Es que para admirar se necesita grandeza
Ernesto Sábato
En 1789, año de la revolución francesa, Mozart viaja a Leipzig a conocer la vida musical de la ciudad que fuera el hogar final de nuestro Bach. Como se narra en la edición del 21 de noviembre de 1798 de la Allegemeine Musikalische Zeitung, Mozart tocó durante una hora el órgano de la Iglesia de Santo Tomás, el mismo que día tras día Bach tocaba. Transcribimos la memoria de esta visita debida a Rochlitz:
"Por iniciativa del estonces Cantor de la iglesia de Santo Tomás de Leipzig, el difunto Doles, el coro sorprendió a Mozart con la interpretación del motete para doble coro: "Singet dem Herrm ein neues Lied" del patriarca de la música alemana, Sebastián Bach. Mozart conocía a este Durero de la música alemana más de oídas que por sus obras, que rara vez se escuchan a ahora. Apenas había entonado el coro unos compases, cuando Mozart se quedó asombrado. Tras unos compases más, gritó: ¿qué es esto?, y parecía estar escuchando con toda su alma. Cuando hubo terminado el canto, exclamó lleno de alegría: ¡Al fin algo de lo que se puede aprender! Se le explicó que aquella escuela, en la que había sido Cantor Sebastián Bach, poseía la colección completa de sus motetes y los conservaba como una especie de reliquia. Eso está muy bien, así debe ser - y exclamó - ¡ enséñenmelos ! Pero no había ninguna partitura de esos cantos; hizo, pues, que le entregasen las voces escritas y entonces fue un deleite para este silencioso observador ver cuán aplicado se sentaba Mozart, con todas las voces de su alrededor, en ambas manos, sobre las rodillas, en las sillas cercanas, y, olvidándose de todo lo demás, no se levantó antes de haber examinado todo cuanto allí había de Sebastián Bach. Solicitó una copia, que tuvo en muy alta estima, y - si no me equivoco mucho - al conocedor de las composiciones de Bach y del Requiem de Mozart (de éste en particular), especialmente de la gran fuga del Christie Eleison, no se le escapará el estudio, la valoración y la absoluta comprensión del espíritu del aquel viejo contrapuntista en el espíritu de Mozart, tan receptivo a todo".
En la narración de Rochlitz, conmueve pensar en esa imagen de Mozart sentado, leyendo con atención, con ambas manos sobre las rodillas, las voces del motete. Quienes conocen de lenguaje gestual, se darán cuenta que la posición de Mozart nos indica devoción, interés, respeto. También emociona la exclamación de Mozart tras oír el canto: Al fin algo de lo que se puede aprender. Frase espesada por alguien que en 1789 ya había logrado hacer todo lo posible en música. Un compositor, que en las palabras emocionadas de Haydn en una carta a Leopoldo Mozart, decía: "no conozco a mayor compositor que vuestro hijo". Y es ese Mozart enorme, el que admira al maestro.
Motete: Singet dem Herm ein neues Lied BWV 225
2 comentarios:
Precioso post! Porque la grandeza se reconoce en la capacidad de admirar, de amar lo grande, y así hacerse tan grande como lo que se admira.
Un saludo!!
Gracias, estimado Quninoff!!!!
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