Han pasado 150 años desde el nacimiento de Maurice Ravel, el 7 de marzo de 1875, y su figura sigue siendo una de las más enigmáticas y fascinantes de la música francesa. Criado en un ambiente que combinaba la ascendencia suiza de su padre con las raíces vascas de su madre, Ravel desarrolló desde temprana edad una sensibilidad excepcional para el sonido y la forma. Estudió en el Conservatorio de París, donde, a pesar de no ganar el prestigioso Prix de Rome en varias ocasiones —lo que generó un considerable escándalo en la época—, forjó su estilo distintivo. Su música, a menudo asociada con el impresionismo, trasciende esta etiqueta con una precisión orquestal, una brillantez armónica y un rigor estructural que lo diferencian. Fue un maestro de la orquestación, capaz de evocar paisajes sonoros vívidos y atmósferas envolventes, pero siempre con una claridad cristalina y un control absoluto sobre cada nota. Su obra es un testimonio de su búsqueda de la perfección, fusionando influencias del folklore español, la elegancia del siglo XVIII y una modernidad audaz, resultando en un lenguaje musical inconfundiblemente raveliano. Su legado reside en su capacidad para tejer complejidad y sencillez, emoción y distancia, en composiciones que siguen cautivando a oyentes y músicos por igual.
La vida de Ravel estuvo marcada por un compromiso inquebrantable con su arte y una discreción personal que contrastaba con la intensidad de su música. A pesar de una salud frágil en sus últimos años y los estragos de la Primera Guerra Mundial, que afectaron profundamente su producción, continuó componiendo y explorando nuevas sonoridades. Su meticulosidad en la escritura y su perfeccionismo lo llevaron a revisar y pulir sus obras incansablemente. Ravel no solo fue un compositor brillante, sino también un pianista consumado y un director ocasional de sus propias obras. Su influencia se extiende a lo largo del siglo XX, inspirando a generaciones de compositores con su maestría orquestal, su uso innovador de la armonía y su inigualable sentido del ritmo. A 150 años de su nacimiento, la obra de Maurice Ravel perdura como un pilar fundamental del repertorio clásico, un universo sonoro de belleza, ingenio y profundidad que continúa revelando nuevas facetas con cada escucha.
A continuación, se presentan 10 obras fundamentales de Maurice Ravel:
Bolero
Daphnis et Chloé (ballet completo o suites)
Pavane pour une infante défunte
Ma mère l'Oye (Mi madre la Oca)
Le Tombeau de Couperin
Concierto para piano en Sol mayor
Gaspard de la nuit
Rapsodie espagnole
Valses nobles et sentimentales
La Valse