La producción de un disco tan logrado como el Hysteria (1987) de la banda de Hard Rock inglesa Def Leppard costó cinco millones de dólares de ese entonces. Los coros, las líneas melódicas y las bases rítmicas, lograron ensamblarse de una forma notable. Un disco pulcro, sin fisuras. La casa de los Def Leppard, en aquel entonces Island/Mercury, invirtió un capital que hoy en día sería impensable. Dada la magnitud de la piratería fonográfica, tal inversión en sólo disco haría imposible márgenes razonables de utilidad.
Todas las grandes grabaciones, tanto de la música culta como de la popular, han sido costosas. Las orquestas renombradas, directores y solistas, solían firmar para discográficas de renombre. Estas invertían en salas de ensayo, estudios de grabación con la mejor tecnología, ingenieros de sonido con experiencia y conocimientos especializados. El resultado era evidente. Verdaderos clásicos que hasta hoy en día son citados como referentes fonográficos y que son editados en los nuevos formatos. La producción de estos discos era muy costosa. Pero los sellos invertían sabiendo que las ventas iban a satisfacer holgademante la inversión.
Esto cambió con la piratería. Las disqueras han visto reducir significativamente sus ganancias. Y los niveles de inversión para elaborar producciones de un alto nivel técnico son casi nulos. Ya no sería posible un disco como "The Dark Side of the Moon" o "Sgt peppers". Lo que ha hecho que los discos de hoy en día sean, en su enorme mayoría, terriblemente malos. Faltos de imaginación, carentes de calidad. La piratería abarató nuestro acceso a la música del pasado, pero alejó la posibilidad de acceder a lo mejor de la música de nuestra época. Los mejores compositores de música popular o culta ahora estan fuera de los planes de la industria. Las ideas audaces siempre requieren mayor inversión que las formulas manidas y repetidas. Esta crisis traerá una reinvención en nuestra relación con la música.
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