Música Principia

“Nacido con un alma normal, le pedí otra a la música: fue el comienzo de desastres maravillosos...”. E. M. Cioran, Silogismos de la amargura.

"Por la música, misteriosa forma del tiempo". Borges, El otro poema de los dones.

sábado, 12 de mayo de 2007

La Música es igual a Bach


Me quedo mirando mi colección de grabaciones. No son pocas, pero tampoco son demasiadas. Siempre hay algo que quisiera tener. Falta algo siempre. Carencias que sólo tienen sentido para quien las padece. Requerimientos que para muchos serían tontos. Deseos comprensibles para alguien que asuma la música como una forma de vivir y de conocer la vida.


Al ver mi colección de grabaciones recuerdo el instante que adquirí la mayoría de ellas. En todos los casos siempre me embargó un sentimiento de entusiasmo infantil, de alegría ilimitada. También las ganas enormes de compartir con otro ser humano esta música tan amada. Porque también de eso se trata la melomanía. No se agota en la solitaria contemplación de una obra musical, sino también en el deseo de compartir aquella contemplación con algún congénere. Aquella satisfacción absoluta que se logra después de navegar junto a alguien. En que las risas sobrevienen después de haber asistido,por un momento, a un espacio de la belleza.


Sin embargo, es más frecuente que el placer del melómano sea solitario. Pocos son los que están dispuestos a usar el tiempo para oír. Como también son pocos los que tienen la disposición para mirar o leer. Aquí la dimensión del tiempo es fundamental. Si la temporalidad se vive de manera externa, es muy difícil que se pueda contemplar. El tiempo social nos obliga a verternos sobre el mundo, nos arranca de la catedral interior y nos conduce al vértigo de la desmesura. Ese es el tiempo del ruido, no de la música. Para oír música y contemplarla, se debe, creo, vivir el tiempo de forma interior. Es decir, dejar de lado al mundo por un momento (porque vivir en el mundo, es, aun, inevitable) y sumergirse en el ámbito más personal del yo. Estar en contacto sólo con la música en un diálogo abierto de formas que evocan los diversos estadios del alma y del ser. Y así cada melodía, cada nota, se torna en argumento de una poética que se edifica como un discurso armonioso. Tal como ocurre con algunos momentos luminosos de la filosofía o de la literatura más elevada. Aun cuando la obra evidencie una atonalidad voluntaria, es posible descubrir en aquel ejercicio sonoro, tanto en su fase compleja o primaria, la simetría consustancial al sonido.


Y así, en la conciencia, se edifican líneas melódicas, ascendientes o descendientes, que se unen generando otras, distribuyéndose por espacios que tienen la dimensión de nuestro cerebro y que son insospechablemente abiertos. En aquel momento, las estructuras sonoras pueden ser circulares, entrelazadas (como las cadenas enzimáticas del ADN) o de líneas verticales u horizontales que se cruzan. Si la fantasía es poderosa, las estructuras se hacen más visibles gracias al color. Y si la disposición es mayor, la luz ingresa a la melodía y el espíritu discurre por las estructuras del sonido puro, desmaterializanadose el violín, la clave y, alcanzando, cierta intuición de lo infinito, donde el sonido ya no es sonido (no verificable). A estas alturas llegamos al sonido absoluto. Las lineas han sido abolidas por la profusión ilimitada de éstas. Todas las escalas se comprimen, los tempi fluyen y esvanecen. Entramos al umbral del silencio, al que hemos llegado por la música. Toda la historia de la música, que es igual a Bach.

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