Música Principia

“Nacido con un alma normal, le pedí otra a la música: fue el comienzo de desastres maravillosos...”. E. M. Cioran, Silogismos de la amargura.

"Por la música, misteriosa forma del tiempo". Borges, El otro poema de los dones.

miércoles, 6 de octubre de 2010

MAHLER: palabras con nombre propio



Me acuerdo de la primera vez. Más neófito y lego en los asuntos de "la misteriosa forma del tiempo",oí el nombre en la radio. "Acabamos de escuchar la sinfonía número uno, Titan,  de Gustav Mahler". ¿Mahler? -dije- ¿Mahler?. Días después, en la biblioteca donde la "misteriosa forma del tiempo" no tenía lugar, busqué la Historia de la Música de Franco Abbiati. Mahler- exclamé- aquí está. Leí lo que pude leer. Información básica. El nombre de la sinfonías. La fama de director omnisciente. Las odiosas audiciones en Nueva York. El temor, el temblor. Alma que fue el amor de su vida. Pero su música permanecía en las sombras. ¿Dónde buscar? ¿En Lima? ¿En 1989?. ¿En un país de la  Latinoamérica  subsahariana?

A pesar de las lejanía más honda, en el corazón latía la ilusión del reencuentro. ¿Cuál? Era extraño, pero por muchos años estuve convencido que yo había compuesto algo así, cuando niño. O lo había soñado. Mientras, el tiempo avanza y el laberinto de causas y efectos me regala mi primer disco de Mahler. Uno de tercera o cuarta mano que me donaron en radio Solarmonía, cuando pasaron de los discos de vinilo a los de CDs. Ahí estaba la grabación de la  DG "Mahler: Das lied von der erde" dirigida por Karajan. Escuché el disco de un sólo tiro una tarde tras un apagón. Der Abschied, me hizo perderme entre las calles de Magdalena, cercana al mar, durante horas. ¿Qué habías escuchado? ¿De dónde venía esa voz que atravesaba el día y la noche? ¿Era humano todo esto?

Humano era todo esto. No divino. No había rastro de divinidad. Era lo humano radical que descubre su propia historicidad sin dios pero que lo anhela infinitamente. Luego de dos o tres audiciones, ya no podía más. Necesitaba volver a mis héroes de siempre. Bach, Mozart, Mendelssohn. Mahler era demasiado para alguien de 21 años. Demasiado. Había que vivir de otro modo. ¿Viena? ¿1910? No.

Los años pasan. Y cuando puedo comprar gracias a las leyes mecánicas de la economía de mercado, accedo a la quinta en do sostenido menor. Sin saber, ahí estaba todo cifrado. El himno a la potencia espiritual de la materia. Los sonidos se pueden tocar. Cada movimiento es el tacto de lo real. La música respira como respira el ser cuando se ha superado el paradigma de la conciencia. Y nos introducimos a la segunda navegación con la certeza de que se está a punto de llegar a  un puerto incierto. El adagietto que odiaba Adorno y que endulzó a Visconti. A mi me hizo perder el miedo a la tristeza. Acepté la dualidad de mi condición de lóbrego mamífero.

Entre tanto, el tiempo sigue su marcha. Los años acumulan años, pero también el amasijo que une las certezas con las dudas. Y así, un día viene, sin quererlo la "Resurrección". Lo que escuché no era sólo música. Era un proyecto. El trazo de la historia del tiempo en paralelo con las infinitas historias, brevísimas, de los seres humanos. Pero todo ligado a algo que logra fundirse en un sólo gran coro de esperanzas humanizadas. "Resucitarás, si, resucitarás". Y más adelante: "¡levantaré el vuelo/ hacia la luz que no ha alcanzado ningún ojo! /¡Moriré para vivir!". Luego de esa muestra de fe que está más allá de la religión, que la incluye y que la supera. Todo volverá vivir.  El día que caminaba con Mamá y mi hermano en su vientre por el Campo de Marte haciendo barquitos de papel. Con Papá comiendo un pan con queso tremendo en ese café de la plaza  Bolognesi.  Una noche con mi mujer, cuando jóvenes, andando por Larco hasta el Parque Salazar.  Mi niña columpiándose en en el parque dibujado por sus manos. Mi niño durmiendo el sueño del abandono amoroso de su padre. Y todo lo hermoso y triste ha de de volver una y otra vez. "¡Resucitarás, sí, resucitarás,/ corazón mío, en un instante!/Lo que ha latido, /¡habrá de llevarte a Dios!". Terminaba la más grande obra concebida por un ser humano.


Recogimiento. Luego, acción para la voluntad . Siguen los descubrimientos de la mano de Bernstein. La séptima y la octava con sus mil hombres y mujeres. Veni, creator spiritus y la convivencia con el Fausto. La danza entre: Tú, siete veces generoso,/ índice de la diestra del Padre y la desesperada: Como el precipicio rocoso a mis pies se hunde, silencioso, en el profundo abismo. ¿Qué habita en la octava? ¿Temor? ¿Resignación? Pero ahí está el aprendizaje. En saber que el fin de la música empezó aquí. El serialismo que anduvo de su mano. El fin de Melomanía empieza a dibujarse....

Langsam (Adagio) - Allegro risoluto, ma non troppo. Sinfonía N.º 7 de Gustav Mahler.







1 comentario:

Sonia dijo...

Barquitos de papel con música de árboles. Amor que se multiplica y crece... Esa melodía sin fin