Mi pequeña y yo estamos en una diminuta plazuela cerca al malecón. Juntos, nos hemos sentado en una banca de madera. Comemos galletitas y bebemos leche chocolatada en caja. Ella me mira, me dice que está feliz, quiere que nos quedemos un rato más mientras la brisa de la mañana nos refresca el rostro. Yo asiento y columpia sus pies que no llegan al piso. La abrazo y pienso qué hermosa es la vida cuando se nos permite vivirla ( o cuando luchamos por vivirla).
Mi niña es un pequeño Stradivarius y yo, un largo Guarneri da Gesú. ¿Qué melodía ha salido de nosotros? La de nuestras risas libres ejecutadas por el Espíritu. No hay muerte, no hay inicio. Sólo la eternidad reconocida en una mano grande y en una manito pequeña que se tocan con amor.
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