Música Principia

“Nacido con un alma normal, le pedí otra a la música: fue el comienzo de desastres maravillosos...”. E. M. Cioran, Silogismos de la amargura.

"Por la música, misteriosa forma del tiempo". Borges, El otro poema de los dones.

viernes, 29 de octubre de 2010

Presencias de la muerte en Bach

Un niño, sin duda inteligente y sensible como Johan Sebastian Bach, vivió a edad temprana dos desapariciones fundamentales. En 1694, la muerte de Elisabeth Lämmerhirt, su madre. Y en 1695, la muerte de Johan Abrosius Bach, su padre. Es decir, en el transcurso de un año, quedó plenamente huérfano. Los biografías sobre el maestro suelen mostrar el dato como un evento más en la vida de Bach. Nos consolamos ante la fe que se evidencia en la obra bachiana, sin percatarnos en el drama personal y su obvias repercusiones. Es como si sólo bastase una obra, que no conoce fisuras y desniveles, para ocultar el devenir del dolor; dolor que inevitablemente debió haber sentido y vivido el niño Johan Sebastian Bach. 

Se podría esgrimir un argumento  histórico cultural sobre las repercusiones de la muerte en la vida de los niños alemanes del siglo XVII. En un contexto donde la ciencia médica no había evidenciado ningún éxito notable y dadas las condiciones nutricionales y de sanidad de esa época, resulta claro por qué la muerte, incluso, las muertes de las personas más queridas, tenían un impacto menos devastador que para las generaciones posteriores. Es decir, se convivía con la muerte de un modo menos dramático. El mismo Bach vio como 14 de sus 20 hijos murieron, pues sólo seis le sobrevivieron. Muerte que se asume como parte de una vida cuyo fin no es esta tierra si no la consoladora ilusión de la vida en el paraíso. De este modo, la muerte era parte asumida de la vida, sobre todo la muerte de los seres más queridos (hijos, padres, esposos,etc)

Es  cierto que le experiencia de la muerte tiene condicionamientos culturales muy fuertes, sobre todo al momento de evaluar sus repercusiones en la vida de los vivos. Pero aun, así resulta conmovedor reconocer que el niño Bach tuvo que asistir al fallecimiento de sus padres a una edad muy temprana y que, por ello, empezó un extraño periplo que incluyó el tutelaje de su hermano mayor Johan Christoph Bach, ingresos a internados, etc. Muy diferente al caso de Mozart, cuyos padres murieron cuando éste se encontraba en la juventud. Mozart, si llegó a experimentar el cariño materno de un modo más amplio, tal como atestigua su correspondencia. Ni qué decir de la muerte de Leopold, que si constituyó una verdadera catástrofe para el genio. Lo que nos habla del poder de la relación entre ambos.

En el caso de Bach, el impacto de la muerte de sus progenitores, no ha quedado registrada en ninguna correspondencia. No tememos en claro lo que el niño de 9 y 10 años debió haber pasado en aquel infausto bienio de 1694-1695.  Sin embargo, si se puede explicar mucho del carácter desafecto que mostró el maestro al lo largo de su vida. Desafección ante la fama, la celebridad, incluso, ante la idea misma de la muerte. Es que cuando se ha visto la muerte de un modo tan cercano, siendo la fe capaz de mover montañas (como era el caso de Bach), el procesamiento de la experiencia de la muerte suele estar unido a cierta lejanía. Todo es transitorio.  Y,  por eso mismo, la obligación de hacer lo que se hace del modo más logrado posible. 

Imagino el dolor del niño Bach, pero imagino también la comprensión que sobre la muerte fue desarrollando primero el joven y luego el adulto Bach.  El dolor de una muerte que se convierte, más adelante, en el abono fértil de una fe que se consuela en la resurrección integral. La belleza de toda la obra de Bach también se comprende desde su experiencia de la muerte. Las últimas composiciones catalogadas: Las Variaciones Canónicas BWV 1072-1078, La Ofrenda Musical BWV 1079 y El Arte de la Fuga BWV 1080, la perfección temeraria que ahí habita y manifiesta, sólo es posible porque se ha logrado ver lo que ningún otro músico llegó a ver: el esplendor de la vida plena, superándose toda forma de muerte, incluso la muerte de la música. 

Canon a ocho voces en do mayor BWV 1072. Antepenúltimo peldaño a la perfección absoluta.

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