En momentos como este quisiera que el teclado de la PC fuese un piano. Pues lo que deseo escribir habita en la música y no en la palabra. Y no se trata de sensaciones imbuidas de tristeza o desconsuelo. Nada de eso. Tampoco de alegrías. Lo que sucede es que pienso en música lo que habitualmente es palabra. Si el límite es el silencio, para mi es el sonido. Es decir, el límite de la palabra es la música. Ahí donde la palabra no llega, la música deviene en pensamiento.
Hoy leo a Primo Levi. ¡Cuántas cosas se pueden pensar a partir de su intensa prosa! Cuando leo a autores como Levi, lejos de aquejarme una sensación de derrota, me sucede algo particular. Las ideas se transforman en sonidos; frases breves que condensan estados del alma y reflexiones sobre esos momentos. Lo que cuenta Levi es - a no dudarlo- siempre triste. Pero una cosa es lo que narra y otra es la reflexión que me sucita. Y eso que pienso es lo intraducible en términos de la palabra.
" Los que sobrevivimos a los campos de concentración no somos verdaderos testigos. Esta es una idea incómoda que gradualmente me he visto obligado a aceptar al leer lo que han escrito otros supervivientes, incluido yo mismo, cuando releo mis escritos al cabo de unos años. Nosotros, los supervivientes, no somos sólo una minoría pequeña sino también anómala. Formamos parte de aquellos que, gracias a la prevaricación, la habilidad o la suerte, no llegamos a tocar fondo. Quienes lo hicieron y vieron el rostro de la Gorgona, no regresaron, o regresaron sin palabras"
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