Canto XXXIII. Ugolino con sus hijos. Gustave Dorè.
En el noveno círculo del infierno (canto XXXIII) , nos hallamos en el centro del dolor. El Conde Ugolino, condenado a encierro perpetuo en la Torre de la Muda - por traidor- junto a sus hijos, se ve llamado a matarlos ante el hambre tremendo que los aqueja. Luego del filicidio múltiple, Ugolino devora a sus hijos, siendo su hambre más grande que su dolor.
Así uno de los hijos del Conde, le clama urgido:
e disser: "Padre, assai ci fia men doglia
se tu mangi di noi: tu ne vestisti
queste misere carni, e tu le spoglia"..
(y dijeron: ‘Padre, menor será nuestro dolor
si tú nos comes: tú nos vestiste
estas míseras carnes, tú tómalas ahora’)
Luego de narrarle su historia, el Ugolino le cuenta a Dante quejumbrado:
già cieco, a brancolar sovra ciascuno,
e due dì li
chiamai, poi che fur morti.
Poscia, più che 'l dolor, poté 'l digiuno".
(me puse a buscar tanteando a cada uno
y dos días los llamé, luego de muertos.
Después, más que el dolor, pudo el ayuno)
El terror en la torre del hambre adquiere dimensiones totales. El humano rebajado a su estado primariedad absoluta. La mente no puede concebir esa escena tremenda. Sólo queda admirar la grandeza de Dante al momento de situarnos en los confines de la naturaleza humana. Este célebre canto sirvió de contenido para la primera opera de la historia: El lamento del Conde Ugolino (1582), de Vincenzo Galilei, padre del importante físico Galileo. No hay registro de esta composición, así que imaginemos, por un momento, cómo será la música de lo más triste del infierno.
Llegamos al noveno cielo del paraíso, Primum Movile. Ya no basta la contemplación de Beatriz, el amor transfigurado a la musa ya no es suficiente. Las coordenadas del deseo son mayores, pues la búsqueda es ilimitada. No basta Itaca, no basta Beatriz. Dante y el Ulises homérico se dan la mano. ¿ A dónde dirigir la mirada si la vuelta al hogar y el amor a la musa no son suficientes?. Y en ese cielo esplendoroso, donde el amor nos ha conducido a la morada más alta, Dante se aparta de Beatriz para mirar a Dios. Pero lo que ve es una luz no dimensional de la misma luz, tal como se expresa en el canto XXXIII del Paraíso:
Si. La vida es una guerra. Y hay que ponerse a resguardo de las balas, de los sables, de las flechas. Esa convicción me viene a la mente cada noche que regreso a dormir después de miles de horas frente a muchos y millones de autos, millones de rostros, millones de microbatallas. La vida es una guerra y el enemigo puede estar en cualquier lugar.
Por eso, mi pequeño Zaratustra, deberás aprender a defenderte dando la primera patada en la cara contra aquel o aquella que ose humillarte, que ose no oírte, que ose no ser digno o digna de ti. Porque te amo te digo estas cosas incorrectas para luchar en esta vida que no tiene piedad con los corazones que miran la noche estrellada y aman los laberintos del alma.
Cada día son miles de días. La mente tiene su propio tiempo. No es la sucesión de eventos externos. Tiene que ver con lo que ocurre con el tiempo de adentro. Ese que posee su propio agujero negro y también el agujero de gusano correspondiente. Cuando cada día son miles de días es porque tarde o temprano llegará el momento en que el tiempo se tornará en lo eterno. Nadie ve eso. Sólo tu que lo transitas mirando la aurora...
Quizás por eso hoy puedo comprender a Keats mejor que otras veces. Y por eso no me queda ya nada por decir. Pasaron los años y casi nadie se dio cuenta quién eras. Como ocurre con el ánfora griega, recién descubierta tras el inicio de la era vértigo.
Ode on a
Grecian Urn
1.
THOU still unravish’d bride of quietness,
Thou foster-child of silence and slow time,
Sylvan historian, who canst thus express
A flowery tale more sweetly than our rhyme:
What leaf-fring’d legend haunts about thy shape5
Of deities or mortals, or of both,
In Tempe or the
dales of Arcady?
What men or gods are these? What maidens loth?
What mad pursuit? What struggle to escape?
What pipes and timbrels? What wild ecstasy?10
2.
Heard melodies are sweet, but those unheard
Are sweeter; therefore, ye soft pipes, play on;
Not to the sensual ear, but, more endear’d,
Pipe to the spirit ditties of no tone:
Fair youth, beneath the trees, thou canst not
leave15
Thy song, nor ever can those trees be bare;
Bold Lover, never, never canst thou kiss,
Though winning near the goal—yet, do not
grieve;
She cannot fade, though thou hast not thy
bliss,
For ever wilt thou love, and she be fair!20
3.
Ah, happy, happy boughs! that cannot shed
Your leaves, nor ever bid the Spring adieu;
And, happy melodist, unwearied,
For ever piping songs for ever new;
More happy love! more happy, happy love!25
For ever warm and still to be enjoy’d,
For ever panting, and for ever young;
All breathing human passion far above,
That leaves a heart high-sorrowful and cloy’d,
A burning forehead, and a parching tongue.30
4.
Who are these coming to the sacrifice?
To what green altar, O mysterious priest,
Lead’st thou that heifer lowing at the skies,
And all her silken flanks with garlands drest?
What little town by river or sea shore,35
Or mountain-built with peaceful citadel,
Is emptied of this folk, this pious morn?
And, little town, thy streets for evermore
Will silent be; and not a soul to tell
Why thou art desolate, can e’er return.40
5.
O Attic shape! Fair attitude! with brede
Of marble men and maidens overwrought,
With forest branches and the trodden weed;
Thou, silent form, dost tease us out of thought
As doth eternity: Cold Pastoral!45
When old age shall this generation waste,
Thou shalt remain, in midst of other woe
Than ours, a friend to man, to whom thou
say’st,
“Beauty is truth, truth beauty,”—that is all
Ye know on earth, and all ye need to know.50
Traición/ traducción
Oda a una urna griega
Oh tú, inviolada novia del reposo!
Tú, hija del Silencio y el espacioso Tiempo,
historiadora rústica que sabes expresar
un cuento de un modo más dulce que esta rima.
¿Qué leyenda ornada de hojas te rodea
de dioses o mortales, o se trata de ambos,
en Tempe o los valles de la Arcadia?
¿Qué hombres o dioses esos? ¿Qué reacias doncellas?
¿Qué búsqueda insensata? ¿Qué esfuerzo por huir?
¿Qué caramillos y panderos? ¿Qué éxtasis?
Melodías que han sido escuchadas son dulces,
inauditas son más: sonad pues, caramillos,
pero no en el oído, sino más seductores,
tocad para el espíritu cancionetas sin tono.
Hermosísima joven, nunca cesa tu canto
debajo de esos árboles que no pierden sus hojas;
intrépido amante, nunca logras tu beso
aun estando tan cerca; pero no te lamentes,
ella no ha de esfumarse aunque no halles tu dicha,
En 1991 parecía que la historia había llegado a su fin. Dos
años atrás, el muro de Berlín - el muro de tantos lamentos - caía sobre los
escombros de lo que fue el pasado de una ilusión (Furet). La que había surgido
como el ensueño arcádico se había transformado en una pesadilla totalitaria y,
a la larga, en un martirio burocrático. De ahí el sinsentido aparente de los
setenta años de la experiencia liberadora del "hombre nuevo". Así,
cuando se extinguió la
Unión Soviética en agosto de 1991, parecía que la historia
había llegado a su fin. La democracia liberal y el capitalismo de mercado
evidenciaban su mayor gloria: el optimismo ilimitado por la ilusión de la
cosmópolis. Nada hacía presagiar lo que ahora esta ocurriendo.
¿Veinte años son nada? ¿Volvemos con la frente marchita?
Veinte años es mucho. Es la mitad de mi vida. Y desde 1991, ha pasado mucha agua
bajo el adorable puente de la existencia. Dos décadas es mucho. ¿Pero lo es
tanto para el mito? No. Porque los mitos no tienen tiempo lineal. Poseen una nomenclatura
cíclica. Se recomponen según las certezas y los miedos. Y hace veinte años
apareció, acaso, el último gran disco de la historia del rock, antes que el
rock desaparezca. Pues es claro que hay grandes álbumes desde 1991. Pero no
como el Nevermind de Nirvana.
Tengo claro el recuerdo. Gonzalo, mi hermano menor, hacia
fines de 1991, me dice: ¿has escuchado Nirvana? . ¿Qué es eso?, le respondo con
el desdén sobrentendido de los hermanos mayores. Prendemos el televisor y justo
anuncian el vídeo transformador: Smells like teen spirit. Después de escuchar
la opus magna del Nevermind, el resto es el silencio. Cogí los discos de Guns
and Roses y me reí de ellos. Tomé a mis adorados Iron Maiden y sólo esbocé una
sonrisa condescendiente. Nada era como Smells like teen spirit. Lo nuevo y lo
viejo coincidían . Cobain y su combo habían logrado sintetizar toda la historia
sensorial del siglo XX. ¿Magia? ¿Locura? ¿Genio? ¿Provocación? ¿Cómo tres de
mis contemporáneos de Seattle podrían haberme hecho escuchar lo que yo espera
oír? ¿Por qué esa conección interna tan poderosa entre un joven de Lima, Perú y
una banda de Seattle, Washington, USA ? ¿Cuál eran esos referentes comunes?
El gran referente era el fin de la historia. El desencanto y
nihilismo de la norteamericana generation X, era próximo a la sensación de
fragilidad tras una década de violencia política en el Perú y la bancarrota
económica de 1990. Por otro lado, la música pop se estaba tornando en el reino
del crossover y de la mixtura sónica y visual. El mundo adversativo de la
posthumanidad. La sociedad de la productividad en masa se empezaba a
ensamblarse a si misma, sin la participación humana. Códigos y signos que se
entrecruzan formando lo informe.
Nevermind estaba hecho de los trozos estructurales de todo lo conocido.
Por eso era metal, también post punk, también dark, también punk, también hard
rock, también pop, también también. Todo y nada. Ironía de las viseras. All
star converse con grasa, acné, más MTV, más pretensiones no poéticas que
acabaron siendo poéticas. Era el triunfo de la gran supercultura pop,
mediática, al interior de la subcultura trasgresora. En Nevermind ya no hay
misterios y por eso ya no hay héroes. Cobain no era el sujeto al que se le
mataría como a Lennon. Cobain no era el virtuoso dominado por sus demonios como
Hendrix. Cobain no era el payaso de
Morrison. Cobain era Star Wars, Shopping Malls; era un recolector de basura, de
excrecencias y una máquina deseante tras la última muerte de dios. Cobain era el espejo de millones que usábamos
desodorantes en bolita y nos secábamos el acné con cremas de color piel. Cobain
era un aneurisma de las subdivisiones infinitas del fin de la historia. Y
Nevermind el testamento inicial de los
días soleados, malolientes y sudorosos del nuevo siglo.
Con Nevermind la historia del rock también llegó a su fin.
Ya todo lo sólido se había había desvanecido en el aire. Las certezas licuadas
y los únicos valores en el santuario de los seis ceros. Por eso Cobain se mató
tres años despues, en 1994. Cuando no soportó la hiperventilación que sus
propios trozos de carne, de su acné rabioso, de sus viseras en la refrigedora
pegadas con cinta adhesiva. El Nevermind sigue siendo lo que es: el gran disco
de nuestro alegre dolor.
Todo pasa. Transcurre. No somos los mismos, tampoco el río que nos baña. Fluye lo real con sus entes y las cosas se transforman de modo incesante. Nada de lo que fue vuelve a ser. Todo es vida y muerte. Nada escapa al devenir, ni siquiera la aparente quietud de una ánfora griega. Tampoco la sosegada conciencia de la finitud. Por eso todo se nos va de las manos, personas y cosas. También nosotros nos vamos o nos vamos yendo de a pocos. Porque cada vida de nuestras vidas es eso. Una vida tras una breve muerte. ¿Cómo abrazar la constancia? No hay forma real. Sino, sólo desde la ilusión. La ilusión que se contempla desde la obra de arte. La permanencia por acercarse a esa plenitud del tiempo sin tiempo.
Ahí está otra vez mi música. Mi experiencia de humano. Está ahí desde la Cuatro Estaciones de Vivaldi, desde la Quinta de Beethoven, desde la Toccata y Fuga de Bach. Esta ahí, idéntica desde que la recuerdo junto a mi vida. Todo se puede ir, morir, trasmutar. Pero mi música está como mi amiga más cercana, mi afecto más encumbrado, la devoción íntima que sólo yo puedo comprender. Y por eso la música siempre me ha elevado sobre la mediocridad de la mayoría, sobre el facilidad del resto, sobre los lugares comunes de los comunes.
Esta tarde necesito de mi música. Felizmente viene hacia mi. Me arropa, me acompaña, me emociona, me habla, me persigue, me escucha. Sí, porque mi música me escucha. Porque yo hablo con mi música. 41 años andamos juntos y sé, con una certeza escalofriante, que sólo ella está.
Un día de música hace mucho
Tengo 16 años y estoy a oscuras escuchando la radio sólo en casa. Llegamos al Allegretto de la Séptima sinfonía en La Mayor de Beethoven. Empieza a sonar, el tiempo es creciente y obsesivo. Se recapitula el tema de modo dramático. No puedo presagiar lo que ha de venir. Cuando voy entrando a la locura de este movimiento, siento cómo se agita y se agiganta ante mi mente toda la realidad. Es la experiencia de la unidad en las partes. Viajo por el cosmos desde mis 15 metros cuadrados de soledad y puedo por fin entrever la infinitud. Estoy salvado.
Allegretto de la séptima sinfonía en La Mayor Op 92 de Beethoven. Carlos Kleiber brinda a la humanidad una versión soberbia.
Recuerdo a partir del Abbadón de Sábato la célebre frase de Lérmontov. Hoy resuena en mis oídos como si el mismo Sábato me la estuviera leyendo:
"Es posible que mañana muera, y en
la tierra no quedará nadie que me haya
comprendido por completo. Unos me
considerarán peor y otros mejor de lo que soy. Algunos dirán que era una buena persona; otros,
que era un canalla. Pero las dos opiniones serán igualmente equivocadas".
Mijail Iurevictch Lérmontov. Un héroe de nuestro tiempo