Música Principia

“Nacido con un alma normal, le pedí otra a la música: fue el comienzo de desastres maravillosos...”. E. M. Cioran, Silogismos de la amargura.

"Por la música, misteriosa forma del tiempo". Borges, El otro poema de los dones.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Música para un niño



Tendría siete u ocho años. Y me recuerdo, casi en en sueños,  dirigiendo a solas una orquesta sinfónica, uniendo fragmentos de varias obras con melodías que salían de propio cerebro. Pienso que eran obra de Dvorak, de Beethoven,  de Tchaikovsky, con partes que inventaba al modo -ahora veo- tardo romántico. 

Años después, cuando descubrí a Mahler, entendí finalmente, por qué me interesaba tanto su música. De niño, de algún modo, había estado sintiendo algo similar. Olas gigantes de sonidos sinfónicos, que crecían y decrecían de un modo insospechado en mi cerebro. Cambios de humor, orquestas fantasmales que pendían de una cuerda antes de caer a un abismo; luego, tan pronto, llegaban al noveno cielo. 

Otras veces, pensaba en líneas sonoras que salían de mi cabeza, al modo del Arte de Fuga de Bach. Y cuando era de noche, mirando el techo de mi habitación, podría asociar aquellos sonidos, como los de Bach, con las fotos de una libro que tenía en casa "Universo" (que aun conservo con cariño). Fotos de estrellas, galaxias, quásares, planetas, con la estructura arquitectónica al modo de Bach.

Pero también me venían intensos ataques de melancolía, sin saber de dónde provenían. Desconocía su causa y me asustaba su poder sobre mi. Y en esos momentos, un violín acompañando de aéreas cuerdas me conducían por linderos que sólo después conocí de adulto. La música también me enseñó a anticiparme a la tristeza. 

Felizmente, la mayoría de veces, la música era la luz, la luz más absoluta y plena de la existencia. Y por ello, mi alegría se tornaba en una fiesta íntima al modo veneciano, como el más bizantino Vivaldi. Mi mente danzaba y mis sentimiento lograban algo formidable que me llevaré a la tumba y que sólo yo puedo entender. 

Bien decía Eugenio Trías, el logos musical (siguiendo a Nietzsche) es una forma no verbal de pensamiento que sólo se puede entender desde el diólogos musical. Creo que eso es lo que me ha pasado desde niño; yo me comunico en música, yo soy música. Y cuando me muera, deseo firmemente convertirme en lo que he sido siempre: un sonido que transcurre por todo el universo, fascinado por todo. 

1 comentario:

RENE dijo...

Precioso post¡¡¡¡ lleno de música¡

estimado Ricardo, me viene a la mente una pregunta: cuando uno escucha una música clásica debe "pensar" en el tema de la composición (por ejemplo, Romeo y Julieta de Prokofiev )? ¿En las imágenes que produce en mi independientes del tema de la obra? o ¿dejar que el sonido musical produzca su propio mensaje independiente al del autor y al de mi subjetividad?

RENE