I
Sería 1980 ó 1981. Todos los domingos, en una estación local de televisión, Mario Vargas Llosa conducía un programa de entrevistas a escritores e intelectuales: La Torre de Babel. Para un niño de 10 o 11 años, no tenía mayor interés, salvo que ver a sus padres mirar atentamente las tertulias de nuestro mayor novelista. De los entrevistados recuerdo de manera clara la vez que se presentó Jorge Luis Borges que en ese momento era considerado un mito viviente de la literatura. Era la primera vez que oía nombrar a Borges. Lo que llamaba mi atención era la diferencia de edades de los dialogantes. Borges ya pasaba los ochenta años y Vargas Llosa tendría unos años más de los que tengo yo ahora.
II
El profesor de literatura peruana en el escuela nos mandó a leer La Ciudad y los Perros. Justo ese mismo año, Francisco Lombardi había convertido la exitosa novela de Vargas Llosa en una eficaz película. El aprendizaje fue doble. Me convirtió en un admirador secreto del gran escritor y de la literatura de mi país.
III
Agosto de de 1987. La peor época del Perú contemporáneo. Vargas Llosa habla en un mitín ante una multitud enfervorizada que grita "Mario Presidente, Mario Presidente". Los años más ideoligizados empezaban con furia. Lima vivía entre el estruendo de coches que volaban y días de oscuridad tremenda. La conclusión fue 1990. Mario Vargas Llosa perdía la selecciones ante un desconocido que terminó siendo un terrible salto al vacío.
IV
En la biblioteca en la que laboré un tiempo, se encontraban varios de los libros de Vargas Llosa. Ahí leí con disciplina La Guerra del Fin del Mundo, Elogio de la Madrastra y Conversación en la Catedral. Vargas Llosa había pasado a ser uno de los mayores opositores al régimen de Fujimori. La amenaza de quitarle la nacionalidad era evidente. Siguiendo mi instinto de lector, aparece para mi el ensayista y el periodista. Gracias a él me acercó a Popper, a Hayek, a Revel. Entiendo a destiempo su proyecto político. Entiendo el error de 1990, pero comprendo todo en el Pez en el Agua y La Utopía Arcaica. ¡Qué lucidez en aquel devenir intelectual! La convicción moral manifestada con inteligencia estaba formando a toda una generación que había asistido al terrible holocausto de sacrificar a su mayor creador apostando por un granuja. El magisterio de Vargas Llosa se ejerce desde El País. Es nuestro único referente de claridad ante el marasmo que nos ha condenado el fujimorismo.
V
La Fiesta del Chivo es el colofón de una crítica a lo más despreciable del mundo político: las dictaduras y su secuela de pobreza y maldad. El 2000 le da razón: el fujimorismo se ha convertido en el cáncer del alma y hace metástasis. Cae la dictadura y en el fondo la advertencia que Vargas Llosa hiciera en 1992 se torna en vaticinio realizado.
VI
El creador recibe el Nobel mientras el delincuente se encuentra en la cárcel. Aquel que le quiso arrebatar la nacionalidad, que fomentó su burla y descrédito generalizado, se pudre en prisión. El triunfo de Vargas Llosa es el triunfo de los peruanos que reconocemos formas de vida enriquecidas desde la creación de mundos. Es la victoria de la cultura sobre la barbarie. De lo humano y trascendente sobre la mezquindad, lo inmediato y lo básico. Además, puede ser el punto de partida para un reconocimiento mayor: que los peruanos mayoritariamente empiecen a darse cuenta que su país posee un cultura notable, pero oculta por la indigencia intelectual de la mayoría.
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