Música Principia

“Nacido con un alma normal, le pedí otra a la música: fue el comienzo de desastres maravillosos...”. E. M. Cioran, Silogismos de la amargura.

"Por la música, misteriosa forma del tiempo". Borges, El otro poema de los dones.

miércoles, 6 de mayo de 2015

Dante: 750 años de su venida al mundo.

Dante por Giotto

Lo sabemos bien. El neofacismo indigenista y los estudios culturales ( y sus nefastas derivaciones), lo han ocultado en esta parte del mundo. Nos dicen que es absurdo que un latinoamericano conozca y se asombre del universo de los clásicos. Nos dicen que debemos mirar nuestro terruño, aun cuando no sepamos bien que diablos es eso. Permanecemos en la provincia, nunca como ahora. Quizás por ello, la sentencia de Hegel ahora tiene mayor contundencia: "La lechuza de Minerva levanta vuelo cuando empieza el ocaso". Estamos en el ocaso y la sabiduría nos abandona. Los antropólogos y los sociólogos de la literatura están en su fiesta terminal. Y los imagino como las hordas de la Gestapo y de las SS, pero esta vez  quemando a Homero, a Cervantes, a Dante, a Leopardi, a todos ellos y a otros más. Antropólogos y sociólogos contra la humanidad. Tenían razón Popper y Hayek cuando cogieron del cuello las ciencias sociales y las agitaron como lo hicieron. Pero ya habían sembrado las semillas de su barbarie. 

Sin belleza no hay bien ni verdad. Lo decía bien Von Balthsar. Y las tres se encarnaron en Dante, las tres en La Comedia. El mayor canto hecho por un hombre; Teodramática en su mayor amplitud. No vamos a abundar en más sobre Dante. Los dantófilos podrán decirlo mejor que yo. Lo único que puedo afirmar que mientras existan lectores que presientan los grandes temas de la humanidad, la obra de los clásicos, nunca morirá a pesar de los adoradores  de la "brutezza". 

Comparto el Canto XXXIII del Paraíso. 

Virgen Madre, hija de tu hijo,
humilde y alta más que otra criatura,
término fijo del consejo eterno,

tú eres quien la humana natura
ennobleció tanto, que su hacedor
no desdeñó hacerse su hechura.

En tu vientre se reencendió el amor,
a cuyo calor en la eterna paz
ha germinado así esta flor.

Para nosotros eres aquí meridiana faz
de caridad, y abajo, entre los mortales,
eres de la esperanza fuente vivaz.

Señora, eres tan grande y tanto vales,
que quien quiere gracia y a ti no se acoge,
su deseo quiere que sin alas vuele.

Tu benignidad no sólo socorre
a quien demanda, mas muchas veces
liberal al demandar precede.

En ti misericordia, en ti piedad,
en ti magnificencia, en ti se aduna
cuanto en la criatura hay de bondad.

Ahora, este, que de la ínfima laguna
del universo hasta aquí ha visto
las vidas espirituales una a una,

te suplica, por gracia, de virtud
tanta, que pueda con los ojos alzarse
más alto hasta la última salud.

Y yo, que nunca por mi propio ver me inflamé
como hago por el suyo, todas mis preces
te ofrezco, y ruego que no sean escasas,

por que de toda nube lo desligues
de su mortalidad con tus ruegos,
para que el sumo placer se le despliegue.

Aún más te ruego, reina, que puedes
lo que quieres, que conserves sanos,
luego de tanto ver, sus afectos.

Venza tu guardia las mociones humanas:
¡Mira a Beatriz con cuantos beatos
a favor de mis ruegos juntan las manos!

Aquellos ojos de Dios amados y venerados,
fijos en el orador, demostraron
cuánto los ruegos devotos le son gratos;

de allí a la eterna luz se alzaron,
de lo cual no debe creerse que pueda
una criatura dirigir un mirar tan claro.

Y yo que al final de todas mis deseos
me acercaba, como era natural,
calmé el ardor en mí de mi deseo.

Bernardo me indicaba y sonreía
para que mirase arriba; mas yo estaba
ya por mi mismo como él quería;

porque mi vista, venida sincera,
más y más se metía por el rayo
de la alta luz que en sí misma es verdadera.

De aquí en adelante mi mirar fue mayor
que nuestra charla, que a la visión cede,
y cede la memoria a grandeza tanta.

Como quien soñando mira,
que tras el sueño la emoción impresa
queda, y lo otro la mente no retiene,

así estaba yo, que casi a su término llegada
mi visión, todavía me destila
en el corazón el dulzor que nació de ella.

Así al Sol la nieve se desliga;
así al viento en las hojas leves
se pierde la sentencia de Sibila.

¡Oh suprema luz, que te elevas tanto
de los mortales conceptos! A mi mente
presta de nuevo un poco de lo que parecías,

y haz mi lengua tan potente,
que al menos una chispa de tu gloria
pueda dejar a la futura gente;

pues, por volver un tanto a mi memoria
y por resonar un poco en estos versos,
más se comprenderá de tu victoria.

Creo yo, por lo intenso que sufrí
del vivo rayo, que me habría perdido,
si mis ojos de él hubiéranse partido.

Y recuerdo, que por ello más audaz
me hice a soportar tanto, que uní
mi mirada al valor infinito.

¡Oh abundante gracia por la que presumí
fijar la vista en la luz eterna,
tanto que la fuerza de la visión consumí!

En su profundo vi que se interna,
ligado con amor en un volumen,
todo lo que por el universo se desencuaderna;

sustancia y accidente y sus costumbres
cuasi confundidos entre sí, de modo tal
que lo que digo modesta es vislumbre.

La forma universal de este nudo
creo que vi, que al recordarlo,
diciendo esto, siento mayor gozo.

Un punto sólo me causa más letargo
que veinticinco siglos idos de la empresa
que movió a Neptuno a admirar la sombra de Argos.

Así mi mente enteramente suspendida,
fija miraba, inmóvil y atenta,
y siempre de admirar encendida.

Y en aquella luz tal uno se renueva,
que apartarse de ella hacia otro aspecto
es imposible que nunca se consienta;

pues el bien, que del querer es objeto,
entero en ella se encierra; y fuera de ella
es defectivo lo que allí es perfecto.

En adelante será más corta mi conversa,
sólo de lo que recuerdo, que la de un infante
que en el pezón baña todavía la lengua.

No era que más de un simple semblante
hubiera en aquella luz que yo miraba,
pues es siempre así como era antes;

sino porque la visión se avaloraba
en mi mirada, una sola apariencia,
mudando yo, por mi se trastocaba.

En la profunda y clara subsistencia
del alto lumbre me aparecieron tres giros
de tres colores y de un continente;

y uno de otro como iris de iris
parecía reflejo, y el tercero parecía fuego,
que aquí y allá igualmente se espire.

¡Oh! ¡Cuán poco es el decir y cuán flaco
mi concepto! y esto, y lo que vi,
es tanto, que no basta con decir “poco”.

¡Oh luz eterna que sola en ti sedes,
sola te entiendes, y por ti entendida
y tú te entiendes, amas y sonríes!

Aquel circular, que así concebido
parecía en ti como luz refleja,
contemplado por mis ojos en torno,

dentro de sí, de su color mismo,
me parecía ver pintada nuestra efigie;
porque mi rostro en él estaba metido todo.

Como el geómetra que se afana y aflige
por medir el cerco, y no encuentra,
pensando, el principio que precisa,

así estaba yo en aquella visión nueva;
ver quería cómo la imagen al círculo
correspondía y cómo allí se encontraba;

mas no bastaban las propias alas:
si no que mi mente fue herida
de un fulgor que cumplió su anhelo.

A la alta fantasía aquí faltaron fuerzas;
mas ya movía mi deseo y mi velle,
como rueda a su vez movida,

el amor que mueve el Sol y las demás estrellas.

Después de una lectura de Dante. Franz Liszt


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