El "Ave verum corpus", el Concierto para Clarinete y orquesta, La Flauta Mágica, La Clemencia de Tito, el Requiem, etc, y otras obras más, fueron las últimas composiciones de Mozart. En sólo tres meses, de septiembre a diciembre de 1791, el genio de Salzburgo nos dejó lo mejor de su imprescindible repertorio. A pesar de sus enormes padecimientos y desventuras últimas, en estas obras, Mozart no evidencia -al menos eso creo- la tragedia de su propia existencia. Logró separar, quizá haciendo un esfuerzo notable, la vida a la obra. ¿Qué es lo que hace que un artista pueda distanciarse de su propia situación vital a fin de construir una obra librada del dolor? Para las generaciones románticas, tal proyecto hubiese sido impensable. La unión entre la vida y el arte era el principio rector del romanticismo. Para llegar a la "verdad" había que sacrificar a la "idea". ¿Qué idea? La idea de occidente: la belleza.
Al fin y al cabo, el proyecto romántico se impuso a fuerza de una individualidad cada vez más desbocada, "patria del individuo libre y soberano" que a a la larga no sólo inmoló a la "novia inviolable de la quietud"(Keats) sino también al arte. Pero Mozart, a pesar de los infortunios, no cayó en la tentación de manipular a la "Idea" según su circunstancia, incluso en los momentos más desgarrados de los primeros minutos del 5 de diciembre de 1791, cuando le dictaba a Sussmayr la Lacrimosa del Requiem. Por eso es un artista crepuscular. Fue último sirviente de la belleza, el creyente postrero de algo que había dominado el corazón cultural de occidente por siglos. En Mozart la "fe" en la belleza se transfigura a niveles absolutos. El artista que rompió con el mecenas para liberarse de su tutela, no rompió con la "idea ideal". Libre de lo humano para servir a algo que es ahora inconcebible.
Sinceramente pienso que Mozart fue el final de algo. Ese "algo" que empieza con Santa Hildegard, Despres; continua con Palestrina, Monteverdi y Dowland; sigue con Buxtehude, Purcell, Vivaldi, Handel y llega niveles absolutos con Bach y Haydn. Mozart sintetiza todo ese esfuerzo. Pero no creo que haya sido el comienzo de "otra cosa". Tras Mozart, Beethoven tuvo que navegar en un oceáno muy confuso. Por ello su ejercicio fue también descomunal: fue capaz de replantear el devenir de la música bajo luces que él no tenía muy claras. Se dió cuenta que no podía seguir mirando atrás, pues el "atrás" era "insondable" Toda la música posterior, hasta el final siglo XIX, fue en cierta medida una añoranza a la "idea" perdida, idea disfrazada en miles de motivos. Pienso en Brahms, Wagner, Mahler, Richard Strauss (incluso en Las Metamorfosis de 1947), por mencionar a algunos. Recien la música se planteó nuevos retos en el siglo XX, cuando la música ya no era "sólo" música. El dodecafonismo y el serialismo integral, fueron aquel inicio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario