burla identifica al humanista como un ser perdido en el tiempo, ajeno a las preocupaciones de entorno. Y resulta curioso que un autor crítico de las estructuras sociales de su época, difícilmente identificado con posturas conservadoras y aristocratizantes, como José Mariátegui, escribiera una de las proclamas más humanistas de nuestro país en la presentación del primer número de Amauta: Estudiaremos todos los grandes movimientos de renovación -políticos, filosóficos, artísticos, literarios, científicos. Todo lo humano es nuestro.
Acercarse al humano desde la integridad de sus dimensiones. Reconocer en su práctica y obrar aquello que nos distingue. Eso es humanidades. Acercarse al tiempo, a la palabra, a la fe, a la belleza y al conocimiento, sabiendo que el humano late en esas dimensiones plenamente. Por ello resulta inquietante las voces que plantean amputar la dimensión estética de la formación humanística. Eliminar la experiencia de reconocer lo que somos en la pintura, en la escultura, en la música, etc, bajo el argumento que "eso no es útil". Amputar las artes de los estudios de formación básica debilita la percepción que el ser humano tiene de si. Lo hace proclive con mayor facilidad a la intolerancia, a observar la vida desde el ángulo perverso de la única vía. Por eso pienso cada día más, que detrás de aquellos que detestan a las humanidades y especialmente a las artes, se esconde un gran temor: reconocerse inmunes a la belleza y, por lo tanto, al bien. El ser humano se abandona al reinado de lo feo, lo banal y a la maldad.
Pienso en el cardenal Pamphili. Probablemente no fue la mejor persona del mundo. En todo caso, sólo Dios lo sabe. Pero tuvo la inteligencia y la sensibilidad de apoyar al jesuita Giovanni Mario Crescimbeni para crear la Academia de la Arcadia, nombrándolo teórico de la misma . Y fue quien acogió al joven Haendel una vez llegado a Roma en 1707. Le confió su poema Delirio Amoroso y Il trionfo del Tempo e del Disinganno para que elabore una cantata con los mismos nombres. Fue quien le impulsó a Haendel a estrenar Aci, Galatea e Polifemo HVW 72, de belleza impresionante. El cardenal Pamphili, sin proponerselo, por el simple hecho de valorar a las artes y a la música, colaboró en hacernos la vida un poco mejor gracias a la gran música de Haendel.
Qui L'augel Da Pianta In Pianta Lieto Vola. Aci, Galatea e Polifemo HVW 72. G. F. Haendel. Canta: philippe jaroussky
Qui l’augel da pianta in pianta,
lieto vola, dolce canta
cor che langue a lusingar.
Ma si fa cagion di duolo
sol per me che afflitto e solo,
pace, oh Dio! non so trovar.
2 comentarios:
estimado ricardo falla
su blog es apasionante. me conmueve hasta las fibras mas intimas. y es que la musica academica es la "encarnacion" de los coros angelicales. me han dicho que usted es licenciado en filosofia POR LA FACULTAD DE TEOLOGIA DE LIMA. es cierto? quisiera conocer un poco mas de su formacion.
Estimado Roger, gracias por sus palabras.
Saludos
Publicar un comentario