En el librero, descasaba la cabeza de Dante hecha de mármol de Carrara. Llegó desde Florencia junto a Papá en un viaje que hoy resulta místico por las connotaciones familiares, artísticas e ideológicas. A los 13 años, no había leído ningún verso de La Comedia y, lo poco que sabía del tema, lo conocí por las inmensas fuentes de información externa. Confieso que culminé la lectura de La Comedia cuando concluí la universidad a una edad que excedía los límites de la formación universitaria.
Sin embargo, fue esa cabeza de mármol la que movió mi imaginación como ninguna otra cosa. Pues me preguntaba cómo esa cara directa, firme y adusta de la escultura, había podido concebir, desde la metáfora, un paseo y devenir hacia el infierno. Como toda persona formada en tradición cristiana-católica, el imaginario del infierno se constituía en un elemento evidente, tanto de nuestra concepción religiosa como de nuestra percepción de lo malo que habita en el mundo. De ahí que concebir el infierno resulte más o menos posible y que lo que bien pudo alucinar Dante, más allá de la imbricada red de alegorías, es algo que se puede pensar.
Tan pronto como pude conocer los contenidos temáticos de La Comedia (como he dicho líneas arriba, sin haberla leído), me acerqué, como muchos adolescentes, al Heavy Metal. Tenía predilección por los grupos que hacían referencias a mundos infernales, tormentos, guerras de inframundo: Balck Sabbath, Iron Maiden, Dio, Venon, etc. Obviamente, no me quedé prendado de esta música por mucho tiempo. Sin embargo, la curiosidad, acaso cierto interés por lo mórbido, se fue gestando, en parte, alrededor de las letras y poses del Heavy Metal.
Cuando empezó mi suplicio universitario, no encontré demasiados amigos con quienes compartir mis pasiones musicales del periodo escolar. Silvio Rodriguez (a quien conocía demasiado), Pablo Milanés, Sui Generis, etc, perfumaron - hasta el hartazgo- el primer año de humanidades, junto a las bandas-ícono que aun me deslumbran: Pink Floyd, King Crimson, Rush, etc. Aparentemente, mi pasión oculta por lo morbido, no tenía un correlato musical. Sin embargo, fue en la literatura donde hallé el consuelo de lo oscuro: Nerval, Boudelaire, Rimbaud, Mary Shelley, Poe, Bataille, Genet., etc. Algo saturado de todo esto o quizás el instinto de supervivencia, me llevó a otras cosas, sin duda luminosas.
Pero el germen del Souvenir de Florence estaba ahí. La pintura que empecé a gozar tenía los mismos razgos que todo el anterior: el Bosco, Caravaggio, Blake, Goya, Fussili, Rosseti, Bacon, etc. El elemento oscuro, la fascinación por la muerte y sus metáforas. Alguién muy querido por mi me lo hizo notar cuando realicé una edición de imágenes cinematográficas para un curso que juntos dictamos en la universidad. Este me dijo: "Casio, ¿por qué has escogido las imágenes más morbidas?". Ciertamente, no las había elegido de manera deliberada. Simplemente, habían salido de mi sin filtro, ni represión. Pero debo aclarar que no sólo estas imágenes sonoras, escritas, visuales se hallan en mi. Existen otras que también disfruto y que me conmueven. Pueden revizar este blog para darse cuenta de ello. Como muchos, me hallo en la dualidad de luz y tinieblas.
¿Cómo surgió esta reflexión-confesión? Hace unos días fui a la casa de mis padres. La escultura de Dante, el Souvenir de Florence, me hizo comprender todo. No era Dante, sino toda la remificación estética que su busto potenció. ¿Qué conexiones internas se procesan en lo último de mi? Sabrá Dios. Pero por alguna extraña razón, todo este ejercicio estuvo acompañado de otro Souvenir de Florence, el deTchaikovsky Op. 70
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