George de la Tour. La mirada que se despliega busca la luz que proyecta el objeto. Poco a poco, la cosa recibe nombre, nunca de golpe. Falta que se descubra plenamente. Hay un centro que nunca se manifiesta, pero que se intuye. Caminos que vienen de Caravaggio, del Greco y de otros torturados. Me subyuga la sencillez y la lectura cíclica y contemplada que hago. Tan lejos de Vermeer - el que vió el más allá en el más acá- y tan cerca al mismo tiempo. Extremos y juntos.
Desearía que nos quedemos viendo esto. Detenernos en la amplitud de la noche. Ahora que todos los días no existen. Ahora que la noche ya jamás volverá a ser noche. Descubriremos que hubo un tiempo en que la oscuridad existía. Un tiempo en el que los objetos no sólo eran cosas. Que habitaba en la cosa individual lo que en lo universal es imposible. La luz, me digo, hacia dónde va mientras se despliega a un infinito que está más allá de este soporte. Fatiga de la máquina del espíritu. Esta vez deseo ser esa noche con una luz en el corazón.
George de la Tour. Magdalena.
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