Dante por Giotto. |
Hace más de un mes, el intenso papa Francisco escribió una carta de homenaje y reflexión sobre uno de los mayores poetas de la historia: Dante Alighieri. Sirva este espacio para promover la reflexión teológica en clave dantesca y dantófila.
MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO AL PRESIDENTE DEL CONSEJO
PONTIFICIO DE LA CULTURA CON MOTIVO DE LA SOLEMNE
CELEBRACIÓN DEL 750 ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DEL GRAN POETA DANTE ALIGHIERI
Al venerado hermano
Cardenal Gianfranco Ravasi
Presidente del Consejo pontificio
para la cultura
Con ocasión de la solemne
celebración del 750° aniversario del nacimiento del gran Poeta Dante Alighieri,
que tiene lugar en el Senado de la República italiana, deseo dirigir a usted y
a quienes participarán en la conmemoración dantesca mi cordial y amistoso
saludo. En especial lo hago llegar al presidente de la República italiana,
Sergio Mattarella, al presidente del Senado, Pietro Grasso, a quien dirijo mi
sentida felicitación por esta significativa iniciativa, al ministro Dario
Franceschini; y lo hago extensivo a todas las autoridades, a los
parlamentarios, a la Sociedad Dante Alighieri, a los estudiosos de Dante, a los
artistas y a quienes con su presencia quieren honrar a una de las figuras más
ilustres no sólo del pueblo italiano sino de toda la humanidad.
Con este mensaje quiero unirme
también yo al coro de quienes consideran a Dante Alighieri un artista de
altísimo valor universal, que tiene aún mucho que decir y dar, a través de sus
obras inmortales, a quienes están deseosos por recorrer la senda del
conocimiento, del auténtico descubrimiento de sí, del mundo, del sentido
profundo y trascendente de la existencia.
Muchos de mis Predecesores
quisieron solemnizar las celebraciones dantescas con documentos de gran
importancia, donde la figura de Dante Alighieri se proponía precisamente por su
actualidad y por su grandeza no sólo artística sino también teológica y
cultural.
Benedicto XV dedicó al gran
poeta, con ocasión del VI centenario de la muerte, la encíclica In
praeclara summorum, con fecha del 30 de abril de 1921. Con la misma el
Papa quería afirmar y poner de relieve «la íntima unión de Dante con la Cátedra
de Pedro». Al admirar «la prodigiosa vastedad y agudeza de su ingenio», el
Pontífice invitaba a «reconocer que el poderoso impulso de inspiración él lo
tomó de la fe divina» y a considerar la importancia de una correcta y no
reductiva lectura de la obra de Dante sobre todo en la formación escolástica y
universitaria.
El beato Pablo VI, además, se
interesó de manera especial por la figura y la obra de Dante, a quien dedicó,
como conclusión del Concilio ecuménico Vaticano II, hace exactamente cincuenta
años, la bellísima carta apostólica Altissimi cantus, donde indicaba,
con gran sensibilidad y profundidad, las líneas fundamentales y siempre vivas
de la obra dantesca. Pablo VI con fuerza e intensidad afirmaba que «Dante es
nuestro. Nuestro, queremos decir, de la religión católica» (n. 9). En cuanto al
fin de la obra dantesca, Pablo VI afirmaba con claridad: «El fin de la Comedia
es primariamente práctico y transformador. No se propone sólo por ser
poéticamente bella y moralmente buena, sino en alto grado de cambiar
radicalmente al hombre y llevarlo del desorden a la sabiduría, del pecado a la
santidad, de la miseria a la felicidad, de la contemplación aterradora del
infierno a la beatificante del paraíso» (n. 17). Citaba, además, el
significativo pasaje de la carta del poeta a Can Grande de la Scala: «La
finalidad de todo y de la parte es sacar del estado de miseria a los vivientes
en esta vida y conducirlos al estado de felicidad» (n. 17).
También san Juan Pablo II y
Benedicto XVI se refirieron a menudo a las obras del gran poeta y lo citaron
numerosas veces. Y en mi primera encíclica, Lumen fidei, elegí
también yo recurrir a ese inmenso patrimonio de imágenes, símbolos y valores
constituido por la obra dantesca. Para describir la luz de la fe, luz que se
debe redescubrir y recuperar a fin de que ilumine toda la existencia humana,
partí precisamente de las sugestivas palabras del poeta, que la representa como
«chispa, / que se convierte en una llama cada vez más ardiente / y centellea,
cual estrella en el cielo» (n. 4; cfr. Par. XXIV, 145-147).
En vísperas del Jubileo
extraordinario de la misericordia, que iniciará el 8 de diciembre próximo, a
los cincuenta años de la conclusión del Concilio Vaticano II, deseo vivamente
que las celebraciones del 750° aniversario del nacimiento de Dante, como las de
la preparación del VII centenario de su muerte en 2021, hagan que la figura de
Alighieri y su obra sean nuevamente comprendidas y valoradas, también para
acompañarnos en nuestro camino personal y comunitario. La Comedia se puede
leer, en efecto, como un gran itinerario, es más, como una auténtica peregrinación,
tanto personal e interior como comunitaria, eclesial, social e histórica. Ella
representa el paradigma de todo auténtico viaje en el que la humanidad está
llamada a abandonar lo que Dante define «la era que nos hace tan feroces» (Par.
XXII, 151) para alcanzar una nueva condición, marcada por la armonía, la paz,
la felicidad. Es este el horizonte de todo auténtico humanismo.
Dante es, por lo tanto, profeta
de esperanza, anunciador de la posibilidad del rescate, de la liberación, del
cambio profundo de cada hombre y mujer, de toda la humanidad. Él nos invita una
vez más a volver a encontrar el sentido perdido y confuso de nuestro itinerario
humano y saber mirar de nuevo el horizonte luminoso en el que brilla en
plenitud la dignidad de la persona humana. Al honrar a Dante Alighieri, como ya
nos invitaba Pablo VI, podemos enriquecernos con su experiencia para atravesar
las numerosas selvas oscuras aún dispersas en nuestra tierra y realizar
felizmente nuestra peregrinación en la historia, para alcanzar la meta soñada y
deseada por todo hombre: «el amor que mueve el sol y las demás estrellas» (Par.
XXXIII, 145).
Vaticano, 4 de mayo de 2015
Francisco
1. Después de una lectura de Dante por Liszt.
Francesca da Rimini de Tchaikovsky. Impresionante forma de acercarse a Paolo y Francesca.
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