La cara de ellos y de ellas lo dice todo. Los veo agotados, como si un alud los hubiera sepultado y tratasen de salir a toda costa aferrándose a lo primero que les venga a mano. Pero no es el vendaval polifónico de Bach ni la dulcísima y dolorosa presencia de Mozart. Es otro agotamiento. Yo mismo acabé así. Han pasado tres horas de la segunda clase de Beethoven. Y aun mi mente sigue en éxtasis exhausto. Esa concentración, el deseo por salir de la forma formalmente, el estar presente y ausente al mismo tiempo. Indefinición e ilimitación. La infinitud que no cesa.
Ya perdí la cuenta de las veces que he escuchado y contemplado el Trio Fantasma Op 70, la Sonata a Kreuzter Op 47 y el Cuarto Concierto para Piano Op 58. En cada oportunidad la misma turbación. Se hacen transparentes las aflicciones que implica concebir impresiones y atmósferas más que propiamente melodías. Aquí las melodías son meras justificaciones de algo que las enerva al punto de evidenciar su propia muerte. Wagner - por quien no tengo mucha simpatía- decía con razón que Beethoven había generado un problema a la música posterior a él. Toda la música del Siglo XIX vivió atrapada en su prometeico legado. ¿Qué quedaba por hacer? Continuar el legado o superarlo.
Me encuentro con algunos de ellos y de ellas. Todavía están cargados, me lo dicen. Quizá demasiada infinitud, indefinición. Hoy, cuando todos buscamos claridad, la obra de Beethoven sigue siendo endemoniadamente turbia. No se llega a vislumbrar nada claro; no hay puerto feliz, no hay Itaca después del largo periplo. Desolación. El Beethoven del centro sigue siendo actual.
Largo assai ed Espressivo- Trio Fantasma Op 70-Beethoven. Los interpretes no necesitan presentación.
Andante con moto - Concierto para piano 4 Op 58. K. Zimerman, piano. Dirige, Bernstein.
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