Música Principia

“Nacido con un alma normal, le pedí otra a la música: fue el comienzo de desastres maravillosos...”. E. M. Cioran, Silogismos de la amargura.

"Por la música, misteriosa forma del tiempo". Borges, El otro poema de los dones.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Nevermind: 20 años son nada



I found it hard it was hard to find
Oh well, whatever, nevermind
 Kurt Cobain. Smells like teen spirit


Light my candles in a daze
'Cause I've found God
Kurt Cobain. Lithium


En 1991 parecía que la historia había llegado a su fin. Dos años atrás, el muro de Berlín - el muro de tantos lamentos - caía sobre los escombros de lo que fue el pasado de una ilusión (Furet). La que había surgido como el ensueño arcádico se había transformado en una pesadilla totalitaria y, a la larga, en un martirio burocrático. De ahí el sinsentido aparente de los setenta años de la experiencia liberadora del "hombre nuevo". Así, cuando se extinguió la Unión Soviética en agosto de 1991, parecía que la historia había llegado a su fin. La democracia liberal y el capitalismo de mercado evidenciaban su mayor gloria: el optimismo ilimitado por la ilusión de la cosmópolis. Nada hacía presagiar lo que ahora esta ocurriendo.

¿Veinte años son nada? ¿Volvemos con la frente marchita? Veinte años es mucho. Es la mitad de mi vida. Y desde 1991, ha pasado mucha agua bajo el adorable puente de la existencia. Dos décadas es mucho. ¿Pero lo es tanto para el mito? No. Porque los mitos no tienen tiempo lineal. Poseen una nomenclatura cíclica. Se recomponen según las certezas y los miedos. Y hace veinte años apareció, acaso, el último gran disco de la historia del rock, antes que el rock desaparezca. Pues es claro que hay grandes álbumes desde 1991. Pero no como el Nevermind de Nirvana.

Tengo claro el recuerdo. Gonzalo, mi hermano menor, hacia fines de 1991, me dice: ¿has escuchado Nirvana? . ¿Qué es eso?, le respondo con el desdén sobrentendido de los hermanos mayores. Prendemos el televisor y justo anuncian el vídeo transformador: Smells like teen spirit. Después de escuchar la opus magna del Nevermind, el resto es el silencio. Cogí los discos de Guns and Roses y me reí de ellos. Tomé a mis adorados Iron Maiden y sólo esbocé una sonrisa condescendiente. Nada era como Smells like teen spirit. Lo nuevo y lo viejo coincidían . Cobain y su combo habían logrado sintetizar toda la historia sensorial del siglo XX. ¿Magia? ¿Locura? ¿Genio? ¿Provocación? ¿Cómo tres de mis contemporáneos de Seattle podrían haberme hecho escuchar lo que yo espera oír? ¿Por qué esa conección interna tan poderosa entre un joven de Lima, Perú y una banda de Seattle, Washington, USA ? ¿Cuál eran esos  referentes comunes?

El gran referente era el fin de la historia. El desencanto y nihilismo de la norteamericana generation X, era próximo a la sensación de fragilidad tras una década de violencia política en el Perú y la bancarrota económica de 1990. Por otro lado, la música pop se estaba tornando en el reino del crossover y de la mixtura sónica y visual. El mundo adversativo de la posthumanidad. La sociedad de la productividad en masa se empezaba a ensamblarse a si misma, sin la participación humana. Códigos y signos que se entrecruzan formando lo informe.  Nevermind estaba hecho de los trozos estructurales de todo lo conocido. Por eso era metal, también post punk, también dark, también punk, también hard rock, también pop, también también. Todo y nada. Ironía de las viseras. All star converse con grasa, acné, más MTV, más pretensiones no poéticas que acabaron siendo poéticas. Era el triunfo de la gran supercultura pop, mediática, al interior de la subcultura trasgresora. En Nevermind ya no hay misterios y por eso ya no hay héroes. Cobain no era el sujeto al que se le mataría como a Lennon. Cobain no era el virtuoso dominado por sus demonios como Hendrix.  Cobain no era el payaso de Morrison. Cobain era Star Wars, Shopping Malls; era un recolector de basura, de excrecencias y una máquina deseante tras la última muerte de dios.  Cobain era el espejo de millones que usábamos desodorantes en bolita y nos secábamos el acné con cremas de color piel. Cobain era un aneurisma de las subdivisiones infinitas del fin de la historia. Y Nevermind el  testamento inicial de los días soleados, malolientes y sudorosos del nuevo siglo.

Con Nevermind la historia del rock también llegó a su fin. Ya todo lo sólido se había había desvanecido en el aire. Las certezas licuadas y los únicos valores en el santuario de los seis ceros. Por eso Cobain se mató tres años despues, en 1994. Cuando no soportó la hiperventilación que sus propios trozos de carne, de su acné rabioso, de sus viseras en la refrigedora pegadas con cinta adhesiva. El Nevermind sigue siendo lo que es: el gran disco de nuestro alegre dolor.

Smells like teen spirit



Lithium

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