La conozco hace tantos años, tantos que no recuerdo el momento que la escuché por primera vez. Es como si siempre hubiese estado conmigo. Hay obras así. Composiciones que parecen haber sido impresas en los genes. Basta escuchar un acorde y veo un long play de 33 rpm de cubierta violeta o celeste. Toca el piano, creo, Vladimir Azkenazi. De eso no estoy seguro. Era invierno, había neblina y garúa. Treinta años atrás todavía existían los inviernos. Esos bellos inviernos limeños que sólo un nacido aquí (de padres nacidos aqui) puede querer, añorar y compender en totalidad. Transferencias y rumores de los afincados por tres o cuatro generaciones desde otras partes del tercer planeta. Todavía no habita ni yunza ni tumbamonte en ese imaginario. Persistían cosas más placenteras para mi ( no hay nada de malo decirlas).
Ayer volví a escuchar la sonata para piano n.º 23 en fa menor Opus 57 "Appassionata" de Ludwig van Beethoven. Sus movimientos : Allegro Assai, Andante con moto – ataca y Allegro, ma non troppo - Presto. Junto con la Waldstein y Los Adioses, constituye la cima de la obra pianística del periodo intermedio del maestro. Ahora lo se bien. Pero hace más de tres décadas esta obra y otras, eran como el soundtrack de una niñez muy personal. De dos dimensiones paralelas. La pública y externa. La personal e íntima. Como a muchos le sucede.
2 comentarios:
felicitaciones por el blog. les he dejado un premio que pueden recoger en
http://nilavigil.wordpress.com/2009/08/07/para-levantarme-el-ego/
un abrazo
Muchas Gracias¡¡¡¡
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