Alexander Scriabin (1872-1915). Como pocos logró captar la atmósfera decadente de la cultura tardoromántica, de un espitu que se negaba a morir a pesar de las revoluciones en ciernes, las ciudades eléctricas y las aventuras inevitables de la vanguardia musical, fundadas y encarnadas en Stravinsky y Schoenberg. Hizo de la melancolía finisecular el motivo de exploraciones personales, enmarcadas en un individualismo puro e ingenuo y, por eso mismo, turbador. Scriabin escapa a toda delimitación conceptual del arte de su época. Al igual que Rachmaninov, se negó a mirar decididamente a sus contemporáneos revolucionarios y persistió en la búsqueda de una utopía imposible: la ensoñación romántica en medio de funcionalidades estratégicas. A pesar de todo esto, Scriabin fue un gran compositor. A mi parecer, el mejor compositor ruso de aquel tiempo. Desde la decadencia de un proceso imprescindible en la historia de la música (el romanticismo) buscó nuevos derroteros artísticos, construyendo una obra sólida y admirable.
A diferencia de sus contemporáneos, que, tras la "muerte de dios", se adscribieron tanto a pasiones y razones ideológicas y a estéticas neoprogramáticas, Scriabin se refugió en la teosofía del pintor Jean Delville, factotum del decadentismo. Aquel estilo extraño y extrañado de su tiempo, estilo temeroso a aceptar lo inevitable: radiaciones y oscilaciones extremas. El decadentismo era la fuga hacia la arcadia de la debilidad e irrealidad, el bostezo angustiado y anhelante por un pasado que se asumía desde imágenes subrepuestas. Estridencia triste y melancólica, pero sugestiva como toda decadencia. Sin embargo, en Scriabin el espíritu de la decadencia se transforma en un ejercicio creativo impresionante. Sólo pensar en la Sonata No 10 del Op 70 o en La Vers la Flame Op 72, para descubrir obras de un nivel de consistencia notables, sólidas a pesar de su ingravidez y denodadamente virtuosas sin parecerlas.
El otro Scriabin fue su hijo Julian (1908-1919). Vivió sólo once años y tuvo a su padre como primer maestro. Julian Scriabin pudo ser, probablemente, uno de los músicos más notables del siglo XX. En sus 4 Preludios para Piano y en la Fantasía para piano Op 28, se encuentran todas las características del prodigio genial. Creo y me atrevo a pensar que mayor audacia y sabiduría artística que en Mozart (!qué heregía digo!). Pero en fin, el niño murió ahogado al caerse de un bote cuatro años después que su padre Alexander.
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