Llegamos al tercer movimiento, un oscuro y lúgubre Adagio. Fauré lo ha construido a partir de un motivo ascendente: las cuerdas tocan al unísono -con frecuencia- en las secciones exteriores y el piano ofrece una gran variedad acompañamientos, usando acordes bloqueados, balanceando figuras y patrones arpegiados.
Impresiones. Por alguna razón esta obra me conquista, entristeciéndome. Es la tristeza que conduce hacia cierto vacío. Una caída de abajo hacia arriba. Sin horizonte. Pero bella, como la música de cámara de ese tiempo.
Y este adagio Fauré me permite entender la tristeza de Robert Hughes (1938-2012) y la tristeza de Joseph Ratzinger. Pues ambas tristezas están entrelazadas. Occidente, no apagues tu lámpara...
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