I found it hard it was hard to find
Oh well, whatever, nevermind
Kurt Cobain. Smells like teen spirit
Light my
candles in a daze
'Cause I've
found God
Kurt
Cobain. Lithium
En 1991 parecía que la historia había llegado a su fin. Dos
años atrás, el muro de Berlín - el muro de tantos lamentos - caía sobre los
escombros de lo que fue el pasado de una ilusión (Furet). La que había surgido
como el ensueño arcádico se había transformado en una pesadilla totalitaria y,
a la larga, en un martirio burocrático. De ahí el sinsentido aparente de los
setenta años de la experiencia liberadora del "hombre nuevo". Así,
cuando se extinguió la
Unión Soviética en agosto de 1991, parecía que la historia
había llegado a su fin. La democracia liberal y el capitalismo de mercado
evidenciaban su mayor gloria: el optimismo ilimitado por la ilusión de la
cosmópolis. Nada hacía presagiar lo que ahora esta ocurriendo.
¿Veinte años son nada? ¿Volvemos con la frente marchita?
Veinte años es mucho. Es la mitad de mi vida. Y desde 1991, ha pasado mucha agua
bajo el adorable puente de la existencia. Dos décadas es mucho. ¿Pero lo es
tanto para el mito? No. Porque los mitos no tienen tiempo lineal. Poseen una nomenclatura
cíclica. Se recomponen según las certezas y los miedos. Y hace veinte años
apareció, acaso, el último gran disco de la historia del rock, antes que el
rock desaparezca. Pues es claro que hay grandes álbumes desde 1991. Pero no
como el Nevermind de Nirvana.
Tengo claro el recuerdo. Gonzalo, mi hermano menor, hacia
fines de 1991, me dice: ¿has escuchado Nirvana? . ¿Qué es eso?, le respondo con
el desdén sobrentendido de los hermanos mayores. Prendemos el televisor y justo
anuncian el vídeo transformador: Smells like teen spirit. Después de escuchar
la opus magna del Nevermind, el resto es el silencio. Cogí los discos de Guns
and Roses y me reí de ellos. Tomé a mis adorados Iron Maiden y sólo esbocé una
sonrisa condescendiente. Nada era como Smells like teen spirit. Lo nuevo y lo
viejo coincidían . Cobain y su combo habían logrado sintetizar toda la historia
sensorial del siglo XX. ¿Magia? ¿Locura? ¿Genio? ¿Provocación? ¿Cómo tres de
mis contemporáneos de Seattle podrían haberme hecho escuchar lo que yo espera
oír? ¿Por qué esa conección interna tan poderosa entre un joven de Lima, Perú y
una banda de Seattle, Washington, USA ? ¿Cuál eran esos referentes comunes?
El gran referente era el fin de la historia. El desencanto y
nihilismo de la norteamericana generation X, era próximo a la sensación de
fragilidad tras una década de violencia política en el Perú y la bancarrota
económica de 1990. Por otro lado, la música pop se estaba tornando en el reino
del crossover y de la mixtura sónica y visual. El mundo adversativo de la
posthumanidad. La sociedad de la productividad en masa se empezaba a
ensamblarse a si misma, sin la participación humana. Códigos y signos que se
entrecruzan formando lo informe.
Nevermind estaba hecho de los trozos estructurales de todo lo conocido.
Por eso era metal, también post punk, también dark, también punk, también hard
rock, también pop, también también. Todo y nada. Ironía de las viseras. All
star converse con grasa, acné, más MTV, más pretensiones no poéticas que
acabaron siendo poéticas. Era el triunfo de la gran supercultura pop,
mediática, al interior de la subcultura trasgresora. En Nevermind ya no hay
misterios y por eso ya no hay héroes. Cobain no era el sujeto al que se le
mataría como a Lennon. Cobain no era el virtuoso dominado por sus demonios como
Hendrix. Cobain no era el payaso de
Morrison. Cobain era Star Wars, Shopping Malls; era un recolector de basura, de
excrecencias y una máquina deseante tras la última muerte de dios. Cobain era el espejo de millones que usábamos
desodorantes en bolita y nos secábamos el acné con cremas de color piel. Cobain
era un aneurisma de las subdivisiones infinitas del fin de la historia. Y
Nevermind el testamento inicial de los
días soleados, malolientes y sudorosos del nuevo siglo.
Con Nevermind la historia del rock también llegó a su fin.
Ya todo lo sólido se había había desvanecido en el aire. Las certezas licuadas
y los únicos valores en el santuario de los seis ceros. Por eso Cobain se mató
tres años despues, en 1994. Cuando no soportó la hiperventilación que sus
propios trozos de carne, de su acné rabioso, de sus viseras en la refrigedora
pegadas con cinta adhesiva. El Nevermind sigue siendo lo que es: el gran disco
de nuestro alegre dolor.
Smells like teen spirit
Lithium
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