Por estos días, hace veinte años, cuántas cosas empezaron a caer. No sólo el muro que partía a una ciudad mítica (por las dimensiones de la tragedia). También, varios de los regímenes que se edificaron sobre una transgresión ideológica que no tenía nada del ideal originario. Qué rápido se vino abajo todo. Con qué facilidad, uno tras otro, se derribaban los poderes que se creían incólumes. Y qué ingenuidad era pensar que el mundo que estaba apareciendo, tras las caídas, iba ser el mundo de la reconciliación entre los dilemas ideológicos.
En realidad, la Segunda Guerra Mundial terminó en 1989. La "guerra fría" no fue más que la coda de la tragedia de los extremos. Una larga coda que movió los sentidos, las prácticas y los conceptos de gran parte de la tierra, concretizada en personas de carne y hueso. Revolución-reacción, pasado-futuro. Hombre nuevo- hombre viejo. Escatología secularizada de un lugar y otro. El siglo XX fue la preparación para la gran guerra y, al mismo tiempo, la estrategia para salir de ella. Pero no salió tan fácilmente. Aun quedan vestigios poderosos de esa era.
20 años han pasado. Cuánto tiempo de aquellas semanas vertiginosas. Pero fue a inicios de la década de los noventa cuando vimos en su exacta dimensión la magnitud de lo que había acontecido.
1 comentario:
Bien, dentro de unos dias estaré por unos dias en esa ciudad mitica, y visitaré el check point Charlie...
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