Agota darle espacio a cuestiones que en el fondo no lo merecen tanto. La rebeldía tiene múltiples posibilidades y ámbitos dónde ejercerla. Escribir sobre música o de temas que la música me suscita, es la manera de rebelarme frente a un estado de cosas que considero deleszables. Por ello, este ejercicio de melomanía responde a la necesidad de valorar la experiencia creadora del hombre en tanto hacedor de mundos sonoros y, cómo esta labor, se halla fuertemente motivada por la belleza, la fe y la libertad. Inspiración vinculada a lo espiritual que hace de la música una manifestación que ennoblece y enaltece nuestra humanidad. Pues lo más humano se reconoce en aquello que lo eleva a la dimensión dignísima de ser hijos de Dios. Creadores de mundos (sonoros, visuales, espaciales o escritos), tal como el Padre concibió el Ser desde la ausencia absoluta.
Que en la música y en las demás artes podemos encontrar rastros de la presencia de lo divino, es algo que muchos han postulado. En mi caso, ubico esta presencia en el sólo hecho de reconocer el amor que muchos compositores le imprimieron a sus obras. Más allá de sus yerros prácticos y cotidianos, los grandes maestros vivieron la experiencia de la creación de mundos sonoros con pasión, entrega e inteligencia. Siendo el resultado evidente. Una ofrenda musical que puede hacer de nuestra existencia algo más intensa, importante e interesante.
En varios momentos de mi vida, la música ha sido el dulce consuelo ante la adversidad. Ha sido la compañía que ha elevado mis alegrías alturas inimaginables. Ha estado en la agonía y en el éxtasis. Y ahora, cuando me abruma pensar en el país en el que vivo, viene a demostrarme que esta aquí y que es mi derecho rebelarme ante la dictadura de la pequeñez, desde la esperanza que se vislumbra en la gran música.
Allegro con brio - Beethoven Sinfonía No.7, Op.92. Dirige Carlos Kleiber
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