Cuando escuché por primera vez Lear de Reimann, no pudo conciliar el sueño por noches. Cosas de la experiencia estética y su enorme poder evocador. Pues tuvieron que pasar cuatro siglos para que el gran drama de Shakespeare tenga, al fin, una representación musical digna de su hondura. Vuelvo a Reimann con la confianza que dan los años, vuelvo a dejarme conducir por su nervio (!qué otra palabra podría usar¡) y vuelvo emprender la lucha frente al sonido del desgarro cuando se están encontrando ciertas luces.
No conocía que Aribert Reimann (1936) había musicalizado poemas de Gabriela Mistral. Poeta mayor de mi continente y de un país que ha dado tantas voces de primer nivel literario. "Vergüenza" de Gabriela Mistral es sin duda uno de sus poemas más hermosos. Y es en la música de Reimann, en el lieder germánico, donde la presencia de la palabra de Mistral logra hacerse evidente en todas sus dimensiones. El transcurrir de la noche oscura a la esperanza del amor. ¿No es acaso creer en el amor el mayor signo de esperanza?
Vergüenza
Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa
como la hierba a que bajó el rocío,
y desconocerán mi faz gloriosa
las altas cañas cuando baje el río.
Tengo vergüenza de mi boca triste,
de mi voz rota y mis rodillas rudas;
ahora que me miraste y que viniste,
me encontré pobre y me palpé desnuda.
Ninguna piedra en el camino hallaste
más desnuda de luz en la alborada
que esta mujer a la que levantaste,
porque oíste su canto, la mirada.
Yo callaré para que no conozcan
mi dicha los que pasan por el llano,
en el fulgor que da a mi frente tosca
y en la tremolación que hay en mi mano...
Es noche y baja a la hierba el rocío;
mírame largo y habla con ternura,
¡que ya mañana, al descender al río,
la que besaste llevará hermosura!
Scham (Vergüenza) sobre un poema de Gabriela Mistral de Aribert Reimann, 2006.
Scham
Wenn du
mich anblickst, werd' ich schön,
schön wie
das Riedgras unterm Tau.
Wenn ich
zum Fluß hinuntersteige,
erkennt das
hohe Schilf mein sel'ges Angesicht nicht mehr.
Ich schäme
mich des tristen Mundes,
der Stimme,
der zerriss'nen, meiner rauhen Knie.
Jetzt, da
du mich, herbeigeeilt, betrachtest,
fand ich
mich arm, fühlt' ich mich bloß.
Am Wege
trafst du keinen Stein,
der nackter
wäre in der Morgenröte
als ich,
die Frau, auf die du deinen Blick geworfen,
da du sie singen hörtest.
Ich werde
schweigen. Keiner soll mein Glück
erschaun,
der durch das Flachland schreitet,
den Glanz
auf meiner plumpen Stirn nicht einer sehen,
das Zittern
nicht von meiner Hand...
Die Nacht
ist da. Aufs Riedgras fällt der Tau.
Senk lange
deinen Blick auf mich.
Umhüll mich
zärtlich durch dein Wort.
Schon
morgen wird, wenn sie zum Fluß hinuntersteigt,
die du geküßt, von Schönheit strahlen.
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