¿Decadencia? Algo de eso, pero hay que saber adivininarla. Pues en la obra de Serjei Rachmaninoff (1873-1943), la brillantes, la melancolía, la parafernalia, se funden con un espíritu que, a pesar del fuego, siempre languidece. Densidad y disfuerzo. Sinceridad y seducción. Conflicto y bostezo. Hay algo de Rachmaninoff que nunca me llega a convencer. No conmueve que quieran conmover conmovedoramente. En la música la conmoción debe ser conmoción. Como en el caso barroco. La conmoción era parte integral de una estética (el delirio y éxtasis), en una orientación cósmica (literalmente). La verdad del dolor, del desamor-amor. Hybris del destino desatado desde el canon. En el romanticismo, conmover era mirarse al ombligo y saludar la totalidad desde él. Y, por lo tanto, arribar a instancias íntimas de diversos horizontes, pero siempre intimas.
Pero este monstruo del piano algo tramaba. Cuando todos pensaban que el cadáver seguía muriendo, lanzó al mundo (literalmente) tres de lo conciertos para piano, mayúsculos, que hacen sufrir al que toca y escucha, hartar al que toca y escucha. Y cual mago infinitamente dotado, la conmoción in extremis. Recargar al límite. ¿Acaso el Art Deco no tuvo su músico? Es algo que pienso últimamente.
Si digo que no me conmueve Rachmaninov no estoy diciendo que no me guste. En todo caso, esta más allá de ese juicio bipolar. Por ello, hay que saber a qué metemos cuando optamos por una breve temporada de Rachmaninoff. Deslumbrarse, claro que si. Pero también reconocer los grados de decadencia que sabiamente diseñó para nosotros.
Rapsodia sobre un tema de Paganini Op 43. Serjei Rachmaninoff. Piano: Edit María Fazakas
No hay comentarios:
Publicar un comentario