Como hace más de treinta años, el mismo éxtasis. La vida transcurrió, los días y las noches trajeron sus cosas y sonidos. Lo nuevo innundó el transcurrir de la existencia. Pero la primera navegación estaba ahí, permanente durante todo este tiempo. Hoy volví a ver con ellos y con ellas el Concierto de Brandeburgo número 5 en re menor (BWV 1050). Huracán polifónico in extremis, edificio armónico de proporciones temerarias, donde el aire escasea. Mi éxtasis llega al límite en la enorme cadenza para clavecín que Karl Richter ejecuta como si estuviese poseído por el espíritu del "cantor de Leipzig". El corazón late inclemente, el cerebro no es capaz de procesar la incesante formación de estructuras, un teatro sónico de ilimitados matices donde sujeto y objeto quedan abolidos. Y la existencia es sólo lenguaje.
Recuperada la identidad, un puente de tiempo se reconstruye. Hoy, como hace más de treinta años, muchas cosas no me importan. Sólo el deseo de volver a sumergirme en aquel océano de infinitas variables melódicas. Fundirme en el esplendor de una realidad que adquiere pleno sentido en la armonía de los mundos. Orbitas creadas por un hombre llamado Johann Sebastian Bach.
Bach: Brandenburg Concerto No. 5 in D major (BWV 1050): Allegro.