Bohuslav Martinu (1890-1959) es parte de una de las tradiciones más interesantes de la música: la escuela checa. Pienso en don gigantes de la segunda mitad del siglo XIX: Dvorak y Smetana. Y en el siglo XX un trío de primer nivel: Janácek, Suk y, ciertamente, Martinu.
El proceso vital de Martinu, a la suerte de una cartografía, dibuja las huidas y esperanzas de toda una generación. Tras la invasión alemana de su patria, tuvo que huir a Francia. Y cuando ésta cayó en manos de los nazis, se trasladó a los Estados Unidos (otro más de la enorme de constelación de talentos que se reunieron en Norteamérica por aquellos años). Finalmente,después de la infausta guerra, se afincó en Suiza hasta su muerte. Es decir, el exilio como un programa estético de relaciones éticas. Tantos los vivieron, la lista interminable.
Conocí a Martinu en indefinidas audiciones de radio. Entre otras cosas, me llamaba la atención su apellido: "Martinu". Me remitía más sonoridades rumanas que propiamente checas. Tiempo después me obsequiaron una copia de sus 6 sinfonías, de orquestación sublime e inspirada. Muy cercana a la estética neoclasicista y contraría los "demonios" atonales y dodecafónicos. Después y gracias a la tecnología pude conocer la bellísima suite sinfónica: Frescos de Piero della Francesca (1955), impresiones musicales a partir de la contemplación de una serie de obras del gran maestro del quatrocento, que se encuentran en la Iglesia de San Francisco en Arezzo. Imagino la elevación en el significado espacial que pudo haber sentido Martinu al ver estas obras. Y toda la diversidad de intensidades cromáticas que en ellas se evidencian. Ese sentido del color, unido a la pasión por el canto madrigalista del renacimiento, condicionan la atmósfera general de los Frescos de Pierro della Francesca. Otra apuesta por salir del callejón postserialista.
Pero hay otras obras de gran factura como la Epopeya de Gilgamesh (1955), basada en el famoso texto del antiguo oriente. Composición ecléctica, donde el horizonte sonoro desnuda todas sus posibilidades, restituyendo los esquemas polifónicos aun cuando se trata de "restituir" para reintepretar a la luz de otras luces. Obra de gran factura y enorme poder simbólico, prácticamente desconocida por estas tierras de los mares del sur.
Y en la música de cámara, la obra de Martinu también alcanza otras cimas. Sólo pensar en la célebre Fantasía para theremine, oboe, cuarteto de cuerdas y piano donde nos encontrarnos con una de las piezas más intensas y cohesionadas de la forma de cámara de la mitad del siglo XX. Sin duda, por muchas razones, descubrir gran parte de la obra del eminente compositor checo es una tarea pendiente.
Fantaisie para theremine, oboe, cuarteto de cuerdas y piano H301 1944- Bohuslav Martinu.
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