Llegada al Epirineo, Canto XXXI. Dante y Beatriz |
l’amor che move il sole e l’altre stelle
Llegamos al noveno cielo del paraíso, Primum Movile. Ya no basta la contemplación de Beatriz, el amor transfigurado a la musa ya no es suficiente. Las coordenadas del deseo son mayores, pues la búsqueda es ilimitada. No basta Itaca, no basta Beatriz. Dante y el Ulises homérico se dan la mano. ¿ A dónde dirigir la mirada si la vuelta al hogar y el amor a la musa no son suficientes?. Y en ese cielo esplendoroso, donde el amor nos ha conducido a la morada más alta, Dante se aparta de Beatriz para mirar a Dios. Pero lo que ve es una luz no dimensional de la misma luz, tal como se expresa en el canto XXXIII del Paraíso:
¡Oh luz eterna que sola en ti sedes
sola te entiendes, y
por ti entendida
y tú te entiendes,
amas y sonríes!
Aquel circular, que así concebido
parecía en ti como
luz refleja,
contemplado por mis
ojos en torno,
dentro de sí, de su color mismo,
me parecía ver
pintada nuestra efigie;
porque mi rostro en
él estaba metido todo.
Como el geómetra que se afana y aflige
por medir el cerco, y
no encuentra,
pensando, el
principio que precisa,
así estaba yo en aquella visión nueva;
ver quería cómo la
imagen al círculo
correspondía y cómo
allí se encontraba;
mas no bastaban las propias alas:
si no que mi mente
fue herida
de un fulgor que
cumplió su anhelo.
A la alta fantasía aquí faltaron fuerzas;
mas ya movía mi deseo
y mi velle,
como rueda a su vez
movida,
el amor que mueve el Sol y las demás estrellas.
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