El rock and roll ES. No hay forma musical más vital, arrolladora, entusiasta, dionisíaca e instintiva. Pero, al mismo tiempo, teniendo ese poder, no deja de ser complejo, rico, cerebral. El rock and roll surgió y se desarrolló en sociedades abiertas para sociedades abiertas. Y por ello es música para mentes abiertas y orejas pensantes. Para siempre será el soundtrack de la mitad del siglo XX, el siglo de la cosmopolis bipolar. Ese mundo ahora aplastado por la hibridismo, la insoportable levedad del hibridismo del siglo XXI.
Ahora tengo el alma vestida de cuero negro. Esta mañana no sé cuánto durará, pero mientras dure, será maravillosa por la misteriosa forma del tiempo, en clave de Dionisos descarriado. Larga vida al Hard Rock y sus guerreros y guerreras que aun persisten.
Una de la autobiografías que más recuerdo es la de Charles Darwin. La leí con fruición hace muchos años, no sólo por la relevancia que posee en ilustre científico inglés en el desarrollo de las ciencias naturales, sino por la calidad de sus observaciones, la agudeza de sus juicios y la honestidad con la era capaz de mirarse a si mismo. Cuando terminé de leer su autobiografía, quedé convencido de la grandeza intelectual de este hombre, capaz de haber movido la concepción que el ser humano tenía de si hasta ese momento. La teoría de Darwin nos bajó del caballo y nos demostró que somos, a la larga, un especie más en el tercer planeta.
Uno de los momentos más interesante de su biografía, es cuando Darwin se refiere a si como un hombre que poco a poco ha ido perdiendo la facultad de emocionarse ante el artístico. Esa pérdida, según el científico inglés, nos conduce a una creciente falta de sensibilidad y, por lo tanto, a ser más proclives a hacer el mal. Las reflexiones que hace Darwin son profundas y las transcribo literalmente:
He dicho que en un aspecto mi
mente ha cambiado durante los últimos veinte o treinta años. Hasta la edad de treinta, o algo más, muchos
tipos de poesía, tales como las obras de Milton, Gray, Byron, Wordsworth, Colerige y Shelley me
procuraban un gran placer, e incluso cuando colegial me deleitaba intensamente
con la lectura de Shakespeare, especialmente en las obras históricas. También he dicho que antaño
la pintura me gustaba bastante, y la música muchísimo. Pero desde hace muchos años no
tengo paciencia para leer una línea de poesía; poco tiempo atrás he intentado leer a
Shakespeare y lo he encontrado tan intolerantemente pesado que me dio náuseas.
También he perdido prácticamente
mi afición por la pintura o la música.
Por lo general, la música, en lugar de distraerme, me hace pensar demasiado
activamente en aquello en lo que he estado trabajando. Conservo un cierto gusto
por los bellos paisajes, pero no me causan el exquisito deleite de antaño. Por
otra parte, durante años, las novelas, que son obras de la imaginación aunque
de no muy alta categoría, han sido para mí un maravilloso descanso y placer, y
a menudo bendigo a los novelistas. Me han leído en voz alta un número sorprendente de novelas, y me gustan
todas si son medianamente buenas y no terminan mal —contra éstas debía
promulgarse una ley. Para mi gusto, una novela no es de primera categoría a
menos que contenga una persona que lo conquiste a uno por completo, y si es una mujer guapa, mucho mejor.
Esta curiosa y lamentable pérdida
de los más elevados gustos estéticos es de lo más extraño, pues los libros de historia, biografías,
viajes (independientemente de los datos científicos que puedan contener), y los ensayos sobre todo
tipo de materias me siguen interesando igual que antes. Mi mente parece haberse convertido en
una máquina que elabora leyes generales a partir de enormes cantidades de
datos; pero lo que no puedo concebir es por qué esto ha ocasionado únicamente
la atrofia de aquellas partes del cerebro de la que dependen las aficiones más elevadas. Supongo que una persona de mente
mejor organizada o constituida que la mía no habría padecido esto, y si tuviera
que vivir de nuevo mi vida, me impondría la obligación de leer algo de poesía y escuchar algo de música por
lo menos una vez a la semana, pues tal vez de este modo se mantendría activa por el uso la
parte de mi cerebro ahora atrofiada. La pérdida de estas aficiones supone una merma de
felicidad y puede ser perjudicial para el intelecto, y más probablemente para el carácter moral, pues
debilita el lado emotivo de nuestra naturaleza.
Asumo como ciertas las honestas observaciones de Darwin. Trato por un momento de pensar en una composición conmovedora, llena de sentimiento; capaz de hacer que nosotros, los seres humanos, nos elevemos desde nuestra pequeñez hacia horizontes infinitos de belleza. Leyendo al gran Darwin no dejo pensar en los trascendentales: bondad, belleza, verdad. Y pienso en una de las más grandes arias y recitativos de la historia: el lamento de Dido, de la opera Dido y Eneas de Purcell. Eneas abandona Cartago y la reina decide acabar con su vida. No encuentro mejor ejemplo de la música convertida en vehículo de belleza infinita en este momento.
Recitativo:
Dame tu mano, Belinda; la
oscuridad me envuelve.
En tu seno déjame descansar.
Más quisiera, pero la muerte me
invade;
La muerte es ahora una bienvenida
visita.
Aria:
Cuando yazga, yazga en la tierra,
que mis errores
no causen cuitas a tu pecho;
Recuérdame, pero ¡ah! olvida mi
destino;
Recuérdame, recuérdame, pero ¡ah!
olvida mi destino.
La felicidad siempre viene-en mi caso- con tristeza. El cielo está azul y el alma vive como siempre en sus estados intermedios. Y hoy recuerdo un aria de la Traviata de Verdi, la que se encuentra en el primer acto: È stranno,..!è stranno....!Ah, fors'è lui che
l'anima...Sempre libera. Veo y escucho la interpretación de Natalie Dessay, haciendo de Violeta. Por un momento tengo ganas de llorar. Imagino que es por la belleza de esta aria (pues la belleza en su cima nos puede hacer llorar, eso sin duda). Conmoción de lo inexpresable. Pero en esta aria hay de todo. Como todo en la vida: fortuna y desdicha, amor y desamor, derrota y triunfo. La luz y el dolor. Eso es vivir.
En la introducción a la Ética protestante y el espíritu del capitalismo, Max Weber muestra con razón argumentos que hacen que la música occidental sea, al fin y al cabo, la cima de toda la música creada por la humanidad. Como buen científico social, Weber parte de hechos concretos, de observaciones recogidas por los etnógrafos de su época, para evidenciar la clara superioridad de la música de occidente. Y aquí no hay que caer en relativismos: la gran música humana es la la occidental. De este modo escribe Max Weber: Aparentemente, el oído musical estuvo quizás más
finamente desarrollado en otros pueblos que en el nuestro de la actualidad. En
todo caso, no fue menos sensible. La polifonía estuvo muy extendida por toda la
tierra. Es posible encontrar la cooperación de varios instrumentos y la
división en compases en otras partes. Todos nuestros intervalos tónicos
racionales se conocieron y se calcularon también en otros lados. Pero una
música racionalmente armónica — tanto el contrapunto como la armonía de acordes
— la construcción del material sonoro sobre la base de los tres tritonos y la
tercera armónica; nuestra cromática y nuestra armonización, entendidas desde el
Renacimiento no en cuanto a distancias sino armónicamente y en forma racional;
la orquesta actual con su correspondiente cuarteto de cuerdas como núcleo y su
organización del conjunto de instrumentos de viento; el bajo básico; el
pentagrama (que hace posible en absoluto tanto la composición y la ejercitación
de las obras musicales modernas como su conservación a través del tiempo); las
sonatas, sinfonías y óperas — a pesar de que siempre hubo música programática y
matizados, alteración de tonos y cromáticas como medios de expresión en las más
diversas músicas — y por último, como medios para todo lo anterior, nuestros
instrumentos fundamentales: el órgano, el piano, el violín — todo esto sólo ha
existido en Occidente.
Quizás para muchos estas observaciones son una manifestación de un eurocentrismo exacerbado. No lo pienso. Creo que sólo es una constatación. Gracias a las características muy bien descritas por Weber, podemos advertir que la música de occidente es la única que puede construirse como un sistema de estructuras abiertas, donde la innovación racional se constituye al modo de una ciencia: ensayo y error. Y partir de esta descripción, sabemos que es un tipo de música que eventualmente dejó de ser parte del culto religioso o político, hasta hacerse de un modo autónomo. Música por la música y, por eso mismo, abierta a una infinidad de interpretaciones. La diversidad y la complejidad de la música occidental hace que ésta sea universal, patrimonio de todos los pueblos.
Contrapunto del VIII al XIII del Arte de la Fuga BWV 1080 de J. S. Bach. La cima de toda la música de occidente. "Donde las alturas son temerarias y el aire escasea" ( Lang)