He contemplado largamente ese cuadro, Sonata, fechado en 1911 y que es propiedad del Museo de Arte de Filadelfia. Contemplo el cuadro y, lejos de arribar a una conclusión que permita develar la metáfora y la alegoría, me dejo llevar por las sensaciones y evocaciones múltiples. Realizó la conexión interna con la obra, tal como me enseñó mi hermano José Francisco. Y esa contemplación me lleva a una imagen que se pierde en la nube de lo real/irreal. El espacio y el tiempo de hoy viernes se han diluido: Es decir, estoy en la universidad pero en realidad no estoy. Porque mi modo estar, ahora, es otro. La habitación que veo en Sonata no es otra que una que esta en una casa de Barranco. Y si intuyo la ventana, lo que se presenta es un jardín, donde una niña baila alrededor del un árbol dibujado. En los interiores dos de sus hermanas tocan una sonata para piano y violín, mientras la mayor de todas piensa, ensimismada, en la partida de alguien que no esta presente pero que se manifiesta en la infinita melancolía de ese perfil. Prefiero obviar la imagen central porque decido que no me diga nada. Es 1911 y la visión me reconcilia con algo que esta presente en mi de algún modo.
Antes de salir de esa imagen, pienso qué composición interpretan ambas jóvenes mujeres. Me imagino la Sonata número 1 Op 13 de Gabriel Fauré. Esplendor total.
Limpiar la pizarra. Empezar de cero. Arvo Pärt ( n. 1935) nos induce a creer que hemos de abolir todo lo anterior. ¿La música? Más presente que nunca como en un estado germinal. Pues el supuesto origen no es más que una ilusión. Pärt sabe lo que hace. ¿Reconstruir la armonía? Al parecer los caminos que nos señala el monstruo de Estonia son evidentes por sí mismos. Tabula Rasa fue estrenado en 1977 y desde ahí la fama merecida.
Los movimientos de Tabula Rasa son dos "Ludus" y "Silentiium". Las cuerdas y el piano preparado hacen lo suyo. ¡Qué gran obra y qué estimulante resulta oírla, ahora, a media mañana!
Ahí están Bach y Britten en las alturas. Entre actos, Reger y Hindemith hicieron su parte. Pero en realidad, nunca pensé escuchar algo más poderoso después de las tres suites para violonchelo de Britten. Fue hace algo más de diez años y el recuerdo de esa primera vez, sobre todo de Suite 1 en sol mayor Op 72, vuelve a mi de forma deslumbrante. Por meses estas obras del gran músico inglés fueron mi evangelio musical.
Tras el encuentro con las tres suites de Britten nunca pensé que el juego solitario del violonchelo me volvería a deslumbrar. Esta vez por medio del gran compositor polaco Krzystof Penderecki (n. 1933). Tengo varias deudas con Penderecki. Es injusto no haberle dedicado algunas entradas a un compositor fundamental en las últimas décadas, autor de obras de conmovedora calidad y profundidad. Como decía, en esta oportunidad el violonchelo solista ha sido con Penderecki. La obra, Divertimento para violonchelo solo, editado en 1994 y dedicado al gran Mstislav Rostropovich, quien había estrenado el segundo concierto para violonchelo y orquesta de Penderecki en 1982. A pesar del título "divertimento", en alusión a la forma clásica, esta obra posee un poder cromático que exige del violonchelista un talento notable. Los movimientos son; Sarabande, serenade, scherzo y notturno. Pienso que esta composición irá creciendo en la medida que tenga una mayor difusión. En general, descubrir la obra de Penderecki es todavía una tarea pendiente para los melómanos de esta parte del mundo.
Scherzo. Divertimento para violonchelo solo. K. Penderecki. Violonchelo: A. Misiak
Notturno. Divertimento para violonchelo solo. K. Penderecki. Violonchelo: A. Misiak
Me encanta la obra de Joe Jackson (n. 1954). Me encanta la solidez, inteligencia y honestidad de su propuesta musical. A pesar de ser un compositor cuyo origen se ubica en la escena punk de fines de los 70,s, fue apropiándose de otros géneros populares como el pop y el jazz, e incluso se atrevió a complejizar su discurso musical adentrándose en el espacio del crossover académico. Joe Jackson, en ese periplo, se fue alejando del foco de la exposición masiva y se convirtió en un músico de culto, un compositor para pequeños grupos que valoran el verdadero talento artístico.
Como suele pasar en la dinámica de la musica popular masiva, Joe Jackson tuvo su "cuarto de hora", es decir, vivió un momento de fama y reconocimiento general a fines de los setentas y comienzos de la década de los ochenta. Concretamente con los álbumes Look Sharp!! de 1978, I ´m the man de 1979, Crazy Beat de 1980, Jampin ´jive de 1981 y, sobre todo, con el impresionante Nigth and day de 1982. Es justamente en este álbum donde se encuentran las canciones más exitosas de Joe Jackson: Steppin out (oída por media humanidad en aquellos años) y Breacking us in two. Nigth and day le permitió a Joe Jackson ganar el Grammy de 1982 a mejor grabación del año y mejor interpretación pop masculina.
Como decíamos, ese "cuarto de hora" pasó como ocurre con la mayoría de interpretes de la música popular masiva. Con los años la obra de Joe Jackson perdió visibilidad generalizada, pero ganó en coherencia, fineza y atrevimiento. Esto sin desmerecer el fresco periodo 1978 a 1982. En 1986 se edita Big World, a mi parecer un disco afortunado con canciones precisas como Rigth and wrong y Tango atlántico (sobre la guerra de las Malvinas). Mientras las ventas de los discos disminuyen, la coherencia de su música crece enormemente y en 1989 edita Blaze of Glory una verdadera obra maestra de música y letras inspiradas. Así destacan: Evil Empire, Down to London,The Human Touch, Acropolis Now y la fiesta soul de Nineteen Forever, entre otras.
En los años noventa Joe Jackson decide aventurarse por otros terrenos de la música, ampliar su esfuerzo creador acercándose a la música académica con la amplitud del conocedor de la dinámica pop. Así, en 1997, edita el soberbio Haeven and hell, un disco conceptual basado en los siete pecados capitales, en donde el recurso académico se une sabiamente al ejercicio popular. Disco inclasificable y, por eso mismo, necesario para cualquier melómano. Todo este álbum no tiene pierde. Y por esa senda se encuentra Sinfonía número 1 de 1999, obra bellísima e inspirada. ¡Qué diferente al devenir de Ritchie Blackmore! Joe Jackson se adentra al terreno de la música académica con la seriedad de un músico mayor, lejos del pastiche, de la banalidad de la nueva era. Pero hay que ser claros, Sinfonía 1 no es una obra académica. Es una composición de un músico popular elaborando música tomado recursos del jazz y de tradición académica. Lo que sigue son discos en los que Joe Jackson recrea su obra anterior con nuevas canciones ( Nighth and day II, Vol. 4 y Rain) . Pero lo logrado en Haeven & Hell será, en mi opición, algo notable desde la óptica de la evolución musical.
Presento ahora algunas canciones de Joe Jackson. La primera una recreación del clásico Steppin Out (original del Night and day de 1982), en vivo del año 2003.
Del álbum de 1982, Night ad day, otro de los clásico de ese año. Breaking Us in Two. Versión de video original.
Del álbum Blaze of glory de 1989, la intensa y fundamental Nineteen forever en versión de video original.
Sometimes I feel so alive
Sometimes I see so clear
Just like the way we always were
So young and free from fear
I lose my fear of war and dying
and all the clouds just disappear
Only my mirror sees me crying
Each time I lose another year . . .
Wouldn't be a drag to be like you
Settling down and having kids
and telling them what to do
Well I'm gonna stay . . .19 forever
We can do magic in these times
be what we want to be
We'll all be rock 'n' roll stars
immortal on TV
And if you see me looking tired
I've just been sleeping thought the day
But I got something to keep me wired
So we can dance the night away
Wouldn't it be a drag to be like them
They're gonna sell out everything
But I won't get fooled again
Cause I'm gonna be . . .19 forever
You better believe it - you know my dream's still alive
You can love it or leave it
But I'm never gonna be 35...
Del soberbio Haeven & Hell de 1997, una versión en vivo de Prelude – Fugue 1/More Is More (Gluttony).
Del mismo álbum, la intensa Angel (Lust), también en versión vivo.
Finalmente de la Sinfonía número 1 de Joe Jackson, el "Primer movimiento" en dos partes.
Y para no olvidar de qué experiencia proviene el ejercicio y evolución de Joe Jackson la fresca y vital I´m the man de 1979. Punk rock en su versión germinal.
Más allá de lo político e ideológico, Gerardo Diego fue uno de los poetas españoles fundamentales del siglo XX. Era conocida la melomanía de este ilustre escritor; pasión por la música que se evidencia en cuatro poemas - entre los más bellos- escritos sobre la música y los músicos: Preludio, aria y coda a Gabriel Fauré, Estoy oyendo cantar a un mirlo, Revelación de Mozart y Los árboles de Granada a Manuel de Falla.
De Preludio, aria y coda a Gabriel Fauré me conmueve estos versos escogidos esta mañana:
Oh música anunciada que la noche esclareces,
noche tú misma ubérrima de estrellas y de pulsos,
oh donación sin límites en que Dios se recrea,
oh divina entre las clausulas humanas.
Fue en un principio el ruido. Los rayos y las piedras
no hallaban sus aristas de eficaz geometría.
Era el agua un problema de sólida maraña
y el caos bostezaba su gañido espanto.
El silencio es padre de la niña armonía.
El la engendra y la cría en sus puras entrañas.
Aplicad el oído a la piel de la música.
Detrás de la sonata late el silencio cósmico.
Canta el hombre angustiado a su destino en la tierra,
canta para espantar el miedo de los astros.
La mudez es el solo, perdurable estatuto.
Del preludio a la fuga corre un escalofrío.
Y qué decir de ese hermoso y hondo poema que es Estoy oyendo cantar a un mirlo. Donde la admiración por Chopin logra transfigurarse en la metáfora de la fragilidad y en sus extremos incomprensibles. Aquí los primeros versos:
Estoy oyendo cantar a un mirlo.
Canta el mirlo perchado allá arriba en el cedro.
Canta el mirlo escondido en el paraíso terrenal.
Adán y Eva gozaron de ese mismo mirlo
que me vierte gotas, perlas de siglos deshiladas en música sin nubes.
Estoy oyendo cantar a un mirlo.
Estoy oyendo cantar al mirlo de mil novecientos cinco
en el magnolio de lustrosas hojas
que brillan a la luz como sus plumas.
Estoy oyéndole cantar detrás de éste, dentro de este.
o uno? (¿Dos
Se llamaba Wolfgang. No. Se llamaba Franz.
No. ¿Se llamaba Mirlo, Merle, Merlín? No. Se llamaba
-negro en verde como mirlo en magnolio, como seis
(letras
mayúsculas en cuaderno de música-,
se llamaba Chopin.
Pero en Revelación de Mozart, Gererdo Diego logra penetrar desde la poesía en varias instancias del "misterio Mozart", llegando a construir un fresco de múltiples matices sobre la vida y obra del gran músico austriaco. Así, al inicio de extenso poema se lee:
Todo es divina superficie, todo
humanidad profunda. Mozart vivo,
pintura vegetal, hoja aplicada
a una pared, él y el misterio
del vacío infinito. Y una línea
-bisel cortante- en ángulo quebrada
que es un perfil de espejo metafísico.
Nadie intente salvar esa frontera
entre la plenitud y el lienzo puro
o la nada. Los dos orbes eternos,
la vida y lo que nunca nacería.
Y más adelante, en la medida que el poema toma cuerpo, Gerardo Diego llega ingresar al corazón de lo que late en la esencia de la poética mozartiana:
Rocas, fontanas, plazas de Salzburgo
de la octava del Corpus. Un sol lírico
calienta en los jardines del palacio
las casi negras máscaras mortuorias
que fingen enormes pensamientos
entre los jaspeados y amarillos.
También la tierra piensa, piensa y canta,
y sus muertos se asoman a la vida
a gozar de este sol, oro de música,
y a oír cantar los mirlos y los niños.
La tierra, el ruiseñor, el niño, el muerto
cantan sobre la orquesta que hace el rio,
cantan, miran y piensan. Tal la vida
se enreda con la nada y doce tonos
modulan de uno en otro sus mensajes
-color melancolía, matiz gloria,
tinte desmayo, iris esperanza-.
No olvida, no, la música. Ella cree.
Y al final de la travesía morzartiana, poeta llega revelar al Mozart que todos intuimos pero que nuestra mísera palabra es capaz de nombrar:
Música desde el cielo para el hombre
en su medida clásica y divina,
revelación herida en el costado,
oh Mozart mío, de ese tu universo
que es el regazo puro-los timbales
de tu agonía ya alejaron truenos,
ya el azul restaurado de Salzburgo
celeste es el celeste novísimo-
universos o regazo revelado,
el estado de gracia, el ser de gracia,
prenda de salvación por el retorno
es espiral al mástil del no olvido.
Elegía para violonchelo y orquesta Op 24. Gabriel Fauré. Violonchelo: Yo Yo Ma
Estudio Op 25 Número 11. Frederic Chopin. Piano: Valentina Lisitsa
Adagio y fuga en do menor KV 546. W. A. Mozart
Larghetto- Cuarteto para piano número 2 KV 593 en si bemol mayor. W. A. Mozart.Las alturas de una belleza que fue capaz de crearse en la tierra.
Si no fuese por afecto a la música peruana de varios estudiosos como José Quezada Maquiavelo, Aurelio Tello y antes, Andrés Sas, César Arróspide de la Flor, entre otros, gran parte del patrimonio musical peruano se encontraría perdido. No diré quién fue el primero en redescubrir a los grandes compositores del barroco peruano, pues el debate terminaría en disputa. Lo importante es que ya se ha generado una tradición, insipiente sin duda, de estudios de música peruana. Además, el descubrimiento a niveles de estudio, ya ha ocasionado una primera legión de melómanos que observan con entusiasmo la gran música que se llegó a hacer durante el virreinato.
De todos los compositores de los siglos XVII y XVIII, destacan los nacidos en España Tomás de Torrejón y Velasco (1644- 1728) y Juan de Araujo (1646-1712). El primero llegó a ser Maestro de Capilla de la Catedral de Lima y fue autor, entre otras, de la primera opera compuesta en América, La Púrpura de la Rosa, con libreto de Pedro Calderón de la Barca y estrenada en 1701. Además fue autor de la maravillosa Gran Misa de Lima. De Juan de Araujo, quien también fue Maestro de Capilla de Catedral de Lima, destaca el Dixit Dominus, de valor musical mayor pues logra enriquecer la forma académica occidental con matices autóctonos.
Pero si hay música de este periodo que merece toda la atención es José de Orejón y Aparicio (1706- 1765). Nacido en la ciudad de Huacho, al norte de Lima, es el mayor compositor peruano del periodo virreinal. Fue alumno del maestro Torrejón y Velasco y luego del milanés Roque Cerruti (compositor que desarrolló una labor interesante). La importancia de Orejón y Aparicio es fundamental para comprender la evolución del barroco en América y, sobre todo, observar como la apertura formal y temática de la estética musical post arcádica logró establecerse al otro lado del Atlántico generando nuevas atmósferas sonoras. El estilo galante y pastoril de los arcades se evidencia en varias de las bellas composiciones de Orejón y Aparicio. Pero eso no es de extrañarnos. Un grande del barroco italiano como Domenico Zipoli, al hacerse jesuita, optó por la vida misional en el vasto virreinato peruano. Pues recordemos que el virreinato del Perú abarcaba casi todo Sudamérica al inicio del siglo XVIII.
En el caso de la música de fundamento popular del barroco virreinal peruano, destaca la compilación que realizó el Obispo de Trujillo, Jaime Baltasar Martinez de Campañón. Gracias a este codex podemos reencontrarnos con el sonido cotidiano de gran parte de las comunidades musicales del siglo XVIII. Descubrir que en el arte, el mestizaje, la fusión, suelen ser una necesidad para la continuidad de la experiencia creadora. El códice de Martinez de Campañón se revela como la demostración de una utopía forjada a la luz del encuentro entre lo mejor de Europa y América. Además, que nos llama a aceptar el pasado y reconocer que somos herederos de ambas civilizaciones. Sin leyenda negra, sin leyenda blanca. A otra cosa.
Aria: Mariposa de sus rayos. Autor: José de Orejón y Aparicio
Dixit Dominus. Juan de Araujo. De una belleza impresionante.
Cachua serranita. Códice de Martinez de Campañón.
Cashuas a la navidad: Dennos Lecencia Senores y Nino il mijor. Códice de Martinez de Campañón. Coro: Lima Triumphante. Dirige: José Quezada Maquiavelo.
Empiezan las horas fantasmales a medida que el otoño avanza. La niebla que viste a Lima de mayo a octubre, le confiere ese estado de ingravidez, de indefinición, de ser y no ser al mismo tiempo, que la hace única e irrepetible. Durante esos meses, el esplendor gregario que caracteriza al verano, se disipa y, lentamente, la atmósfera de intimidad se apodera de la vida cotidiana. En términos musicales o artísticos, suele ser tiempo de música de cámara. Y vaya que el invierno siempre me lleva al gran género instrumental.
Esta mañana de neblinoso otoño es con Tchaikovsky, especialmente con el Cuarteto de cuerdas N º 1 en Re mayor Op 11, siempre de audición melancólica. Esa melancolía que no llega a ser tristeza, sino más bien reflexión serena, íntima y cierta vulnerabilidad a sentir más de lo que se debe sentir. Sobre el origen de este cuarteto se cuentan varias historias, desde que Tchaikovsky compuso la célebre melodía del andante cantabile una vez que oyó a un pintor de paredes silbar mientras trabajaba, hasta la reacción sentida de Leon Tolstoi al escucharlo. Se dice que lloró mientras se llevaba a cabo un concierto de cámara en honor al autor de Anna Karenina.
Los movimiento del cuarteto en mención son los siguientes:
Moderato e semplice
Andante cantabile
Scherzo. Tanto no Allegro e fuoco con - Trio
Finale. giusto Allegro - Allegro vivace
Andante cantabile- Cuarteto para cuerdas número 1 en re menor Op 11. Piort Illich Tchaikovsky. Gran belleza, sin duda.