Al referirse a la relación entre prisioneros y guardias en el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, Viktor Frankl escribe lo siguiente: "Lo cierto es que, tratándose de un capataz, el hecho de ser amable con los prisioneros a pesar de todas las perniciosas influencias del campo es un gran logro, mientras que la vileza del prisionero que maltrata a sus propios compañeros merece condenación y desprecio en grado sumo. Obviamente, los prisioneros veían en estos hombres una falta de carácter que les desconcertaba especialmente, mientras que se sentían profundamente conmovidos por la más mínima muestra de bondad recibida de alguno de los guardias". (El hombre en busca de sentido)
Y adquiere un valor más intenso cuando Frankl hace bella memoria de un evento: "Recuerdo que un día un capataz me dio en secreto un trozo de pan que debió haber guardado de su propia ración del desayuno. Pero me dio algo más, un "algo" humano que hizo que se me saltaran las lágrimas: la palabra y la mirada con que aquel hombre acompañó el regalo". (El hombre en busca de sentido). Es ese "algo más" el que le otorga pleno sentido a la vida humana. La potencia, el salto hacia otra cosa.
En esa relación expuesta a la circunstancia extrema, Viktor Frankl logra entender (y hacernos entender) instancias de lo real difíciles de acceder desde la medianía. La condición humana tal cual, la que hace considerar en frío, imparcialmente, lo que somos: "La vida en un campo de concentración abría de par en par el alma humana y sacaba a la luz sus abismos. ¿Puede sorprender que en estas profundidades encontremos, una vez más, únicamente cualidades humanas que, en su naturaleza más íntima, eran una mezcla del bien y del mal? La escisión que separa el bien del mal, que atraviesa imaginariamente a todo ser humano, alcanza a las profundidades más hondas y se hizo manifiesta en el fondo del abismo que se abrió en los campos de concentración". (El hombre en busca de sentido)
Y como ocurre siempre, del dolor surge la belleza transfigurada. Pues conocer y comprender son actos bellos. Incluso en el recinto del terror más absoluto, aparece eso que nos hace ser tan dignos: "Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra generación. ¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración" (El hombre en busca de sentido).
Louange à l'éternité de Jésus- Cuarteto para el fin del tiempo. Olivier Messiaen. Compuesto en un campo de concentración. Estrenado en 1941.
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