Música Principia

“Nacido con un alma normal, le pedí otra a la música: fue el comienzo de desastres maravillosos...”. E. M. Cioran, Silogismos de la amargura.

"Por la música, misteriosa forma del tiempo". Borges, El otro poema de los dones.

viernes, 29 de mayo de 2015

Cuando Descartes, sin querer, escribió un poema



Alguna vez imaginé o concebí el epílogo de la Crítica a la Razón Práctica de Kant como si fuera un poema. Pues la dimensión poética de ese hermoso final, me parecía evidente. Esta vez, vuelvo a leer las Meditaciones Metafísicas de Descartes y encuentro nuevamente esa dimensión poética que logra capturar el logos en sus múltiples dimensiones. En este caso, la aventura de la interioridad, la búsqueda más profunda del yo y sus certezas, se hacen luminosas en la Segunda Meditación. 

Segunda Meditación (Fragmentos) 

René Descartes (1596-1650)
Mi meditación de ayer ha llenado mi espíritu de tantas dudas,
que ya no está en mi mano olvidarlas.
 Y, sin embargo, no veo en qué manera podré resolverlas;
y, como si de repente hubiera caído en aguas muy profundas,
tan turbado me hallo que ni puedo apoyar mis pies
en el fondo ni nadar para sostenerme en la superficie.
Haré un esfuerzo, pese a todo, y tomaré de nuevo la misma vía que ayer,
alejándome de todo aquello en que pueda imaginar la más mínima duda,
del mismo modo que si supiera que es completamente falso;
 y seguiré siempre por ese camino,
 hasta haber encontrado algo cierto,
o al menos, si otra cosa no puedo,
hasta saber de cierto que nada cierto hay en el mundo.
Arquímedes, para trasladar la tierra de lugar,
sólo pedía un punto de apoyo firme e inmóvil;
así yo también tendré derecho a concebir grandes esperanzas,
si por ventura hallo tan sólo una cosa que sea cierta e indubitable.
Así pues, supongo que todo lo que veo es falso;
estoy persuadido de que nada de cuanto mi mendaz memoria me representa ha existido jamás;
pienso que carezco de sentidos;
creo que cuerpo, figura, extensión, movimiento, lugar, no son sino quimeras de mi espíritu.
¿Qué podré, entonces, tener por verdadero?
Acaso esto solo: que nada cierto hay en el mundo.
Pero ¿qué sé yo si no habrá otra cosa,
distinta de las que acabo de reputar inciertas,
y que sea absolutamente indudable?
No habrá un Dios, o algún otro poder, que me ponga en el espíritu estos pensamientos?
Ello no es necesario: tal vez soy capaz de producirlos por mí mismo.
Y yo mismo, al menos, ¿no soy algo?
Ya he negado que yo tenga sentidos ni cuerpo.
Con todo, titubeo, pues ¿qué se sigue de eso?
¿Soy tan dependiente del cuerpo y de los sentidos que, sin ellos, no puedo ser?
Ya estoy persuadido de que nada hay en el mundo;
ni cielo, ni tierra, ni espíritus, ni cuerpos,
¿y no estoy asimismo persuadido de que yo tampoco existo?
Pues no: si yo estoy persuadido de algo,
 o meramente si pienso algo, es porque yo soy.
Cierto que hay no sé qué engañador todopoderoso y astutísimo,
que emplea toda su industria en burlarme.
Pero entonces no cabe duda de que, si me engaña,
es que yo soy; y, engáñeme cuanto quiera,
nunca podrá hacer que yo no sea nada,
mientras yo esté pensando que soy algo.
De manera que,
 tras pensarlo bien y examinarlo todo cuidadosamente,
resulta que es preciso concluir
y dar como cosa cierta que esta proposición:
yo soy, yo existo, es necesariamente verdadera,
cuantas veces la pronuncio o la concibo en mi espíritu.
Ahora bien,
ya sé con certeza que soy,
pero aún no sé con claridad qué soy;
de suerte que, en adelante,
preciso del mayor cuidado para no confundir imprudentemente otra cosa conmigo,
 y así no enturbiar ese conocimiento,
 que sostengo ser más cierto y evidente que todos los que he tenido antes.
Por ello, examinaré de nuevo lo que yo creía ser,
 antes de incidir en estos pensamientos,
 y quitaré de mis antiguas opiniones todo lo que puede combatirse mediante las razones que acabo de alegar,
de suerte que no quede más que lo enteramente indudable. Así pues, ¿qué es lo que antes yo creía ser?
Un hombre, sin duda.


¿Qué música podríamos escuchar después de tan profunda introspección? Me parece que composiciones de Monsieur de Sainte-Colombe. La dimensión íntima de la meditación se encuentra de igual modo. 

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