1734, Bach compone y estrena su célebre oratorio sobre el nacimiento de El Redentor. Seis cantatas basadas en varios pasajes bíblicos, como era de esperarse en la liturgia luterana. Estoy seguro que Bach habrá colocado la frase de siempre ( "soli Deo gloria") en la partitura. La belleza de esta obra no tiene comparación: es "la composición" navideña por excelencia. Al igual, ciertamente, que El Mesías de Haendel. Sin embargo, a diferencia de la celebérrima composición de Haendel, el Oratorio Navidad esta lejos de la grandilocuencia - hermosísima- del Mesías. Se trata de una obra concentrada, de oficio esmerado, dirigido -como la casi totalidad de la obra de Bach - a ese Alguien inefable. Composición litúrgica, concebida para conducir a la grey a un encuentro colectivo y personal con el Liberador - Reconciliador. Por ello puede discurrir a lo largo del alma, tocando esa fibra mística que todos tenemos y que muchas veces consideramos inexistente en nuestro entorno posible.
Pero en Bach la mística no se reduce a una experiencia irracional. No se trata de dejarse conducir en términos románticos. Despojarnos de nuestra conciencia de sí y abandonarnos al influjo sonoro. En Bach la mística hay que enternderla como control prudente de la espiritualidad. La obra en su conjunto fluye en el dominio de las tensiones sonoras. Un cerebro que logra ensamblar lo posible del sonido, sometiendo a la inteligencia el mundo formal-material. No es una mística desbordada, sino una mística de los límites. Quizá por eso perdura. Bach rompe la dicotomía clásico-romántico. El Oratoria Navidad es una muestra de una espirutualidad de tensiones ajustadas. Una muestra de interpretación de La Palabra. Una manifestación de la importante teología luterana hecha obra de arte.
Un fragmento del Oratorio Navidad, con John Eliot Gardiner en la dirección y la mezzosoprano argentina Bernarda Fink. Toda un regalo navideño del "músico de Dios"
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