Empiezan las horas fantasmales a medida que el otoño avanza. La niebla que viste a Lima de mayo a octubre, le confiere ese estado de ingravidez, de indefinición, de ser y no ser al mismo tiempo, que la hace única e irrepetible. Durante esos meses, el esplendor gregario que caracteriza al verano, se disipa y, lentamente, la atmósfera de intimidad se apodera de la vida cotidiana. En términos musicales o artísticos, suele ser tiempo de música de cámara. Y vaya que el invierno siempre me lleva al gran género instrumental.
Esta mañana de neblinoso otoño es con Tchaikovsky, especialmente con el Cuarteto de cuerdas N º 1 en Re mayor Op 11, siempre de audición melancólica. Esa melancolía que no llega a ser tristeza, sino más bien reflexión serena, íntima y cierta vulnerabilidad a sentir más de lo que se debe sentir. Sobre el origen de este cuarteto se cuentan varias historias, desde que Tchaikovsky compuso la célebre melodía del andante cantabile una vez que oyó a un pintor de paredes silbar mientras trabajaba, hasta la reacción sentida de Leon Tolstoi al escucharlo. Se dice que lloró mientras se llevaba a cabo un concierto de cámara en honor al autor de Anna Karenina.
Los movimiento del cuarteto en mención son los siguientes:
- Moderato e semplice
- Andante cantabile
- Scherzo. Tanto no Allegro e fuoco con - Trio
- Finale. giusto Allegro - Allegro vivace
Andante cantabile- Cuarteto para cuerdas número 1 en re menor Op 11. Piort Illich Tchaikovsky. Gran belleza, sin duda.
1 comentario:
Curiosa pero cierta la relación de la música con el clima.
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