Alguna vez imaginé o concebí el epílogo de la Crítica a la Razón Práctica de Kant como si fuera un poema. Pues la dimensión poética de ese hermoso final, me parecía evidente. Esta vez, vuelvo a leer las Meditaciones Metafísicas de Descartes y encuentro nuevamente esa dimensión poética que logra capturar el logos en sus múltiples dimensiones. En este caso, la aventura de la interioridad, la búsqueda más profunda del yo y sus certezas, se hacen luminosas en la Segunda Meditación.
Segunda Meditación (Fragmentos)
René Descartes (1596-1650)
Mi
meditación de ayer ha llenado mi espíritu de tantas dudas,
que ya
no está en mi mano olvidarlas.
Y, sin embargo, no veo en qué manera podré
resolverlas;
y, como
si de repente hubiera caído en aguas muy profundas,
tan
turbado me hallo que ni puedo apoyar mis pies
en el
fondo ni nadar para sostenerme en la superficie.
Haré un
esfuerzo, pese a todo, y tomaré de nuevo la misma vía que ayer,
alejándome
de todo aquello en que pueda imaginar la más mínima duda,
del
mismo modo que si supiera que es completamente falso;
y seguiré siempre por ese camino,
hasta haber encontrado algo cierto,
o al
menos, si otra cosa no puedo,
hasta
saber de cierto que nada cierto hay en el mundo.
Arquímedes,
para trasladar la tierra de lugar,
sólo
pedía un punto de apoyo firme e inmóvil;
así yo
también tendré derecho a concebir grandes esperanzas,
si por
ventura hallo tan sólo una cosa que sea cierta e indubitable.
Así
pues, supongo que todo lo que veo es falso;
estoy
persuadido de que nada de cuanto mi mendaz memoria me representa ha existido
jamás;
pienso
que carezco de sentidos;
creo que
cuerpo, figura, extensión, movimiento, lugar, no son sino quimeras de mi
espíritu.
¿Qué
podré, entonces, tener por verdadero?
Acaso
esto solo: que nada cierto hay en el mundo.
Pero
¿qué sé yo si no habrá otra cosa,
distinta
de las que acabo de reputar inciertas,
y que
sea absolutamente indudable?
No habrá
un Dios, o algún otro poder, que me ponga en el espíritu estos pensamientos?
Ello no
es necesario: tal vez soy capaz de producirlos por mí mismo.
Y yo
mismo, al menos, ¿no soy algo?
Ya he
negado que yo tenga sentidos ni cuerpo.
Con
todo, titubeo, pues ¿qué se sigue de eso?
¿Soy tan
dependiente del cuerpo y de los sentidos que, sin ellos, no puedo ser?
Ya estoy
persuadido de que nada hay en el mundo;
ni
cielo, ni tierra, ni espíritus, ni cuerpos,
¿y no
estoy asimismo persuadido de que yo tampoco existo?
Pues no:
si yo estoy persuadido de algo,
o meramente si pienso algo, es porque yo soy.
Cierto
que hay no sé qué engañador todopoderoso y astutísimo,
que
emplea toda su industria en burlarme.
Pero
entonces no cabe duda de que, si me engaña,
es que
yo soy; y, engáñeme cuanto quiera,
nunca
podrá hacer que yo no sea nada,
mientras
yo esté pensando que soy algo.
De
manera que,
tras pensarlo bien y examinarlo todo
cuidadosamente,
resulta
que es preciso concluir
y dar
como cosa cierta que esta proposición:
yo soy,
yo existo, es necesariamente verdadera,
cuantas
veces la pronuncio o la concibo en mi espíritu.
Ahora
bien,
ya sé
con certeza que soy,
pero aún
no sé con claridad qué soy;
de
suerte que, en adelante,
preciso
del mayor cuidado para no confundir imprudentemente otra cosa conmigo,
y así no enturbiar ese conocimiento,
que sostengo ser más cierto y evidente que
todos los que he tenido antes.
Por
ello, examinaré de nuevo lo que yo creía ser,
antes de incidir en estos pensamientos,
y quitaré de mis antiguas opiniones todo lo
que puede combatirse mediante las razones que acabo de alegar,
de
suerte que no quede más que lo enteramente indudable. Así pues, ¿qué es lo que
antes yo creía ser?
Un
hombre, sin duda.¿Qué música podríamos escuchar después de tan profunda introspección? Me parece que composiciones de Monsieur de Sainte-Colombe. La dimensión íntima de la meditación se encuentra de igual modo.
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