Música Principia

“Nacido con un alma normal, le pedí otra a la música: fue el comienzo de desastres maravillosos...”. E. M. Cioran, Silogismos de la amargura.

"Por la música, misteriosa forma del tiempo". Borges, El otro poema de los dones.

lunes, 6 de diciembre de 2010

La dimensión compasiva de la música: el valor de la contemplación

Abrazo Azulado de Josefina Chiappe, pintora argentina
Desde que empecé con este blog hace más de tres años, siempre fui consciente que pocas personas iban a leerlo. La música académica no es popular, aun cuando la exposición cada vez más abundante del classical crosower haga creer lo contrario. Además, porque el devenir de la música se dirige a puntos de referencia cada vez más lejanos a la música académica. El ecosistema cultural, al experimentar cambios cada vez más grandes, obliga a la tradición musical clásica a adaptarse a lógicas de consumo y disfrute inconcebibles en el momento originario de composición. La música de los maestros se transforma en un producto más dentro del abanico infinito de composiciones que se ofrecen por indefinidos canales de difusión. Pero a pesar de su fácil adquisición, no es popular como el hip hop, la cumbia sudamericana, el pop o el rock. ¿Por qué? Hay muchas razones. Pero pienso que se debe más  a una cuestión estética que sólo educativa. La música selecta precisa  tiempo, necesita un espacio de concentración para alcanzar un disfrute más pleno y reconocer sus valores múltiples. Hoy en día cada vez más las personas están menos interesadas en utilizar un espacio largo de tiempo para  disfrutar de la obra de arte y acceder al conocimiento de lo real a partir de ella. En el imperio de la inmediatez, en el imperio de lo efímero (como decía Lipovetsky), la obra de arte debe ser concebida tomado en cuenta tres elementos: sorprender de golpe, ser fácilmente digerida y aceptar su rápido deshecho. El consumidor cultural fagocita ansiosamente el producto/obra;  una vez satisfecha la ansiedad la expulsa con la misma facilidad con la que lo consiguió. Esa ansiedad indica un enorme barullo interior, una legión de ruidos internos, una vorágine que arrastra al yo a una incapacidad de poder procesar la experiencia sensorial.  

De ahí que sea dificultoso para el oyente popular pretender escuchar obras que precisan de silencio interior, de concentración y de información previa. Pues sólo aquel que disfruta del silencio (interior y exterior) está en condición de posibilidad de acceder a la gran música. Por eso, el final de la música académica se dará el día que ya no existan oídos atentos y  corazones y cerebros serenos. ¡Sólo Dios sabe a dónde irá todo esto! Pero por una cuestión formativa, no estoy entre los pesimistas acerca del futuro de la música académica. Pienso que tarde o temprano al cultura humana vivirá un sacudón de dimensiones inesperadas que la obliguen, en última instancia, recuperar el mayor don dado por Dios al ser humano: la capacidad de contemplar. Pues es la contemplación la que nos permite el gozo, la admiración, la reflexión y la creación. Y que en ese estado de silencio fecundo se vuelva producir un sonido, no cualquier sonido, sino aquel sonido forjado desde la unión de los sentimientos y las razones, desde la armonía y la invención. 

Pero más allá de estos deseos sobre el futuro de la música académica, ¿cuál es la mayor consecuencia de la ausencia contemplativa en la percepción de las artes y en la música? Nuevamente pienso que hay varias consecuencias. Tanto sociales, culturales como estéticas. Sin embargo, la mayor consecuencia de la incapacidad de contemplar es moral. Quien no puede contemplar, quien vive en el ruido interior absoluto, es incapaz de sentir y percibir  la presencia de otro. Y, por lo tanto, carece de compasión. Somos compasivos porque hemos aprendido a serlo. Un aprendizaje que tiene que ver con nuestra capacidad de percibir el mundo, seleccionando y distinguiendo aquello que es bueno o malo para el ser humano. El saber de lo bueno y de lo malo, está en relación con la capacidad de despejar las sombras de la bulla interior, aquellas que no permiten que entremos en contacto con nosotros mismos. Al hablar de saber, le confiero la dimensión de aprendizaje al contemplar. Pues se trata de ver, oír, oler y sentir, no con los órganos sensoriales, sino con el corazón y cerebro. Y ese es un aprender que viene de una experiencia rica en posibilidades de contemplar.

Pero la finalidad de la contemplación no se reduce al hecho sólo estético. Hay un salto a una dimensión trascendente que nos conduce al descubrimiento del otro y a ser parte de la vida del otro. Y por lo mismo, a acompañar al otro en su sufrimiento, aun cuando no podamos hacer nada fácticamente contra el padecer. La música nos puede enseñar compadecer en la medida que nos sitúa en nivel de encuentro con el sufrimiento del otro. Música no sólo para las esferas, sino también para reconocer que todos, de algún modo, podemos sufrir y que necesitamos que otro perciba y acompañe nuestro sufrimiento.

El 12 de noviembre murió Henryk Górecki, gran compositor polaco, célebre sobre todo por la tercera sinfonía Op 36, compuesta en 1976. La obra, como sabemos, ha tenido un éxito descomunal y merecido; es una composición que a pesar de su sencillez temática, es rica en atmósfera convincentes. En el segundo movimiento Lento e largo - Tranquillissimo, se escucha un texto debido a una joven polaca detenida por la Gestapo, durante la ocupación Nazi de Polonia. Helena Wanda Blazusiakówna de 18 años, fue encarcelada en Zokapane , ciudad al sur de Polonia  y murió a fines de 1944. En su oscura prisión, en la celda n. º 3, la joven Helena escribió:

Mamá, no llores, no.
Inmaculada Reina de los Cielos,
apóyame siempre.
Ave María, llena eres de gracia.

No encuentro mayor ejemplo de la relación entre música y compasión. 

6 comentarios:

anamaría hurtado dijo...

Ignoro si Ud tendrá pocos seguidores, o tal vez tenga varios que, como yo, lo siguen con gusto e interés, pero mantenemos el silencio que la propia música convoca. Su blog es excelente, tanto en la música escogida,los temas, los autores, los textos llenos de sensibilidad y conocimiento,las imágenes... resulta en una experiencia total. Lo que transmite en este post en particular me motivó a escribirle. Tocó algo esencial: la contemplación unida a la experiencia musical. Creo que el tiempo del alma es música, y es y será inseparable del fenómeno humano. Sean pocos o muchos los que se den la oportunidad de acceder a ese tiempo del alma, la música seguirá siendo un don. Gracias a Ud. por este precioso regalo que tan cuidadosa y generosamente brinda. Estoy segura que tiene muchos más seguidores de los que cree...
saludos,
anamaría

Anónimo dijo...

Has escrito lo que muchos sentimos ante los dones tanto de la música como los de la contemplación. Gracias por el contenido y la forma. Y por el alma que trasluce e invita.
No sé si somos pocos o muchos los seguidores de tu blog. Lo importante es que existe en medio del ruido. Gracias, siempre.

Ricardo Falla Carrillo dijo...

Querida Ana, gracias por tus valiosos comentarios. Y gracias por valorar este blog que con tanto amor realizo.

Abrazos muy grandes aunque no tenga el placer de conocerte.

Ricardo

Ricardo Falla Carrillo dijo...

Anónimo, gracias por tus amables comentarios.

Saludos

Monomakhos dijo...

Un servidor no es un especialista en música culta; ni siquiera sé cómo tocar un solo instrumento musical. Sin embargo, encuentro en la música clásica algo que no sé muy bien cómo describir pero que me satisface. No sé si eso se deba a algo en la personalidad o sea algo aprendido, aunque todas las personas que conozco disfruten más de la música comercial. En fin. Excelente blog, lo conocí hace un par de días y no paro de leer sus anotaciones. Saludos desde Mérida, Yucatán.

Ricardo Falla Carrillo dijo...

Monomakhos, gracia por su lectura y visita.